Cárdenas estuvo un rato para enhebrar la llave en la cerradura de su departamento hasta que logró meterla y girar el cerrojo. Entró tambaleando como si volviera luego de una noche de borrachera y farra. Todo seguía igual como lo había dejado unas horas atrás. Antes de volver a la cocina, se quedó pensando en la puerta semi abierta del placard.[1].
Calentó de nuevo el café y prendió la televisión para buscar alguna información acerca del incendio. En todos los canales aparecía el mismo titular: Incendio en Villa Crespo y nada más. Los portales de internet tampoco agregaban mayor luz al asunto. En esa época Javier Suárez y yo nos encargábamos un poco de esas noticias trágicas que venden más por la perversidad de las imágenes que por el rigor periodístico. Esta en particular, resultaba especial por la gran cantidad de oficiales que había en la casa. Sabíamos de oído de una relación especial entre uno de los efectivos con la víctima pero ignoraba quien, (de Amanda sabía poco y nada). Tanto a Javier como a mí no nos cerraba mucho que estuviera la cúpula del departamento en un simple incendio sólo para darle apoyo a un colega pero como no teníamos mucha información casi pasamos el reporte. Cualquier otro día hubiera sido la nota más leída pero esa noche pasó de largo.
Cambió al canal deportivo para ver cómo había terminado Midfields. El segundo tiempo estaba recién comenzando y las cuentas no le cerraban. El partido tenía que haber concluido hacía por lo menos una hora y media. Casi como si estuviese respondiendo la duda, el relator anunció que el partido se había demorado casi dos horas por un enfrentamiento entre dos facciones de la barra brava de Midfields –porque ahora se mataban entre ellos. Hasta ese momento circulaba el rumor de que el jefe de la barra, El Bebu Velasco, se había esfumado y que la segunda línea, liderada por El Loco, buscaba hacerse con el poder.
Cárdenas recordó la cara de Raúl Vega quien estaba a cargo del operativo de seguridad del partido. A ese lo conocían bien en su seccional por estar sospechado de encubrimiento a un barra seis años atrás cuando mataron a un policía. Cárdenas quiso ser quien llevara el caso pero no lo dejaron. Lo terminó agarrando Acosta quien para la prensa y algunos policías rescatables que aún quedaban había hecho un trabajo sutil para dejar libre a todos los implicados. Esa investigación terminó condenando a un vecino de la villa en la que se escondían algunos de la pesada del club, un albañil que tuvo la mala fortuna de ir a la cancha ese día y quedar pegado de por vida. Acosta se ganó un ascenso, una medalla de honor del Estado Nacional y una mención del Gobierno Porteño. Cárdenas había aprendido a vivir con eso y aun así lo apreciaba aunque sí detestaba el hecho de tener que convivir con esa corrupción tan argentina en el seno de quienes se suponen que deben de proteger a los inocentes. Todo estaba al revés.
Esa misma corrupción, violencia y encubrimiento que hora le permitía sufrir el segundo tiempo de la vuelta de la promoción. El partido no podía ser más aburrido para cualquier hincha neutral excepto cuando la agarraba el Maxi, el mejor cinco de la categoría que ya estaba vendido a Italia. La pelota viajaba de un área a la otra por el aire entre centros y rechazos a cualquier parte. Cárdenas miraba el partido absorto de lo que sucedía alrededor suyo pero no quedaba claro si por la promoción, Amanda o todo eso junto.
El partido estaba 2-0 para el local empatando la serie y manteniendo la categoría. A quince del final el equipo rival tuvo un tiro libre a favor que el diez canjeó por gol. Todo Midfields se abalanzó sobre el árbitro más cercano cuestionando la decisión y el gol sin pensar en la pérdida de tiempo y de la categoría. El cuarto árbitro tuvo que abrazar al técnico en el medio de la cancha entre ayudantes y el arquero suplente en una carrera franca hacia el árbitro que ya estaba en el centro del campo esperando a que el otro equipo volviera a su lugar para reanudar el juego.
La transmisión televisiva se concentró en repetir la falta que dio lugar al tiro libre desde distintos ángulos en un debate absurdo por entender la decisión arbitral que para la mayoría era correcta, el gol, parte del festejo y la carrera del técnico. Poco les importó mostrar lo que pasaba en la popular local con los hinchas caracterizados que les cantaban a sus jugadores que de perder los esperarían en el vestuario.
