Una tolerancia
Por la mañana después que mi mamá me dejó en la escuela, la jefa de colectivo, Silvia, de quinto grado, mandó a cantar el himno nacional. A un lado estaba yo, con los otros pioneros “Moncadistas” de pañoleta azul y al otro los “José Martí”, de pañoleta roja. A mitad del himno tuve que dejar de cantar porque se me olvidó la letra y me dio pena que mis amiguitos se dieran cuenta, y que también se diera cuenta la maestra Tomasa. Nunca me había pasado.
Silvia es una niña muy linda, lo único que no me gusta es que es más alta que yo, por eso, siempre que estoy cerca de ella pongo voz de gente grande y seria, como cuando mi papá habla por teléfono con su jefe de la fábrica. Varias veces he querido preguntarle a Silvia si quiere ser mi novia, pero todo el tiempo anda con sus amiguitas o arrinconá con alguno de sexto y se me quitan las ganas.
Cuando algunos niños hicieron bien bajito el “pamparapán” del himno, algo muy feo por ser un símbolo patrio, como dice María Elena, la directora. Silvia gritó bien alto con una mano que casi toca su frente: “Pioneros por el comunismo” y todos los niños gritamos más alto que ella: “Seremos como el Che”. Yo lo grito porque no quiero que me regañen, pero una vez le pregunté a la maestra Tomasa porque los niños teníamos que ser como él y me dijo que el Che era muy bueno y que todos teníamos que seguir su ejemplo, entonces yo le dije que todos los niños del aula no eran buenos y que ellos también gritaban que querían ser como él.
La jefa de colectivo dijo que hoy le correspondía el matutino a Cuarto A y se bajó de la piedra más alta del patio, desde donde se ve más alta que nadie, incluso más que el niño más alto de sexto grado. El matutino era sobre las efemérides del mes. Ha sido el que más me ha gustado porque el maestro de pintura, baile y cantar es el que lo hizo, y él siempre quiere que los niños sepan de todo, no solo de Cuba. Lo único que no me gustó es que un niño, gago igual que yo, cuando estaba leyendo su papelito creo que se puso nervioso y los niños de quinto y de sexto empezaron a reírse y la directora tuvo que mandar a callarlos y a uno hasta lo sacó de su fila. A veces, cuando hablaba un niño, otro que estaba a su lado sacaba una foto de la persona o del héroe para que supiéramos quién era. Hablaron de un señor que le hizo una canción muy famosa al Che, la que ponen cada vez que lo matan en Bolivia y cuando mi mamá me puso la pañoleta azul en primer grado. Una niña con espejuelos, con su cara pintada de negro, una bemba muy roja y con un pañuelo de varios colores en la cabeza salió de atrás de una columna cantando un pedacito de una canción que mi abuela canta cuando está contenta. Ay mamainé, ay mamainé, todos los negros tomamos café.
Eduardito, un amiguito mío, habló de un señor que nació un día como hoy y que ha reconstruido la Habana Vieja, de ese sí me acuerdo el nombre porque mi mamá dice que cuando yo sea grande voy a hacer como él, el señor se llama Eusebio Leal, y es un hombre que sabe mucha historia y habla como mi abuelo, muy despacio.
Otros niños estaban escondidos entre otras columnas del patio, tiene muchas, pero estos salieron vestidos con disfraces, algunos muy feos. Uno salió vestido de blanco lleno de collares, otro salió cargando entre sus manos una cruz hecha con ramas. Una niña salió con un ropón negro que le tapaba todo menos los ojos, y el que habló, salió como los indios cubanos, en taparrabos. Él dijo que hace muchos años se reunieron en los Estados Unidos personas de religiones y creencias diferentes, y que lo hicieron para ganar en tolerancia, no sé porque esta oración no se me olvidó. Cuando llegue a la casa le voy a preguntar a mi abuelo que cosa es una tolerancia.
El último que habló fue Ramonsitín, el jefe de colectivo de Cuarto A, un niño que vive por mi casa pero que no juega en la cuadra, porque siempre anda montado en el carro de su mamá. Leyó en un papelito que un día como hoy, hace muchos años, murió como un héroe defendiendo su patria de los yanquis un presidente que fue muy amigo de Fidel. Ese señor creo que se llamaba Allende.
