Prólogo
Mi madre dice que este no es país para intelectuales. Que si leo lo haga en privado y que disimule cuando sepa de algo, que aquí los listos no hacen dinero. También dice a menudo que no nos quejemos, que el futuro ha sido en todas las épocas oscuro. Yo sé que mi madre leía mucho en secreto.
Según ella, cualquier historia podría ocurrir tanto hoy y aquí como podría haberlo hecho en la edad media. A mi me gusta la edad media, pero prefiero el desierto. A mi me gusta mirar el desierto, me gustan las historias que empiezan en el desierto.
Hace 40 años de esta historia.
La que en primavera es violeta una semana, en invierno es blanca y en otoño es marrón. Esa imagen del desierto ocre que se extendía a lo largo de la mirada como una hoja seca era la que más dura del año. Para ellos esa vista era lo único que tenían. Aquí el verano duraba siempre demasiado.
Hace 40 años que aquella madre perdió a su hijo de vista en aquel vasto horizonte. Era el menor y se lo tragó el desierto sin hacer ruido. Sin dejar pistas. Él, aquel día, mataba el tiempo con su hermano, que andaba rezagado y cuando volvió a mirar al frente se encontró la imagen vacía con la ciudad al fondo. Al principio pensó en un juego, pero pronto corrió; se volvió loco, gritaba, llamaba, se quedó mudo. Incluso pegó su oído al suelo, pero no escuchó lamento alguno excepto el suyo propio. Vacío, de nuevo. Ni su hermano, ni sus rizos dorados como el sol en el cielo ni el hoyo en el que había caído. Como si sus caminos se hubiesen perdido en una tormenta de arena que nunca existió. O de la que no lograba acordarse.
A aquella madre la petrificó la pena. Quedó inmóvil hasta el momento en que se desvaneció, con el único deseo de ser enterrada junto a su extraviado hijo. Del otro hermano poco se supo, las lenguas que dicen que excavó más de cuatrocientos hoyos, que se volvió loco. Que dejó tuerta aquella vista desértica a la que entregó su alma para encontrar a su menor y devolver la vida a su madre. Y que el cuerpo de esta se hizo polvo mientras esperaba, cubierta de flores, cubierta de sedas, en la cama en que su hijo mientras tanto la guardaba.
Del padre nunca se supo.
Daniel Eceolaza
Director y escritor de cine y publicidad madrileño residente en Berlín. Su pasión por el cine, la pintura y el arte de contar historias han marcado su vida desde muy joven. En los últimos años Daniel ha desarrollado una serie de documentales sobre extranjeros en Berlín y la influencia de la música en su trabajo, así como desarrollado campañas para marcas como BMW, Playstation o Deutsche Grammophon y artistas como Anna Netrebko, Kid Simius o Paul Kalkbrenner.