Según el segundo tomo de la enciclopedia Larousse que compró papá en 1936 – cuando yo tenía 10 años – Berlín tiene una extensión de 40 km de este a oeste y de 31 de norte a sur. Cada cumpleaños, papá se auto-regalaba un tomo nuevo, para poder responder alguna pregunta que yo le había hecho mientras me llevaba de la mano a Alter Park. Papá viajaba mucho. Marcábamos los lugares en el mapa que sigue colgado en mi salón, lleno de jirones y parcheado en mi afán de mantenerlo con vida. Siempre que papá volvía traía flores. Papá olía a flores y a sabiduría de tomo grueso y encuadernación cosida. A los pocos años, su olor cambió a algo parecido al de La Charité donde me operaron de apendicitis. Ese olor se expandía por toda la ciudad; Berlín era un hospital de 40×31 km. Por eso mamá empezó a trabajar en la floristería debajo de casa, porque necesitaba encontrar el olor de papá.
De eso hace mucho y sólo me queda el tomo desactualizado donde subrayé Berlín. Berlín ha cambiado mucho desde entonces, a mí se me antoja mucho más pequeño y lineal. Mi Berlín es una calle que va desde Alter Park al antiguo aeropuerto de Tempelhof, desde donde un día llegué a contar 50 aviones despegando.
Sigo yendo cada mañana a descargar las flores a la floristería donde mamá trabajaba. Las dueñas, dos chicas asiáticas con las que apenas me logro entender, ya no se asustan de mí; hasta me dejan ayudarlas. Me han aceptado como parte del mobiliario urbano que rodea su local. Cuando ya deja de oler a mamá buscando a papá, ando siete pasos hasta el turco de la esquina. Me veo reflejado en el mostrador. Mi pelo se parece al de mamá, por eso no lo peino, ni lo corto, me gusta reconocerla en los reflejos. Cincuenta pasos más, paro en la estación de Tempelhof. La cojera me molesta al andar y me impide alejarme más de 500 metros de la floristería.
Observo a la gente pasar, me gusta verlos, urgentes, acelerados por llegar a un lugar o a un olor. Me gusta conocer su rutina, saber anónimamente que hoy van 10 minutos tarde y leer sus caras. Yo ya no tengo prisa.
Vuelvo a la floristería, huele de nuevo a mamá, huele a casa. Paso la tarde contando flores, chacos, coches y la cantidad de gente que me devuelve el saludo. Las chicas de la floristería me regalan un ramo de flores, las subo a casa y las coloco al lado del tomo de la enciclopedia. Vuelvo a 1936, hoy ceno en familia.