Maldita su estampa. Toda la vida trabajando como una bestia, intentando sacar para adelante el negocio y ahora que tenía la oportunidad… va y la fastidia. ¿Para qué va a decir otra cosa? La ha cagado, pero bien. Pero bueno, ya está. A veces se nos presentan oportunidades en la vida y no las cogemos, porque no podemos, porque no sabemos, porque dudamos… Y de todas formas eso es una cuestión de suerte, porque al final estas cosas son suerte. Es como echar un número a la Lotería. Suerte.
Y como le ha dicho Jesús, que si no ha salido es porque no tenía que salir. Llevan siete años haciendo la quiniela, los cinco, y por votación. ¿Qué sale empate? Por sorteo.
Y que conste que el primero que dijo de hacerlo por votación fue él. Que no todos los jefes dicen: “oye, vamos a echar la quiniela y yo la pago”. ¿Tres dobles? Seis euros. Antes eran cuatro. ¿Que ahora lo suben a seis? Pues da igual, toma: seis euros. Todas las semanas. Él pagaba sin falta. Oye, y no les ha tocado nunca un duro. Pero no pasa nada. Y cuando ha tocado algo, se ha repartido a partes iguales. ¿Cuánto nos ha tocado, veinte euros? ¿Cuántos somos, cinco? Pues cuatro para cada uno. Y él, la semana siguiente, vuelve a poner él los seis euros. Si se ha comprometido, se ha comprometido. ¿Que uno falta al trabajo y no ha estado en la votación? Da igual, se reparte a partes iguales porque en su empresa se hacen las cosas bien.
Por eso ahora no pueden venir a decirle a él que si esto, que si lo otro. Además, si es que lo que más le jode no es el dinero en sí. ¿Qué iba a hacer él con el dinero, al final? Él está muy contento con su casa, que para eso se ha tirado toda la vida pagando la hipoteca. Sus necesidades también las tiene él ya solucionadas, así que el dinero hubiera sido para caprichos. Tapar dos agujeros y ya, lo demás, venga para caprichos: cambiar de coche, comprar otra furgoneta para la empresa, y ¿por qué no? Jubilarse ya. Vender la empresa y retirarse. Pero también es verdad que cuando uno es rico tiene que cambiar todo mucho, también para mal. Porque empiezan a pedirte para esto y para lo otro, y tú a decir que sí o que no, y la gente a decirte que si has cambiado, que si estás raro… y al final no valen ni los amigos ni la familia, porque eso es así. Entonces, a fin de cuentas, con el dinero te arreglas la vida, vale, pero a lo mejor… a lo mejor también te la jodes.
Y hablando de joder, si a él lo que más le jode es que Pedro no haya dicho nada. Nada. Ni mú. Estaban esperando que por lo menos dijera algo. “Os lo dije”, por lo menos. “Que pierde el Madrid dos-uno y que el Osasuna empata”. Es que estaban esperando a que lo dijera. No para saltarle, pero por lo menos para que lo dijera o que lo explicara o algo. ¿Cómo puede ser que lo supiera? Pero no ha dicho nada, ahí, callado toda la mañana.
Y Jesús ha dicho: “Qué putada, bueno, no pasa nada. Son trece, sesenta eurillos para cada uno. Y la próxima vez, acertamos quince.” Listo papeles y a correr. Y todos estaban con un nudo en la garganta… Y él tenía ganas de llorar, por dentro.
“La próxima vez, acertamos quince y le hacemos caso al cabrón este, que no sé cómo lo sabías, tío. ¿Qué eres, mago, ahora?”.
Y ni así ha dicho “es que lo sabía”, ni “es que os lo dije”, ni nada. Se ha quedado mirando el dinero con cara de perro, pero ni triste ni con rabia. Ni con asco, así como… es que ni con asco. Llega a ser él y se caga en toda la creación. Porque la verdad es que en su momento a Pedro le faltó llorar para convencerlos. Que el Osasuna empataba y el Madrid perdía dos-uno. Lo dijo mil veces. Y los otros le decían “Que sí, Pedro, pero no seas cansino, cállate ya.” Nunca se había puesto tan pesado con nada, en siete años que lo conoce. Le tendrían que haber hecho caso. Se lo dijo a todos veinte veces. Y luego se lo dijo uno a uno, que el Osasuna empataba y el Madrid perdía dos-uno. Que lo sabía, que lo sabía, que tenía una corazonada. Que por favor le hicieran caso.
¿Pero cómo iba a saberlo? Y si tanto lo sabía, haber echado él la quiniela. Que se hubiera ido él, con sus huevos, y hubiera echado la quiniela. Que siempre lo tiene que saber todo. Todo lo tiene que saber. Toda la vida igual. Tiene que saber el banco que te ofrece más condiciones, y tiene que saber el mejor taller y tiene que tener él la mejor compañía para el Internet. Y tiene que saber que iba a ser un dos-uno. Hasta el quince, se sabía.
Y no ha dicho “te lo dije”. No ha abierto la boca. Una corazonada… los huevos.
Y a propósito, que eso le puede pasar a cualquiera. De hecho, eso le tiene que pasar todas las semanas a miles de personas. Si hay cincuenta, o quince, o los que sean, que cada semana se quedan con catorce, pues todos esos han estado a punto de acertar quince. Y los que se quedan cada semana con trece, de esos ya para qué hablar. Si las cosas se hacen por votación, se pone lo que sale. Y si sale que va a ser dos-uno, pues se pone que dos-uno. Pero si ha salido cero-dos, pues se pone cero-dos. Votaron, salió que ganaba el Madrid, y el Madrid fue y perdió. Y el Osasuna empató contra el Granada. ¿Que le podían haber hecho caso? Pues sí. Y ahora serían ricos. Pero no lo hicieron. Y porque él sea el jefe no quiere decir que tenga la culpa ni la responsabilidad ni nada.
Ya se está cansando con la bromita de la quiniela. Pues ni quince, ni catorce, ni trece. Que está hasta los huevos ya de que siempre lo sepa todo, el Pedro este. Y como es tan listo, seguro que sabe hacer muchas cosas y le contratan en un trabajo muy bueno. Ahora le van a dar por culo. A ver si eso también lo sabe ya.
Cinta Pérez
Cinta María Pérez Urrea (España, 1984), estudió filología hispánica en la Universidad de Murcia y en la actualidad trabaja como profesora de Lengua y Literatura. Se graduó en un Máster de Literatura Comparada Europea y desde entonces no ha dejado de bucear por los mundos de la literatura, teóricos o prácticos.
Es autora de distintas publicaciones literarias y didácticas y ha sido profesora de Inglés, de Español como Lengua Extranjera y de Teatro. Ha trabajado en Inglaterra, Francia, Polonia (un año que nevó durante cinco meses) y en la República de Mali.
Sus aficiones son el cine, viajar y las conversaciones interminables. Afirma que leer y escribir son más que un placer: son una necesidad, una manera de entender el mundo.