Inspirada en la obra de Henrik Ibsen, estrenada en Copenhagen el 21 de diciembre de 1879, “Después de casa de muñecas” de Lucas Hnath se representa en la Sala Picasso del Teatro La Plaza en plena calle Corrientes de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Esta versión intenta inscribirse en la discusión en torno a la igualdad de género y recurre a una mirada actualizada de la protagonista, Nora Helmer, como mujer independiente, en plena realización de sí misma. Sin embargo el desarrollo de la acción va más allá y recuerda los obstáculos que se interponen a la existencia.
Si bien Nora ha tomado la decisión de realizar un camino solitario, dejando atrás su pasado -en la versión original -, debe ingresar, por la misma puerta que un día cerró, a esa casa donde jugaba a una vida infantil e inauténtica. Y allí reencontrarse con su marido y su nodriza que la formó para ser esposa y madre.
Su ingreso es triunfal. Le ha ido muy bien. Ha ganado mucho dinero y es una escritora muy reconocida que alienta a otras mujeres a seguir su deseo, a enfrentarse a un hombre, un marido, que las somete y las condena a una vida superficial, desconectada de su auténtico ser. Esa es su consigna plena de certezas, de una verdad incuestionable.
Nora ha encontrado su voz literaria, su refugio, su hogar más allá de la institución del matrimonio, escudada detrás de una identidad falsa, férreo requisito para una mujer de esa época. Otros hombres han pasado por su vida, sin permanecer en ella. Ha logrado más de lo que soñaba. Pero todo lo que ha logrado peligra. Un hombre despechado la amenaza. Y ése es el motivo que la hace regresar. El orden patriarcal quiere cobrarse la afrenta.
La historia, sin embargo, se complejiza. Los personajes no encuentran salida a su laberinto. El apego existencial carece de vuelo. Su nodriza, que se hizo cargo de la crianza de sus tres hijos, maldice el momento en que respondió a su llamado. Su hija propone una solución cínica a su problema. El deseo de cada una es un puñal que hiere a Nora. Su caída es inevitable.
Por otra parte, el marido se ubica en el rol de víctima, primero, y de victimario, a continuación. Escudado en su máscara de dolor, se propone doblegar la voluntad de su oponente. Ambos se trenzarán así en una danza guerrera en la que ambos retornan a ese pasado sepultado. El apego a la herida los enfrenta. En esa danza no hay encuentro. Es el mito del eterno retorno. Como Sísifo, Nora ha intentado borrar el límite de la institución matrimonial. Nora es una heroína del siglo XIX que se opone al modelo de matrimonio victoriano, todo un escandalo para la época.
Nora se niega a su condición de musa para el varón. Y asume su deseo. Para ello, el sacrificio de su vida familiar – fundamentalmente, el abandono de sus hijos – será lo que la expone a la condena social. Así, su deseo la ha llevado a alcanzar la cumbre y a caer.
¿De quien huye nuestra heroína, en incansable búsqueda? ¿De su estoica nodriza, sostén de los postigos asegurados? ¿Del reclamo sordo de la hija, sin memoria de sus caricias? ¿Del esposo que ignora las razones de su ingratitud? Un poema de José Lezama Lima dice: “Deseoso es aquél que huye de la madre…/ La hondura del deseo no va/por el secuestro del fruto…/No es desconocerse el conocerse… “
Nora vuelve a salir por la misma puerta. Su acción retorna al punto de partida, tal vez, para alcanzar el conocimiento de sí por primera vez.