Cinco o seis minutos tardaron los de Midfields en sacar. Dos delanteros entraron por el marcador de punta derecho y el otro volante defensivo, al Maxi no lo sacaban ni aunque estuviera en una pierna, cambiando el 4-4-2 por un 3-1-2-4. Midfields se puso serio y comenzaron a dominar la pelota y el juego sin poder pasar la dos líneas de cinco que tenía en frente. Antes de llegar a los cuarenta y cinco se decidió agregar diez minutos más lo que descolocó al técnico visitante que entre improperios y gritos inentendibles decía que estaba todo armado para que no ascendieran.
Le dieron la razón cuando, a dos minutos de terminar el encuentro, se armó un escándalo en el área rival por un penal que sólo el árbitro podría haber visto. El catorce de Midfields avanzó al área por el costado derecho pasándose a dos en un slalon que nadie podía creer. Solo quedaban el arquero y un defensor que llegó tarde para taparle el tiro. El jugador local se apuró y la terminó mandando a la segunda bandeja mientras se caía en lo que podría haber sido el fallido más exitoso de su carrera. Lo salvó el árbitro quién creyó que la falta de equilibrio se había debido a la barrida del defensor que nunca lo tocó. Luego de algunas discusiones y dos tarjetas rojas para los contarios, el catorce quiso patear el penal salvador pero por suerte el cinco lo frenó justo a tiempo –un arrebato de cordura. Zurdazo al ángulo y una victoria que exoneraba al club, dirigentes, jugadores y cuerpo técnico.
Cárdenas se durmió vestido en la cama entre los comentarios de los llamados periodistas en el campo y la cabina que siguieron inventando temas que a nadie le importaban hasta la una de la madrugada. La victoria no le cambiaba nada, esa noche había perdido mucho más que lo que la permanencia de Midfields pudiera darle.
Despertó a las ocho de la mañana contento por el partido hasta que segundos más tarde recordó lo importante. En los documentos afirma haber soñado con Amanda aquella noche. Semanas antes del incendio en la casa de Cárdenas, me había referido la historia de cómo se conocieron.
A fines de los noventa y con unos veintipocos años fue que se encontraron por primera vez. Ella estaba sentada en el bar del viejo Rojas en el Club Midfields. Un pesado de la barra se la quería chamuyar y la piba no sabía cómo sacárselo de encima. El viejo detrás del mostrador miraba con impotencia sin poder hacer ni decir nada, igual que todos. Cárdenas irrumpió sin pensarlo dos veces y agarró al barra por el hombro y le dijo que se borrara. Los alcahuetes con los que andaba se levantaron para molerlo a palos pero no fue necesario, el tipo le encajó una trompada en seco que lo dejó tirado un buen rato en posición fetal. Entre risas y cánticos, se fueron. Amanda se acercó hasta donde estaba Cárdenas y muy tiernamente le agradeció por la ayuda pero que tampoco era necesario. Lo ayudó a incorporarse y lo acompañó hasta la mesa. El viejo Rojas les llevó café a ambos que luego se negó a cobrarles.
-¿No tomás café?
-Sí, pero me gusta dejarlo asentar un poco.
Enseguida Cárdenas se lo tomó apresurado. Ella sonrió y luego miró el reloj y se levantó rápidamente alegando que estaba llegando tarde al trabajo. Le dejó su número de teléfono para que, si quería, la llamara para salir a tomar algo. Cárdenas la siguió con la mirada hasta que desapareció detrás del portón de la sede. Rojas se acercó para levantar la taza.
-¿Te gusta la piba, Ernesto?
-Es hermosa, pero nunca la vi acá.
-Siempre que la veo está cerca de estos pelandrunes, ya me tienen harto.
-¿Cuántos años tiene, sabés?
-Y, unos veinti largos, me parece.
Con el tiempo supe que ese mismo barra terminó convirtiéndose en el jefe de la barra de Midfields.
La taza giraba lentamente en el microondas a las ocho de la mañana. Cárdenas se preparaba para llegar temprano al trabajo. Prendió el celular, tenía varias llamadas perdidas desde la madrugada. Eran de un número privado, imposible de rastrear en ese momento. Llamó a Cabañas.
-¿Qué hacés, pibe?
-Acá ando jefe, quería saber si tenía alguna…
-No hay nada todavía, sabés cómo es esto. Te pido que te tranquilices y dejes que llevemos adelante la investigación.
-¿Quién está a cargo?
