Sola no lo hubiera hecho nunca. Sabes de sobra que no me atrevo ni a asomarme a los rellanos de Schönleinstraße cuando pasan de las doce, cuando la madrugada quema. En vez de vadear a cuchillo por el eje longitudinal del parque aquella noche de jueves, hubiera dado un rodeo en forma de U larguísima para llegar al otro lado o me hubiera decidido a volver por fin a casa. Que ya no son horas y echo de menos mi cama. Que ya lo hemos bailado todo, que pronto amanecerá. Que estas botas me muerden y arañan como fieras, que no quedan clubs abiertos en los que comulgar a jirones.
— ¿Estás loco? —te solté— ¿Pretendes ir por el centro, a través?
No contestaste, mientras tus ojos acuáticos me imantaban durante un perpetuo minuto recordándome quién eras, lo valioso y urgente de tu nombre. Y es que me conoces, te conozco, no hay trampas entre nosotros. Sólo tú me calmas, me inspiras durante el invierno. Tú y tan sólo tú me perdonaste deudas, encajaste mis piezas esparcidas bajo los puentes de acero de la ciudad y sus calles. Eso ambos lo sabemos.
Exhalando el humo a través de esa sonrisa afilada tuya me susurraste: “Vamos”.
A oscuras atravesamos Görli mirando hacia el frente borroso, sin vacilar, como si alguno de nosotros supiera a dónde queríamos ir. Los dos conscientes, sin duda fingiendo, siempre al límite pero pasándolo bien.
Tu brazo cayó con cuidado sobre mis hombros cuando apretábamos el paso, cerca del Schreitender Mensch, y allí lo dejaste. Estuve de acuerdo, no podía haberlo estado más: mejor tenerte bien grande conmigo, de manos duras hechas a la madera. Mejor notar que sigues ahí, avanzando implacable a mi lado, caderas en paralelo, al tiempo que nos enmarca la enorme y aguda eme metálica.
Después de eso sólo recuerdo grava desnuda y césped, el mismo que pisábamos, entre la insípida luz rasante de un farol que titilaba, muriéndose a lo lejos. Nada más allá, todavía no. Era demasiado pronto, no podíamos parar. A izquierda y derecha, sólo un eco negro a la espera, escondido tras los rincones de nuestra ceguera transitoria.
Lo confieso: no he conocido en esta ciudad de piedras a nadie más de fiar que tú. Rizos de metro ochenta y siete, rubio del este del Olimpo griego que te cuida nocturna y asegura que hoy también llegarás a casa. De repente, me aferré a esa idea como a un dogma recién aceptado, con fervor histérico y agradecida, porque alguien que te presta su chaqueta antes siquiera de que se te ocurra que la necesitas te intuye incluso mejor que tú misma.
El aire parecía impregnado de plomo y me costaba respirar. Imaginaba dos grandes bocas de lobo acentuándose los dientes, una frente a la otra, impulsando un quebradizo aliento de ramas directamente hacia nuestra nuca. Me engullía el miedo insomne a este lugar de leyenda urbana, mientras las sombras fluctuaban lamiéndonos los tobillos.
Con todas mis fuerzas intentaba concentrarme en el camino, en seguirlo hasta el final. Inclinaba mi cuerpo hacia la lenta línea recta de los metros que faltaban, con tu calor de cuero cargado a la espalda como único apoyo. Sobre todo, quería impedirme a mí misma dejar vagar la mente hacia aquello que habíamos visto y ya no podría olvidar –no nos dejes caer en la tentación–, hacia lo que dejábamos atrás pero me perseguiría siempre. De esas voces y gemidos y agujas y pantalones rotos que desearía no haber visto tan sólo me aislabas tú.
Tú, tú únicamente. Tú me metiste aquí, ahora tú tendrás que sacarme. Líbranos del mal.
Algo muy cercano a la fe acabó de convencerme cuando cogiste mi mano apretándola firme, y aceleramos juntos hacia el final del túnel, enfrentando de cara una huida cada vez más factible. Ya casi estábamos ahí, íbamos a conseguirlo.
Bendito seas y permanezcas. Que no se acabe esta noche. Que la sigan muchas más y conserves por siempre como reliquia esta cazadora ya nuestra. En ti confío y, por Dios, démonos prisa que al fondo, detrás de aquellas manchas sobre la hierba, alcanzo ya a ver la calle…
Y su cajero automático.
Leticia Nebot
Arquitecta y autora española especializada en urbanismo y la influencia constante entre ciudad e individuo, arte y modernidad. Con la deriva situacionista en el punto de mira, practica la aproximación directa como método de disfrute y conocimiento, al tiempo que traslada estos resultados a su trabajo y su escritura.Enraizada actualmente en Berlín, colabora en diferentes medios culturales de la ciudad a modo de estrategia al mismo tiempo participativa y revolucionaria, con publicaciones que van desde la más pura investigación académica hasta ficciones libres en diversos formatos. Blog – Instagram