Cuando el tren se detuvo dio un sacudón que le hizo prolongar más de lo necesario el delineado con que resaltaba el ojo.
Los niños se lanzaron fuera del camarote, ansiosos por poner pie cuanto antes en aquella tierra que visitaban por primera vez. “¡Esperen… no corran!” les ordenó su padre, a la vez que se las arreglaba para salir del estrecho compartimiento acarreando las dos únicas maletas del grupo familiar.
Acercándose aun más el espejo de mano a la cara, se pasó un algodoncito embebido en un líquido corrector para quitar el segmento de delineador no deseado… Listo. Ahora, el rubor. Lo aplicó con la almohadilla mientras desviaba por un momento la mirada a través de la ventanilla. Vio que su esposo y los niños ya comenzaban a avanzar por el andén, sin volverse. Raro, pensó. ¿Por qué habrían de alejarse del tren sin esperarla? Se respondió –aunque sin formar demasiado bien la frase en su cabeza: verbo, algún sustantivo, casi ningún adjetivo y escasos artículos o preposiciones– que aquel viaje había sido “raro” en su totalidad, desde que salieran de la estación de Bruselas.
Por contraste, evocó el viaje de bodas que hicieran en el Orient Express: el lujo y el confort del interior suavizando la aspereza y los rigores del clima exterior; un mes de estadía en Estambul; las inolvidables visitas al Palacio de Topkapi y a las mezquitas de Yeni Cami y Aya Sofya que su esposo, arquitecto, no quería perderse por nada del mundo; aquel turco recio que se le insinuaba desde la mesa vecina fumando su narguile con sensual delectación mientras su flamante esposo bebía raký y la excitaba acariciándole la entrepierna con disimulo… Este viaje, en cambio, estaba signado por la falta de planificación y la premura: salir a las apuradas con el escaso equipaje permitido, en el que el espacio asignado a la ropa había sido superado por el que ocupaban el dinero, las joyas y otros objetos de valor; detenerse un par de veces en territorio alemán, apenas lo indispensable para reabastecer de carbón a la locomotora; el mal tiempo acompañando permanentemente el desplazamiento del tren a poco de trasponer la frontera de Polonia, árboles y pastizales aun maculados de blanco aquí y allá a raíz de las recientes nevadas; la crónica ausencia, en el vagón comedor, de los comestibles y las bebidas deseados; y, como corolario, la falta de iluminación nocturna, lo que le había imposibilitado continuar con la lectura de la novela romántica que había comenzado poco antes de la travesía y que a cada página más y más la apasionaba… Ya tendría tiempo de continuarla una vez que estuviesen instalados en su nuevo hogar, concluyó. ¿Cómo sería la vivienda que les habían asignado? Seguramente nada que se asemejase siquiera al bello caserón que poseían en la calle Brederode, a espaldas del Palacio Real, y que muchos miembros de la colectividad —le constaba— les envidiaban.
Terminó con las mejillas y decidió que antes de bajar no estaría mal resaltar siquiera un poquito el lunar que le agraciaba la aleta izquierda de la nariz y que tanto habían alabado sus amantes a lo largo de los años, incluso el que hacía ya una década se había convertido en su marido y que ahora apenas podía distinguir a lo lejos, entre la muchedumbre. Imaginó a los niños caminando junto a él y echando miraditas furtivas hacia atrás, los rostros ceñudos como preguntándose qué pasaba con su madre que no los acompañaba. Pero no había que descuidar el arreglo personal. “No hay que descuidar el arreglo personal”, pensó, “en especial cuando una ha nacido en buena cuna.” Y ella conocía a gran parte de los que caminaban por el andén cargando su exiguo equipaje: sus finas ropas delataban su posición social, sus rostros eran los que acostumbraba a ver en las galas a las que era tan afecta… Se esmeró especialmente en su lunar tratando de acentuarlo, aunque sin exagerar el tamaño: notorio pero pequeño, jamás excediendo su diámetro real, de escaso milímetro y medio. Recordó a su madre mostrándole la fotografía de la abuela, de quien la nieta había heredado el lunar con coqueto atavismo. “Un rostro con lunar es un rostro que nació ornamentado”, contaba su madre que siempre repetía la abuela.
Volvió a mirar por la ventanilla y ya no vio a su esposo entre la abigarrada muchedumbre, detrás de la cual se adivinaba —puesto que apenas se distinguían dos o tres letras simultáneamente, turnándose e intercambiándose unas por otras según el movimiento de la gente que transitaba el andén— el nombre de la estación pintado en grandes letras blancas sobre el negro de la madera: Sobibor. Creyó descubrir a los Spinoza, los integrantes más presumidos del círculo íntimo de la burguesía belga que ella y su esposo frecuentaban; presumidos meramente por ostentar el mismo apellido que el del célebre filósofo, como si otros de la colectividad tuviesen menos lustre…
Se apresuró a guardar todos los afeites en su neceser y a echarse la boa al cuello antes de salir del camarote. Cuando llegó a la puerta del vagón, un oficial de las SS, solícito, la esperaba de pie en el andén con la mano extendida para ayudarla a bajar. “¡Qué joven tan adorable!”, pensó ella, sonriéndole a modo de agradecimiento. “Si yo tuviese diez años menos…”
El pensamiento la hizo ruborizar.
Esteban Lozano
Esteban Lozano es narrador y dramaturgo. Fue premiado y publicado en la Argentina (Editorial Planeta; Ediciones Culturales Argentinas), España (Editorial Menoscuarto; Ediciones B; Universidad de Huelva; Ayuntamiento de Colindres) y Alemania (Abrazos Books, Stuttgart).
Publica artículos y reseñas de libros, así como adelantos de sus propias obras, en Suburbano, revista cultural de las letras hispánicas con sede en Miami, Estados Unidos,
Ha publicado: “Operación Madagascar” (Editorial Menoscuarto, Palencia, 2018), Premio Tristana de novela fantástica en su X edición, otorgado por el Ayuntamiento de Santander, Cantabria (España); “Las reglas de la supervivencia” (Ediciones B, Barcelona, 2015), finalista del I Premio La Trama organizado por Aragón Negro y Ediciones B; “Procurar antes perecer” (Ediciones Culturales Argentinas, 1990), Premio Novela Argentina otorgado por la Secretaría de Cultura de la Nación; “Los amantes de Shakespeare” (Servicio de Publicaciones de la Universidad de Huelva, 2014), obra teatral que obtuvo el Premio Monteluna otorgado por la Universidad de Huelva (España) y que fue traducida al alemán y publicada por Abrazos Books, Stuttgart, en 2015; “XX Certamen de Relato Breve ‘Villa de Colindres’”, que incluye su cuento En el nombre del Padre, ganador del primer premio; y “Quijotes contemporáneos” (Editorial Planeta, 2013; prólogo de la Profesora María Kodama), antología que reúne los cuentos ganadores del concurso “De Cervantes a Borges” convocado por la Cámara Española de Comercio de la República Argentina, y que incluye su cuento La tabla de calcular el destino.
Lozano también fue colaborador en el diario “Ámbito Financiero” y en las revistas culturales “Temas” y “Lilith”, todas ellas publicaciones argentinas.