Doce mil quinientos kilómetros. Esa es la distancia entre Berlín y Santiago de Chile.
Anoche esos kilómetros se hicieron infinitamente más pequeños cuando los chilenos que vivimos en Berlín nos juntamos en Brandenburger Tor para apoyar a la gente que lucha por una vida mejor y más justa en nuestro país de origen.
La primera impresión fue notar que éramos muchos, otras veces he pasado por ahí y nunca había visto tantas personas juntas en una demostración en ese lugar. Esta vez, al parecer, también habíamos despertado, como los millones de personas que en Chile ya lo hicieron. No puedo dar una cifra exacta, pero al menos éramos más de 500 chilenos y de otras nacionalidades cantando, escuchando lecturas en silencio, viendo performances en donde la bandera y una lágrima reflejaban la tristeza que hemos sentido estos días.
Estuvieron presentes desde Lemebel hasta Víctor Jara. No nos olvidamos del pueblo Mapuche, ni de Camilo Catrillanca o Macarena Valdés. Tampoco nos olvidamos de Los Prisioneros y como el “Baile de los que Sobran” sigue siendo un himno que nos une en contra de las injusticias. Hubo un par de jóvenes que tenían un cartel que decía que Hong Kong estaba con Chile, demostrando que la búsqueda de la justicia social es un deseo universal.
Brandenburger Tor se convirtió en un lugar de catarsis, un espacio en que las clases sociales no importaban, en donde jóvenes abrieron los ojos y los que ya no lo somos tanto, recordamos que la cobardía y la comodidad no puede dormirnos. Supongo que vivir en un Estado Social demostró que la utopías que queremos para Chile no lo son. Que un país más justo y solidario es posible.
La gente conversaba, hablábamos de nuestras sensaciones, de cómo estos días había un dolor profundo por ver de nuevo a nuestra gente sufrir. Y como, además, volvían recuerdos que demostraban que los traumas de Dictadura estaban más a flor de piel de lo que pensábamos.
Pero también había esperanza, y humor, ese rasgo que es lo que más extraño en estas tierras germanas. Ese sentido del humor que se expresa al saltar cantando „el que no salta es Paco“, „el que no salta es Sebastián (Piñera)“, ese sentido del humor que es capaz de armarse con una olla y una cuchara de palo para luchar contra fusiles.
El momento más emotivo fue cuando cantamos El Derecho de Vivir en paz, de Victor Jara. Vi a muchos con lágrimas en sus ojos, cantando para tratar de que ese ancho mar que nos separa con nuestra gente, se redujera un poco y pudiéramos abrazar a los nuestros con un canto en comunión. Que en una noche en que „la luna es una explosión que funde todo el clamor“ ese canto, se transformara en un „canto universal, cadena que hará triunfar, el derecho de vivir en paz“.
Eso fue anoche Brandenburger Tor: un pedazo de Chile en donde los 12.521,62 kilómetros de distancia no existieron más.