“Bendita tierra en la que caminé mis pasos, bendito cielo que me cubrió los años de infancia, bendito paisaje que ignoré en los años mozos.”
Era lo que en su mente repetía don Jacinto. Ese señor que había dejado su pueblo hacía ya tantas décadas, muchas más de las que su débil y trajinado cuerpo podían soportar. Sus ojos cansados brillaban, pero no con la luz que daba la impulsividad y viveza de la juventud alargada o el amor latente, era el brillo de los ojos que se van apagando con el pasar de los días, que se van cristalizando al acercarse el momento en que ya no verían más el sol correr frente a ellos.
La piel arrugada y seca como hojas de otoño que, al tocarse puede romperse en mil pedazos, tan delgada y blanca que con cualquier suave caricia parecía desvanecerse. El cuerpo encorvado y las piernas delgadas y flácidas notaban el cansancio de los años de trabajo duro, solo las soportaban la ayuda de un viejo bastón de madera, más viejo que él, pues era herencia de su abuelo. Aquellos que lo veían caminar con su lento andar y pasos tranquilos, alababan la fuerza del árbol que forjó ese bastón y más aún, enaltecían la entereza y gallardía con la que don Jacinto enfrentaba su vejez solitaria.
Él sabía que su cita con la muerte estaba cerca, por eso, quiso volver a sus raíces, a la casa en la que nació y creció, la que lo vio encender su corazón y su cuerpo por la fuerza del primer amor, la tierra que lo vio llorar la muerte de sus padres y lo enfrentó a su destino, el suelo que dejó por buscar un futuro prometedor. Volvió a pedirle perdón a su tierra por pensar que su futuro estaba fuera, cuando en verdad, era ella quien le iba a dar la mejor satisfacción.
Recorrió cada calle, cada esquina, la catedral con sus vitrales de siglo pasado, la tienda de la señora Matilde llena de dulces enamoradores de los niños de escuela y de licores embriagadores para los hombres que se iban de juerga en las noches, esa misma tienda que cerró el esposo de doña Matilde cuando ella falleció, ese lugar que ahora era una oficina bancaria. Caminó por la alcaldía, la plaza de mercado, la farmacia del viejo Antonio y hasta por la casa de la loca del pueblo fue a dar.
Cada paso nuevo era uno que recogía de su andar de juventud, de su tiempo pasado y de los recuerdos abandonados que ahora quería recuperar. A veces algunos de ellos le hacían esbozar una sonrisa mientras la nostalgia por los días vividos a prisa lo invadía. Otros le entristecían hasta el punto de dejar colar una lagrima que dejaba que el viento secara, ya estaba muy viejo para querer disimular los efectos de la melancolía, de los momentos no vividos o no disfrutados.
No solo las grandes extensiones de tierra que abarcaba su finca representaban su tierra, para su corazón y su recuerdo, su tierra amada era la casa pequeña en la que jugaba siendo niño con los hijos del mayordomo, eran las calles del pueblo, la tienda de doña Matilde, la farmacia de don Antonio, la escuelita con la profesora Nelly, el árbol de durazno que dio sombra a su primer beso con Marina, su único y eterno amor, la casa de la loca del pueblo de la que tantas veces se escapó, el cementerio donde enterró a sus padres, a Marina y donde él prontamente, también estaría.
Estaba deshaciendo sus pasos y dejando su recuerdo a los niños del pueblo. En silencio quería enseñarles a esos pequeños, a volver a las raíces, agradecer lo recibido por la tierra que lo engendró, a hacerse de nuevo parte suya cuando la sangre se estancara en sus venas y volviera a ser uno con ella.
Y así lo hizo. Luego de andar por las calles que lo vieron crecer y que fueron modernizándose mientras él envejecía, luego de recuperar cada recuerdo perdido y reconciliarse con sus raíces, luego de renovar su memoria con los momentos que creía olvidados, después de dejar por escrito sus mejores historias, Don Jacinto se marchó. Lo encontraron sentado en su mecedora, en el balcón que daba hacia los cafetales, con la cabeza recostada, los ojos cerrados y una leve sonrisa en sus labios.
Alejandra Bautista
Alejandra Bautista nació en Bogotá, Colombia, Ingeniera Industrial de profesión. Ha realizado talleres de escritura creativa y de creación de personajes en Bogotá. Algunas de sus obras han sido publicadas en revistas literarias digitales en Buenos Aires, Berlín y Barcelona. Participó como coautor de la edición Roja 21N y en la Antología Alusiones al Amor y a caer en el intento, con Ita Editorial en Bogotá y en el libro Ramo de Poesía en México. Instagram