En la ciudad espacial K-108, los cumpleaños eran recordados a sus habitantes con un mes de anticipación, en los dispositivos personales y en las pantallas de los centros de distribución de transportes públicos.
Eva tenía plena conciencia de que faltaban veintitrés días para que cumpliera ochenta años. No necesitaba que nadie se lo recordara, pero sí quería un regalo y hacía tiempo que tenía en mente cuál sería.
Hacía diez años que vivía en el espacio, contra su voluntad, como la mayoría de la gente mayor a su alrededor. En el año 2050, la Tierra había colapsado, por superpoblación, por falta de recursos de todo tipo y cataclismos naturales.
Las grandes potencias comenzaron la construcción de ciudades espaciales en la década del treinta y en veinte años construyeron más de cien estaciones distintas, dentro de las cuales había una ciudad. El problema era que cada una tenía capacidad para un millón de personas, por lo que para ese momento diez millones de humanos vivían en el espacio, mientras que en el planeta la población mundial superaba los diez mil millones, sin mayores esperanzas de vida.
Los criterios de selección de quiénes podían embarcar en una nave espacial y se aseguraban un lugar en una ciudad artificial, habían sido todos siniestros, comenzando por el simple hecho de que —como todo en la historia de la humanidad— tenía precio. El primer segmento eran los millonarios, que además gozaban de todo tipo de servicios de nivel superior.
No había sido el caso de Eva, que llegó a K-108 gracias a su único hijo, que era el comandante general de esa ciudad.
El padre de Mateo había fallecido veinte años antes, dejando a Eva viuda a los sesenta, el mismo año en el que fue abuela por primera vez. Una década después, Mateo fue destinado al espacio, junto a su familia, incluyendo a su madre.
Para ese momento, los nietos de Eva terminaban su infancia y ella supo que su lugar y sus últimos años sólo podrían ser soportados junto a su familia, a pesar de todo lo que debía dejar para siempre en la Tierra.
Los primeros tiempos se había dedicado a ellos, sobre todo porque su nuera no lograba adaptarse a la realidad espacial.
A medida que sus nietos se hicieron adultos y dejaron de convivir con los mayores, Eva decidió retomar la escritura y la docencia de literatura, como lo había hecho durante toda su vida en la Tierra.
Pero en los años que llevaba en el espacio no había logrado trabar amistad con una mujer de su edad. Lo intentó en varias oportunidades y en un par de ocasiones creyó haber tenido éxito, aunque se dio cuenta de que sólo se trataba de relaciones sociales y no de amistades personales.
Eran muy pocas las amigas que dejó en la Tierra. Si era sincera con ella misma, dejó a dos, porque las demás se distanciaron, no tanto por vivir en otra ciudad u otro país, sino por el caos mundial de aquella época, cuestiones familiares, de salud o porque sí.
No lograba recordar cuándo fue la última vez que tomó un café con una amiga, cara a cara, a la antigua. Esa costumbre se había perdido casi por completo en la Tierra en la época en la que Mateo estaba en la universidad.
Todas las relaciones en general eran virtuales; uno podía hablar con el otro —pantalla de por medio— durante horas, pero no podía dar un abrazo o un beso de bienvenida, de despedida, de feliz cumpleaños o lo que fuere.
Para Eva la escritura era natural, no le costaba nada sentarse a escribir para comunicarse, pero consideraba que nadie —por bien o mal que escribiera— habla de la misma forma que escribe. Y le resultaba peor que la gente redactaba grandes declaraciones de todo tipo que después no llevaban a la acción. Este no era un problema de la nueva era espacial, sino nacido con el siglo XXI, con los dispositivos tecnológicos.
Eva distaba de ser la única que sostenía que la tecnología terminó convirtiéndose en un bumerán en materia de comunicación, aunque resultaban claras las ventajas de lo instantáneo y la distancia, porque daba lo mismo que dos personas vivieran a doscientos metros que a doscientos mil kilómetros, si se comunicaban por el mismo sistema virtual.
Los adultos mayores como ella conservaban la vieja costumbre de escribir con palabras, más allá de la extensión del texto. Los más jóvenes mantenían interminables intercambios de íconos, símbolos, signos, figuras, señales, dibujos y cualquier otra representación gráfica que no fuera una palabra.
A criterio de Eva, la consecuencia era que los diálogos —porque la palabra conversación le parecía enorme, en comparación— resultaban muy pobres, para decirlo suavemente y desde todo punto de vista.
En lo personal, se había esmerado tanto en la educación de Mateo y de sus nietos que, para su alegría, todos eran capaces de dialogar y conversar con normalidad. Pero ella extrañaba la conversación con una amiga, sobre lo que fuera. Extrañaba conversar en general, como lo disfrutó con su madre o con su marido.