Todos los niños aplaudimos y la directora tocó el timbre para que las maestras nos llevaran para las aulas. El primer turno era de Educación Artística por televisión. A mí me gustan algunas clases que dan las maestras que salen por el televisor, pero a veces no entiendo mucho lo que hablan, y las canciones no son tan bonitas. A mí la música me gusta mucho, sobre todo la que pone mi abuelo los domingos cuando se levanta, pero dice mi mamá que canto, ¿cuál es la palabrita que ella me dice? Ah, sí. Fatal.
Cuando la maestra de la televisión se estaba despidiendo de nosotros, alguien, que no fuimos ningunos de los niños del aula ni la maestra, quitó la clase y pusieron otra, pero que no tenía nada que ver con ninguna de las cosas que damos en la escuela o que mi abuelo me ha contado. La maestra salió del aula corriendo, pobrecita, está un poco gordita y a veces le cuesta trabajo caminar, porque alguien parece que la llamó desde el patio, pero antes me dijo que me parara frente al aula y que no dejara salir a ningún niño. Me paré de mi asiento, cerré la puerta del aula para que nadie saliera. Yo les dije a varios de mis amiguitos que no hablaran alto y me acerqué al televisor. En una esquina del programa decía, con letras chirriquiticas, “En vivo”, y un poquito más arriba había tres letras que nunca había visto, y aunque me costó trabajo, creo que pude adivinarlas: C.N.N. Eso no parecía un muñequito como el que algunas veces nos pone la maestra en los recesos y en el almuerzo. Era una ciudad, pero no se parecía a La Habana. Había mucho humo y muchos edificios grandes, muy grandes. Algunos tenían una espina de pescado en el techo. La imagen que más repetía el televisor eran unas torres altísimas y un avión que chocaba con ellas y salía candela y las torres se caían, pero no a la vez. Una maestra hablaba por el televisor, pero no como las maestras de nosotros. Yo escuchaba lo que decía pero no entendía muy bien. Repetía algo así más o menos como que en el país de los Estados Unidos, del que mi abuelo siempre habla mal estaba pasando algo muy malo. De las torres a veces se veía lo que parecían personas saltando en el aire.
Luego de un rato, empezó otra clase por el televisor y la maestra Tomasa llegó al aula, pero no dijo nada. Continuamos con las demás clases, merendamos a las diez, almorzamos a las doce y media, jugamos en el patio, dimos las clases de por la tarde y a las cuatro y veinte sonó el timbre de la escuela. Mi papá me estaba esperando en la parte de afuera. Cuando me llevaba para la casa le dije lo que había visto por la mañana en el televisor del aula. Él me dijo que también lo había visto, pero que le preguntara a mi abuelo qué cosa era eso.
Mi abuelo, que es el hombre que más sabe, me dijo que lo que había visto por la televisión era un ataque terrorista, y por más que le pregunté qué cosa es un ataque terrorista, al final no entendí muy bien, solo que en el mundo hay unas cuantas personas malas que quieren hacer daño y arman mucha bulla. Yo le dije que en mi aula y en la escuela hay niños así, pero él me dijo que los que hacen eso no son niños, son unos pocos adultos que no quieren que los niños seamos felices. Yo le pregunté que por qué lo hacían y me dijo que yo era muy chiquito para querer saber algunas cosas de adultos, y entonces me dejó una tarea para cuando me bañara y viera los muñequitos, porque él sabe que me gusta escribir y pintar. Me dijo que escribiera todo lo que había pasado hoy en la escuela y lo que había visto por el televisor y que se lo enseñara cuando lo terminara, y aquí estoy, pero ya tengo mucho sueño y mi abuelo está viendo la pelota en el televisor de la sala y de ahí no hay quien lo saque.
¡Ah!, casi se me pasaba, y lo estoy escribiendo para que no se me olvide. Después que mi abuelo lea esto, tengo que preguntarle qué cosa es una tolerancia.
Ricardo Acostarana
Ricardo Acostarana tiene 26 años. Cubano. Graduado de Derecho. Poeta y narrador. Ganador en mayo de 2018 del concurso “Nuevas Voces de la Poesía Cubana”.