-Yo mismo –dijo en un tono asegurador.
-Bueno, gracias. Nos vemos en un rato, entonces.
-¿Estás en pedo, Ernesto? Tenés licencia con goce de sueldo hasta que estés listo. Nos vemos a la vuelta, hasta luego.
Le cortó enseguida sin posibilidad de réplica. Quizá Cárdenas necesitaba eso en aquel momento Que lo frenaran y se dejara de joder. No tenía mucho que hacer ahora, salvo ver la televisión y olvidarse de Amanda, si es que eso era posible. El partido estaba demorado por mal tiempo y Cárdenas necesitaba entrar en calor para no enfriarse hasta que lo llamaran para jugar de nuevo. Tomó solo el café sentado en la mesa de la cocina, con la mirada perdida en la superficie negra de la infusión. Los pensamientos se liberaron y apareció su primera cita con Amanda.
La noche del día en que se conocieron, él la llamo. Sorprendida le confesó que no esperaba que lo hiciera. Así fue como de a poco comenzaron verse regularmente y al poco tiempo fueron novios. Desde el principio no les fue fácil conciliar lo que cada uno quería. Cárdenas le dedicaba tiempo completo a la policía federal para llegar a ser el inspector que fue, teniendo tiempo apenas para descansar. Amanda buscaba una relación más adulta de la que Cárdenas estaba dispuesto a reconocer que podía tener. El mayor misterio fue que duraran seis años juntos entre idas y venidas. Amanda fue el único caso que jamás logró resolver a pesar de que las pruebas de que la cosa no podía ser se apilaban año a año.
El incendio daba un vuelco en la historia y en la investigación. Luego de tanto tiempo en que creía haber enterrado el expediente dejándolo enfriar en los archivos las llamas del incendio le daban más vida que nunca y a Cárdenas no le gustaba dejar nada sin resolver.
Luego de terminar el café, tomó el anillo que seguía guardado en el bolsillo del sobretodo para revisarlo nuevamente. No lograba encontrar mayor información que la que había recolectado menos de veinticuatro horas antes. Estaba claro que se trataba de un hombre con una ele mayúscula en la izquierda y otra letra imposible de descifrar. Quizá era una A, una R o una P[2]. Estaba seguro de que conocer a la persona detrás del anillo le iba a permitir entender mejor el desenlace.[3] Había algo que lo hacía muy familiar, pero todavía no sabía porqué.
Caminó unos metros hacia el sillón del living para fumar la pipa de su abuelo y pensar un poco más en esto. Cada cosa que se le ocurría la apuntaba en su cuaderno sin omisión de detalle alguno como buen investigador. Hasta ahora sólo sabía que un incendio había acabado con la única mujer importante que estuvo en su vida, que estaba embarazada y que el padre no aparecía por alguna razón.
Habían tres conclusiones muy acertadas sobre el anillo: que era de hombre, que contenía las iniciales del propietario, demostrando su importancia para el portador y que había sido usado durante mucho tiempo, (esto lo verificó al comparar las diferencias de óxido sobre la superficie sana de la inscripción y la parte interna del anillo). La pregunta que se hacía en ese momento era qué hacía en la escalera durante el incendio.
El celular sonó otra vez, desde el otro lado el número privado insistía una vez más.
-Hola.
-Cárdenas necesito una gauchada. ¡Bah! Una devolución de favores. ¿Podemos encontrarnos en Tolón en media hora?
-¿Qué necesitás?
-Necesito que nos veamos y charlemos algunas cosas, vas a ver que se está poniendo linda la cosa.
-Estoy ocupado ahora, Armenteros.
-Dale, che. Que te vengo llamando desde anoche y no me das pelota. Esperaba encontrarte de buen humor después de lo de ayer.
Cárdenas contuvo el deseo de mandarlo a la mierda. Pensó un instante. Quedarse toda la tarde en su casa podría deprimirlo más. Después de todo, no estaba acostumbrado a estar quieto por mucho tiempo.
-Bueno, está bien. ¿Cuánto me va a salir esto?
-Dale, che. Invito yo.
Cárdenas sabía muy bien que nada, pero nada, era gratis en este laburo.
[1] Aclara en sus documentos
[2] Opciones que anotó en sus apuntes.
[3] Parecía estar obsesionado con algo que no merecía mayor vuelta, pero Cárdenas era implacable.
Capítulo anterior: 2 Salida de reconocimiento
Siguiente capítulo: 4 La primicia