Se sentó en la única silla de la cocina donde por la mañana esperaba la tarde, y por la tarde la noche. Encendió la radio. Se regaló un suspiro mientras la canilla averiada le daba voz al reloj en la pared.
Serena tenía poco, salvo tiempo. Sentía sobre los hombros el amontonamiento silencioso de los cansancios. Si el hambre duele en el abdomen y el miedo en todo el cuerpo… ¿dónde duele el tiempo?
El pasillo que une la cocina con la puerta de la calle se le fue empinando con los años. Las pocas veces cuando intentaba salir de la casa, la molestia en las rodillas se convertía en un dolor agudo, se le entumecían los gemelos, el cuerpo le manifestaba su desacuerdo como si quisiera prevenirla o llamarla a reflexionar sobre esa intención. Cuando lograba asomarse a la vereda bastaba fijarse en su mirada para saber que el mundo se le había vuelto un lugar confuso. Sofisticado.
Una vez al mes la visitaba un sobrino para alcanzarle remedios. Jamás entraba a la casa ni le justifica el apuro. El encuentro le permitía a Serena esbozar dos agradecimientos, y dos preguntas, en el mejor de los casos.
Con la comida también se las arreglaba, una vecina que vivía a unos pocos metros le hacía las compras de la semana. Pero también es verdad que la vecina no siempre se acordaba y más de una vez Serena debió ir hasta su casa, a paso lento y con un poco de vergüenza, a recordarle que le hiciera el favor.
Algún que otro día Serena supo dar impulso a las agujas del reloj mirando programas de cocina en la televisión, regando plantas, o cortando verduras para las comidas, con gran anticipación. Pero a medida que el día avanzaba, su expresión desmejoraba. La noche la entristecía. Ni bien caía el sol, subía el volumen de la radio y preparaba la cena con voluntaria lentitud, buscaba mantener la mente ocupada para alejar los pensamientos, que la acechaban como si olfatearan su nocturna melancolía.
Sin mayores distracciones ni entretenimientos, comenzó a pasar cada vez más horas recordando lugares, momentos, personas. Hasta ocupar la mayor parte del día. Los recuerdos revoloteaban en su cabeza, errantes, hasta fecundar su atención. Le llegaban opacos, incompletos, desordenados. No le importaba. Ella los recibía y los cobijaba mientras buscaba en sus bordes una marca, una pista, algo que la ayudase a encastrarlos con otro retazo de su vida.
Serena vivía, ahora, en el pasado, rezagada. Atemporal. Sin embargo, los días le transcurrían con mayor ligereza, como si algo hubiera destrabado y aceitado los engranajes del tiempo. Y ganó vitalidad. Y ganaron brillo los colores. Y atractivo las canciones que pasaban en la radio. Y sobre todo, Serena ganó el disfrute de lo cotidiano.
Un mediodía mientras regaba las plantas en el patio, la abordó un recuerdo de su infancia que la hizo sonreír —era de los que convidan al presente, gestos del pasado—. Enderezó la regadera para dedicarle toda su atención. Era tan vívido y palpable que los colores se le confundían con los de las flores en las macetas. Puede que haya sido algo tan simple como esos colores lo que le permitió enlazar el pasado con el presente. Y contrastar.
Al cabo de unos instantes la sonrisa le dio paso a un gesto vacilante, la nitidez de las imágenes no se condecía con la antigüedad del recuerdo. Los detalles eran curiosamente precisos. El recuerdo avanzaba sin interrupciones, una escena daba paso a otra, y luego a otras más, en una secuencia que parecía no tener fin.
Detuvo el recuerdo de forma abrupta, pero de inmediato apareció otro. Era el festejo de un cumpleaños, tal vez de la hermana o de algún primo. Lo dedujo porque estaba presente toda la familia pero su ubicación indicaba que no era ella la festejada. Recorrió las caras de los presentes, identificó a sus padres, a sus tíos, a sus abuelas. Lo llamativo, esta vez, era que estaban sus abuelos, quienes habían fallecido antes de que ella naciera. Eran ellos sin dudas, no sólo por el parecido con las fotos que alguna vez había visto, sino por cómo interactuaban con el resto de los presentes. Todo lo sugería.
Los recuerdos se sucedían, hasta que en uno de ellos apareció una mujer joven que se le acercó.
—Estoy embarazada, mamá.
Serena soltó la regadera. Y cuando por fin reaccionó fue hasta la habitación y revolvió las fotos. En ninguna aparecía la mujer que la había llamado mamá. Claro, Serena no tuvo hijos.
Se alternaban en su cara expresiones de pánico y de tristeza mientras se iba dando cuenta de que sus recuerdos estaban repletos de mentiras. La mente no sólo le restauraba recuerdos, también rellenaba silencios y espacios convirtiendo las pausas en voces, las ausencias en presencias.
Se acostó en la cama rodeada de fotos. Lloró con la tibieza que permitía la edad. Sintió que el cuerpo se le desarmaba como si estuviera formado por recuerdos encastrables. Tal vez seamos eso… recuerdos… la consecuencia de lo vivido, delimitada por lo callado.
Durante los días posteriores intentó frenar el impulso de recordar. Probó con juegos que ella misma inventaba, juegos de cartas, inocentes, sencillos, que carecían de objetivo. Pero por más esfuerzos, no podía lograrlo, los recuerdos no se detenían.
Volvieron a aquejarla los dolores del tiempo y de la soledad, que a veces se nos confunden. La fatiga regresó a su cuerpo con el rencor de los que se sienten traicionados.
y Serena empatizó con la idea de la muerte, en cualquiera de sus tantas formas. Alzó una protesta muda contra la vida, un reclamo genuino. Pero la vida es sorda, o al menos eso creyó Serena al no obtener respuestas.
Esta mañana, bajo el silencio falso que genera una profunda reflexión, Serena se sentó en la silla de la cocina. Cerró los ojos para tomar impulso y se lanzó sobre sus recuerdos, alejándose del presente para siempre.
Diego Simón
Quilmes, Buenos aires, Argentina; 1982. Escritor. Autor del libro de cuentos breves “La textura de la incerteza” (Editorial Ruinas Circulares, 2020). Con el cuento “El galeón”, obtuvo el primer puesto en el “3er Concurso Literario” organizado por la Sociedad Argentina de Escritores (SADE) en el año 2019 y una “Mención de Honor” en el “62° Concurso Internacional de Poesía y Narrativa – Ensamblando Palabras” organizado por el Instituto Cultural Latinoamericano en el año 2018. Cuentos suyos han sido publicados en revistas literarias. Miembro de Centro PEN Argentina. Instagram – Facebook