Horas y horas de soledad en lo profundo de mi habitación. Salir no está permitido, y a pesar de que pudiera, no debería o al menos sería prudente intentarlo. Hay poco espacio en este cuarto. No recuerdo los metros cuadrados exactos de este departamento de un solo ambiente. Las paredes, transparentes sonoramente, lastiman mi privacidad. Permanezco en un silencio tan profundo, que pareciera que nunca hubiera salido una palabra de mi boca. He pasado meses sin contacto con otras personas. A veces exagero, quizás se trataron de semanas o de horas. No logro saberlo con exactitud. Un potente miedo nace en mi interior y hace metástasis a través de cada una de mis neuronas. Se trata de pánico irracional que aprisiona mi pecho contra mi esternón y mis costillas. Tiemblo porque temo no poder volver a hablar. Si, puede sonar singular, pero siento pavor en lo más profundo de mi interior por esa razón. ¿Qué pasa si mi boca, si mi lengua, mi garganta y mis labios no consiguieran articular palabras? Tanto tiempo sin producir ningún sonido podría ser peligroso. Mi espalda está cubierta de sudor y por consecuencia mi remera pegada a mi piel. Debo empezar, ser fuerte y continuar. Hay una remota posibilidad de que olvide como hacerlo, así como de perderme a mí misma dentro de mis propios pensamientos. Enfermedad, sobreinformación o locura. A veces soy irracional, hoy es un día de esos. Luzco tan bien bajo la luz tenue que entra por la ventana que estoy considerando documentarlo.
Sin mediar cavilaciones puedo encontrarme corriendo, en el mismo lugar, en medio de esta habitación. ¿Cuándo lo definí? Simplemente lo estoy haciendo. La televisión encendida habla por mí. Sí, estoy “corriendo” sin desplazarme. No estoy saltando ni mucho menos. Como les acabo de comentar, estoy corriendo sin dar un paso adelante. Se trata de una ciencia que trataré de compartir con el resto de la humanidad, sin embargo dudo que lo puedan comprender. El mundo parece ser un caos, más que nunca siento que no hay lugar a donde trotar. Lo irónico es que antes de que todo esto pasara jamás aproveche para correr realmente. A pesar de ello, soy mi mejor versión justo en este preciso momento. ¡Qué lástima que nadie pueda verlo! Una docena de facturas después, he dejado de serlo. Las lágrimas corren por mis mejillas y no se el porqué. Las luces titilaron repentinamente. Espero que esta noche no falle la compañía eléctrica. Si hablamos de faltas y deficiencias tengo una larga lista. Nunca tomé la determinación de pasarla a papel. Todo cuenta esta velada, desde la fatídica frase del presidente hasta la golosina que mi madre me negó a la salida del colegio por los lejanos años noventa. Estoy en un punto de cambio que tal vez sea de quiebre. En algunas ocasiones una transformación implica que algo se rompa. El temor retorna. Mis emociones son inestables como la marea. En las mañanas la esperanza se sobrepone a mi pereza, mientras que en las noches estoy tan lúcida que duele.
Acaban de levantar las barreras. Las calles comienzan a colmarse. Hay personas en las esquinas, paradas en el cordón de la vereda esperando a pasar o simplemente sentadas en el cemento mirando lo que ocurre. En algunos sectores, el amontono es tal que pueden rozar sus hombros y eso ya no importa. La energía explota y corre a través de sus músculos, estallando en risas. Algunos se abrazan espontáneamente. Otros se golpean como a la salida de un partido de fútbol cualquiera, al igual que siempre les gustó hacer. Lo que no estaba permitido es historia. La gente continúa saliendo, pareciera que brotaran de los rincones, de los encuentros de paredes. Son tantos que asemejan bajar directo de los balcones. Los límites de la vereda fueron diluidos. La masa se une y cubre la calle de punta a punta. Los cuerpos fluyen como si fueran parte de un río. Una revolución sin líder, un reclamo de sentimientos. No van a permanecer ocultos en silencio, no pueden permitírselo. El reloj dentro de ellos sigue corriendo. Van a arriesgarse. Como en tiempos remotos, la vida volvió a exigir estar cara a cara con la muerte para experimentar lo que implica en verdad implica existir.
Florencia Marcazzo
(Buenos Aires, 1994). Escritora, pintora e ingeniera. Ha participado de la Revista Literaria Maldita Matilda, del taller literario de la Universidad Nacional de General Sarmiento (2008). También publicado en la Antología “Poetas y Narradores Contemporáneos” (2013) de la Editorial de Los Cuatro Vientos con su obra Sortija en el Dedo. Ha participado del festival de Verbas Migradas realizado en Galicia España, publicando en su edición 2017 su cuento Naufragio Interior. Obtuvo el Cuarto Premio de Honor del Séptimo Concurso Literario del Rotary Club de Flores 2019, con su obra Golondrina de Trapo. A su vez, participó del Microrelatario “Adelante/Endavant de IF con su cuento Endemia (2019). Publicó su cuento Maión (2019) en marco de la antología “Se la inspiración” del Rotary Club de Flores. A su vez, participó de la antología “Pasión de Inmigrantes Italianos” con su obra Arribo desde Messina (2019), producción del Comité Argentino Italiano. Además publicó En pausa (2020) en el microrelatario “El exilio interior” de la fundación Rafael Perez Estrada. Su última publicación ha sido en marco de Ficciones Lado|B|erlin, de su obra El día después de la verdad. Instagram