Qué forma tan rara de irme y tanto más de volver.
Pasé:
días sin comer,
noches sin dormir.
Lloré hasta que una creería se acaban las lágrimas pero las lágrimas no se acabaron.
Perdí la memoria, olvidé quién soy, quién fui, quiénes fuimos, y quise hacer una línea entre lo que es real y lo otro.
Cuatro veces dejé de respirar, sentí como el corazón se iba muriendo de a poco, los latidos demasiado fuertes, después demasiado débiles. Me sentí ahogar, metí la mano en mi pecho, atravesé la piel y quise arrancarme los pedazos de un cuerpo medio muerto. Me vomité en las manos a la vez que sentía el calor de la sangre brotando por mi nariz.
Vi de lejos cerrar una frontera tras otra tras otra y quise irme a no sé dónde a no sé qué.
Del aeropuerto directo al limbo que es este estar pero no estar, ser pero no ser. ¿Se le puede llamar volver a este estado tan absurdo de ir del living a la cama y de la cama al super?
Hoy me picó la espalda y mientras con la punta recién sacada de un lápiz intentaba llegar a donde si no no llego, me rasqué hasta lastimarme, hice fuerza y me di cuenta, la picazón ya pasó pero esto es estar sola.
Ahora el sol, ya acercándose el verano, brilla en mi ventana desde demasiado temprano y me despierto y me vuelvo a dormir y sueño cosas raras como que estoy distraída y sin querer fumo del porro que gira en una ronda de extraños y miro mis manos y me quiero arrancar los pelos del brazo y me pregunto ¿cómo puede ser que los pelos del brazo solo crecen hasta donde crecen? Y antes de que nadie me responda vomito en mi boca y corro por el pasillo buscando el baño pero no hay tal baño y ahí no sé qué pasa pero tengo ganas de comer miel y abro un frasco y meto dos dedos y pienso ¿cuándo fue la última vez que me lavé las manos? Me chupo los dedos y quiero que todo el mundo se vaya de mi casa pero no sé quiénes son ni qué hacen en mi balcón ni por qué hablan tan fuerte, bajen la voz, les pido y siento la urgencia de regar la planta que no riego hace 8 días.
Miro hacia abajo y no es suelo, es abismo, y yo floto en el aire y otra vez en sueños aparece la palabra limbo. Limbo mi rutina, limbo tu presencia.
Limbo. Ausencia. No estás vos y yo tampoco. La distancia, que es el tiempo entre un abrazo y el siguiente, ya no existe.
Encontré un refugio en el lugar del que alguna vez necesité huir, me fui porque necesitaba estar lejos y volví cuando necesité estar cerca, adentro: hogar, caparazón y asilo.
Tengo ahora una casa vacía: un cuarto propio. El limbo ya no es tan limbo y el espacio que habito se vuelve infinito. No tengo sillas pero el piso me sostiene. Me acuesto con la panza desnuda en la madera fría, siento el sol calentándome la espalda y con la mano ya cansada escribo: la nostalgia tiene olor a café y está finita mi alma. Todo lo que toco se convierte en poema y los días se hacen más largos y me empujo a mí misma a un pecho medio abierto que todavía sangra y mis dedos son como gusanos que revuelven mis entrañas mientras todo lo que toco se convierte en vos y yo y ayer y nunca más
En esta casa nazco nueva, camino descalza y me acuesto en los rincones para amoldar mi cuerpo a la forma de un hogar que está emergiendo
Entre los pliegues encuentro escombros y dejo que las sábanas me domestiquen. Me relamo como un gato y me estiro y siento el crujir de mis huesos. En el medio del pecho un cuenco donde reposan cenizas, el verano a la noche se enfría y yo tejo caricias con mis piernas como arañas. Me regocijo en la lentitud del momento y entonces entiendo el silencio, el óxido en la boca, la tensión en nuestros cuerpos. Veo la ira en los otros, las piedras en sus bolsillos, y yo, mientras tanto, amaso este amor y se derriten el tiempo y las dudas, y yo, difusa, sin límites, peleo con la memoria e intento quemar la herida.
Quiero mostrar el secreto, la explosión que borbotea en mis adentros: la de una bestia salvaje, la de un deseo ancestral. Me muevo por la casa y echo raíces, siento temblar los cimientos, me absorbe la tierra firme y mis tobillos cada vez más flacos se afirman al nuevo suelo.
Es necesario a veces el silencio y abrazar la nostalgia, perderle el miedo a saber a los otros lejos, las distancias son largas pero nunca son eternas. Siempre tendremos la promesa del reencuentro y no hay tiempo que no aguante lo que lo estire la vida.
Ini Molina
Ini Molina (Uruguay, 1992). Vive desde 2010 en distintas partes del mundo y trabaja como redactora, diseñadora gráfica e ilustradora.
Se define como militante de izquierda y feminista es integrante fundadora de Harta, revista digital con perspectiva de género dirigida a adolescentes.
Es asidua a talleres literarios, escribe poesía y prosa y ha sido parte de diversas publicaciones literarias, destacándose la antología de diarios íntimos de mujeres “La desconocida que soy” (2018, Índigo Editoras).