Y si la humanidad fue capaz de construir ciudades espaciales, por supuesto que también logró alcanzar altísimos niveles de inteligencia artificial. De hecho, muchas funciones eran cumplidas por robots humanoides dentro de la ciudad, a los que sólo se distinguía por el uniforme y no porque no parecieran humanos ciento por ciento. Hacía décadas que todo ese mundo había sido anunciado como ciencia ficción; el problema era que se transformó en realidad, incluyendo Las tres leyes de la robótica, enunciadas por Isaac Asimov un siglo antes[1].
A su edad, Eva no quería al Hombre bicentenario, así tuviera la cara de Robin Williams, a quien nadie recordaba por arcaico. Tampoco quería que fuera alguien más joven que ella. Quería alguien a la par y en el mundo de K-108 del año 2050 se podía elegir, configurar y comprar una amiga, en menos de diez minutos.
Claro que comprar una amiga implicaba tener el poder adquisitivo del primer segmento, pero cuando su familia le consultó qué regalo esperaba por sus ochenta años, Eva les dijo la verdad, sin vueltas.
Mateo se conmovió ante el pedido de su madre y encontró una variante dentro del mercado que estaba a su alcance.
Así fue que una semana antes del aniversario, Eva concurrió a la cita programada en las oficinas de Overtherainbow, una de las empresas especializadas en ese tipo de robots. De hecho, fue recibida por uno que le ofreció una bebida, le explicó el procedimiento y la dejó a solas en una habitación, para que diseñara hasta el mínimo detalle de su futura amiga.
A Eva le pareció fascinante: podía esbozar la parte física y también elegir todos los aspectos de la personalidad, para lo cual había preparado una larga lista de cualidades a incluir y otras a excluir. Esa lista fue el resultado de tantas amistades y vínculos de todo tipo vividos en la Tierra.
Eva dividió una hoja con una línea vertical en el medio: la columna izquierda se titulaba Sí y la columna derecha se titulaba No, que le sonaron mejor que virtudes y defectos, sobre todo para que no resaltaran los propios.
La confección de esa lista fue un proceso de varias noches y le resultó bastante doloroso, porque la obligó a recordar un sinfín de situaciones y personas que dejaron más cicatrices que sonrisas en su memoria.
Una hora después de haber ingresado a su cita, tenía a su amiga perfecta diseñada, menos el nombre, que no se atrevió a elegir, por lo que indicó que debía autonombrarse.
El día de su cumpleaños, a las nueve de la mañana, se anunció en su habitación la visita de Keyra, su nueva amiga. Eva estaba preparada, esperándola. Abrió la puerta ansiosa y en cuanto la vio, le encantó; era tal cual la imaginó.
—Hola Eva, feliz cumpleaños. Mi nombre es Keyra y soy tu nueva amiga. Mucho gusto en conocerte en este día tan especial para ti —dijo la humanoide, al tiempo que se acercaba a Eva, le daba un beso en la mejilla y le entregaba un gran ramo de flores artificiales envueltas en papel de regalo, con un moño plateado en el centro.
—Hola Keira, gracias y mucho gusto en conocerte justamente el día de hoy. Adelante, por favor. Me gusta tu nombre, me recuerda al de una actriz inglesa muy bonita que se llama Keira Knightley…
—Pero el nombre de la actriz es con i latina y el mío con y griega.
—Ah, es bueno saberlo. ¿Quieres un café?
—Sí, claro. Como prepares el tuyo para mí está bien.
Mientras Eva servía el café en la cocina, tuvo tiempo de pensar que la relación con Keyra sería toda una experiencia. Su nueva amiga ya tenía incorporada mucha información personal y familiar, porque si bien se acababan de conocer, la idea era que el vínculo ya estaba preestablecido, aunque el desafío inicial consistía en que Keyra tenía conciencia de que no era humana y Eva era su primer vínculo «afectivo».
La conversación que mantuvieron aquella mañana fluyó con amabilidad, pero Eva no podía dejar de observar a Keyra y sintió que era recíproco, como si se estuvieran examinando.
Había elegido que su amiga fuera de estatura mediana, delgada, de pelo lacio con algunas canas y ojos claros. Era bonita sin ser deslumbrante, pero daba unos años menos que su diseñadora y la explicación era simple: Keyra no había vivido hasta ese momento y donde más se notaba no era en sus pocas arrugas, sino en su mirada, que no sabía nada de sentimientos. Eva recordó la frase de su madre, tantas veces repetida: «Los ojos nunca mienten».
Se veían con regularidad, a veces por iniciativa de Eva y otras veces por la de Keyra, que parecía ¿adivinar? cuándo su amiga tenía ganas de un encuentro. Los programas eran variados y acordes a la edad de ambas: tomaban el té, iban al teatro, veían viejas películas, jugaban a las cartas o al bridge, pero lo que más hacían era conversar. No existía tema que Keyra no pudiera abordar y siempre aportaba los datos que Eva no recordaba.
