¿Pudiera ser que Samuel Eichelbaum, el dramaturo argentino de mediados del SXX, tuviera una mirada adelantada de casi veinte años sobre el rol de la mujer en una sociedad machista? A través de su obra se puede encontrar una serie de rasgos propios que indicarían que sí, agregando mayor luz al mundo y sociedad de los años cuarenta. Igualdad de género y teatro en la Argentina de comienzo de los años cuarenta. – Nota del Editor.
La perspectiva de género ocupa nuestra atención en un mundo globalizado que reconoce un patrón en los diferentes continentes de nuestro planeta. Las distintas representaciones de lo femenino buscan hacerse oír y encontrar un lugar visible y justo. Las artes indagan en las voces ancestrales indicios del camino recorrido que merece ser tenido en cuenta.
Tal vez a esta ocurrencia se deba el rescate que, en estos días ocupa la escena del Teatro Regio en Buenos Aires de una obra de Samuel Eichelbaum, estrenada por primera vez en 1940. Pájaro de barro, con dirección de Ana Alvarado, directora de amplia trayectoria en el “teatro de objeto”, recupera la voz de este autor que, según sus propias palabras, “tenía una mirada muy intensa sobre las mujeres”. Por esta razón, en esta pieza se reconoce la temática que pone en escena un drama de inevitable actualidad en lo que concierne a la perspectiva de género.
Felipa, su protagonista, se presenta como una mujer impensable a comienzos del siglo XX. Enamorada de Juan Antonio, el escultor – un bohemio, un artista, que establece sólo una relación superficial con las mujeres -, inicia en ese acto un viaje al interior de sí misma. Cada paso de Felipa hace pedazos la construcción del modelo femenino de la época. Esta heroína pone en acción la difícil tarea de la deconstrucción de un estereotipo femenino de la que tanto se oye hablar en estos días.
Ella es una mujer joven, de origen humilde que tiene un destino determinado desde el deseo de su madre: casarse con su primo para que él mejore su situación económica y social. Felipa, sin embargo, toma una decisión inteligente y, al mismo tiempo, apasionada. No es la Eva nacida de la costilla de Adán. Es un personaje que ingresa en su propio laberinto existencial y libera su ser de la profundidad de esa experiencia. Su fortaleza descansa en ser una guerrera que no se priva de la alegría, del enamoramiento y la devoción que le despierta ese hombre.
Guiada por la sentencia de Juan Antonio: “Con estas manos, tomo el barro y le doy vueltas, lo sobo y lo acaricio tanto, hasta que me obedece, sometido y miedoso, como un pichón de pájaro”, esta heroína de rasgos ibsenianos reinstala la instancia paradójica en la que se debate el viaje de autorrealización de la mujer actual.
La alocución de Juan Antonio recuerda el deseo – en Pigmalión, el escultor, enamorado de su estatua – y la ilusión de poder sobre una materia inerte que habita el “complejo de Dios” que no reconoce lo femenino más allá de su creación. Y habla de la relación de este hombre con una mujer-objeto.
Sin embargo, Felipa es fiel a su condición femenina. Enfrentada a una realidad que la coloca en una suerte de marginalidad al constituirse en madre soltera, reconoce en la estirpe de las mujeres que la precedieron, “una casta de “peonas”[i], bebidas sin sed, gozadas sin amor, que alumbran huérfanos”. Esta revelación habla de ausencia, de abandono, de orfandad. El modelo masculino que representa el escultor es un ser inacabado.
Como tercera protagonista en la pieza, aparece Doña Pilar, madre de Juan Antonio. Otra heroína – inesperada para su tiempo, “mujer de dos maridos” – que entra en escena al enfrentar a su hijo con la responsabilidad de su paternidad. En un rapto de absoluta claridad, esta madre declara: “…los hombres nos ven como ovejas…”. Esa mirada omnipotente es la del macho que posee su objeto manso y lo domina a su antojo; oprime sin considerar los rasgos de la otredad. Y esa fatal circunstancia se traduce en violencia.
Podría decirse que ambas mujeres, cada una en su rol, se corresponde con una guerrera en la sociedad rural que les toca enfrentar.
Pilar es la representación de otra época y se enfrenta con sabiduría a la “puerilidad” de sus hombres.
Felipa, por su parte, es una heroína de imperiosa actualidad. Mujer sola, una guerrera, que reclama el deseo de paternidad de ese hombre – para liberar a su hijo de la orfandad a la que lo condena la falta de ese deseo – y lo convoca a salir de su coraza egocéntrica. La deconstrucción del estereotipo se corresponde con una acción responsable y decidida. En cada acto que emprende Felipa desobedece a “la” voz social. Desoye el mandato. En soledad, surge digna, de la profundidad de sí misma, su libertad.
Reconocerse en esas mujeres que han enfrentado su destino aguerrido y solitario es dar un paso en la adquisición de conciencia de lo que aún falta indagar en las profundidades. Se podría decir que ellas nos anteceden y nos dan la fuerza necesaria para aceptar que la búsqueda recién se inicia.
[i] Sierva al servicio de un patrón.
Copyright fotos: Carlos Furman.