Seguimos turisteando del cuero para adentro. En una edición anterior vimos que discernir la diferencia entre lo que quiero y debo era un método sencillo de autoobservación. Ahora bien, si le sumamos el ejercicio de la buena comunicación, es decir, poder expresar al otro más o menos donde estamos parados a nivel deseo, evitaremos más de un escenario indeseado. Desde el Ministerio de Turismo Interior siempre ofrecemos una anécdota verídica para facilitar la comprensión: Mara y Diego (nombres que nos hemos inventado) son una parejita de españoles que viven juntos en Berlín desde hace unos años. Era sábado por la noche y Mara había quedado con amigos en un bar. Ella sintió que debía invitar a su querido Diego a la reunión. Lo hizo. Diego (el buen comunicador en esta historia) respondió: «Amor, yo preferiría quedarme en casa viendo Netflix, pero si para ti, por algún motivo, es importante que te acompañe, lo haré con gusto. Pero si, por el contrario, no es tan relevante para ti, me apetecería quedarme». Mara sonrió y le comentó: «sentí que debía invitarte porque no tenías planes para hoy (ahora Mara también es buena comunicadora), pero en realidad me parece bien ir sola, si no te molesta». Ambos rieron y estuvieron de acuerdo. Diego pudo haber ido a la velada sin ganas pensando que si no Mara lo tomaría mal. Y ella, como se lo dijo a Diego después, se sentiría responsable de él toda la noche, ya que Diego no conoce tanto a estos amigos. Ambos se ahorraron obligarse; uno, de asistir a una reunión que no le decía mucho; y la otra, de estar pendiente que su pareja no se aburra.
A veces las historias tienen un buen desenlace y depende más de nosotros de lo que se piensa. El desafío se basa en que nuestro accionar esté motivado más por el deseo que por la imposición y en no suponer lo que el otro pueda necesitar o esperar de nosotros, sino preguntar, consultar, comunicar.