En varias oportunidades, la nueva amiga participó de reuniones y festejos familiares. Todos adoraban a Keyra, que siempre tenía la dosis justa de simpatía, amabilidad, consideración y diplomacia.
Pasó un año y Eva estaba a punto de cumplir ochenta y uno y Keyra, uno. La propuesta fue que su amiga se uniera al festejo familiar del cumpleaños y que a su vez ambas celebraran un año de conocerse. Y así fue.
Esa noche no pasó nada en particular, por el contrario, fue una velada de lo más agradable para todos.
Pero a la mañana siguiente, Eva se levantó de mal humor, que no era habitual en ella y no supo por qué.
El miércoles Keyra la contactó para coordinar el té de los viernes a la tarde y, por primera vez, Eva le dijo que no podía porque ya tenía otro compromiso, como excusa. Keyra no pareció sorprenderse ni molestarse y le contestó amablemente, como siempre. Eva se fastidió ante la falta de reacción, a sabiendas de que no era razonable.
Durante ese fin de semana, tuvo tiempo de pensar en su vínculo con Keyra y qué era lo que la tenía a maltraer.
La noche del domingo durmió muy mal y tuvo un sueño desagradable, en el que una vieja amiga de la mediana edad desafinaba al tratar de entonar algunos versos de una canción que estuvo de moda cuando ambas eran adolescentes. Eva no logró recordar las palabras exactas pero sí el título de la canción. Se levantó y le pidió a su asistente virtual que buscara la letra completa de aquella balada. Los versos que soñó decían:
«Ojalá se te acabe la mirada constante,
la palabra precisa, la sonrisa perfecta…»[2]
Mientras revolvía su café de la mañana, Eva se sintió agradecida por el sueño revelador: su problema con Keyra era que no soportaba más ni su mirada constante ni su palabra precisa ni la sonrisa perfecta y entendió que todo aquello distaba de ser un problema del robot, porque ella misma había deseado y diseñado a su amiga perfecta.
Antes de salir le ordenó a su asistente virtual que enviara un mensaje a Overtherainbow, solicitando que desactivaran a Keyra.
Con el correr de los días, Eva se sintió aliviada ante la decisión tomada, pero se resignó ante la idea de que su mejor amiga era ella misma, que distaba de ser perfecta.
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[1] Las tres leyes de la robótica son un conjunto de normas elaboradas por el escritor de ciencia ficción Isaac Asimov, que la mayoría de los robots de sus novelas y cuentos están diseñados para cumplir. En ese universo, las leyes son «formulaciones matemáticas impresas en los senderos positrónicos del cerebro» de los robots (líneas de código del programa que regula el cumplimiento de las leyes guardado en la memoria principal del mismo). Aparecidas por primera vez en el relato Círculo vicioso (Runaround, 1942), establecen lo siguiente: un robot no hará daño a un ser humano o, por inacción, permitir que un ser humano sufra daño. Un robot debe hacer o realizar las órdenes dadas por los seres humanos, excepto si estas órdenes entrasen en conflicto con la primera ley. Un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con la primera o la segunda ley.1Esta redacción de las leyes es la forma convencional en la que los humanos de las historias las enuncian; su forma real sería la de una serie de instrucciones equivalentes y mucho más complejas en el cerebro del robot. Asimov atribuye las tres leyes a John W. Campbell, que las habría redactado durante una conversación sostenida el 23 de diciembre de 1940. Sin embargo, Campbell sostiene que Asimov ya las tenía pensadas, y que simplemente las expresaron entre los dos de una manera más formal. Las tres leyes aparecen en un gran número de historias de Asimov, ya que están en toda su serie de los robots, así como en varias historias relacionadas, y la serie de novelas protagonizadas por Lucky Starr. También han sido utilizadas por otros autores cuando han trabajado en el universo de ficción de Asimov, y son frecuentes las referencias a ellas en otras obras, tanto de ciencia ficción como de otros géneros
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[2] Título de la canción: “Ojalá”. Autor: Silvio Rodríguez (1975).
Agustina Hernández
María Agustina Hernández nació en 1972 en Buenos Aires. Es escritora y abogada. En el año 2015 publicó su primer libro de cuentos, “Avant Premiere” (Ediciones del Dock). En marzo de 2017, su novela: “La Inmaculada” fue finalista del “V Concurso Internacional de Novela Contacto Latino” (Estados Unidos / Pukiyari Editores) y publicada por dicha editorial en las plataformas de Amazon/Kindle (digital y papel), Barnes and Noble y Books a Million. En el año 2018, su cuento “La dedicatoria”, fue seleccionado y publicado por la editorial Sinergias (España) en una “Antología de Relatos” de dicha editorial (Amazon.es/Kindle, digital y papel) . En octubre de 2018, la revista “Culturamas”, España, publicó su artículo: “Los días importantes”.