Horacio Lavandera, el joven maestro pianista y director de orquesta argentino nació en el seno de una familia de larga tradición musical. Un perfeccionista y apasionado de la música, pareciera no dejar un detalle librado al azar. En entrevista exclusiva con Lado|B|erlin, descubrimos cómo piensa el músico quien, a pesar de estar a un nivel superlativo, no deja de tener los pies sobre la tierra.
Motivado por sus padres y luego formado por su tía hasta la pubertad en el piano, Lavandera llegó de muy joven a asociarse con grandes personalidades de la música mundial como Marta Argerich, quien le recomendó un concurso que cambiaría el curso de su carrera.
En el año 2001, la Argentina vivía horas muy complicadas tanto a nivel social, económico, político y cultural. Fue en ese momento en que el pianista, asesorado por Argerich, que llegaría a Milán y luego a vivir en Madrid. Pero desde los trece que vive entre Buenos Aires y Europa, donde, según dice, la música clásica recibe mucho apoyo del público porque es la música que representa a su sociedad.
Horacio Lavandera parece ser un perfeccionista, una persona que no va a parar hasta encontrar el sonido exacto que tiene en su mente. Abierto a todos los estilos musicales, aunque siempre con una mirada crítica, reconoce que le gusta el jazz y hasta ciertos aspectos de la música electrónica.
El pianista dijo alguna vez que quería vivir más de cien años. Sonriendo, reconoce que son tantas las actividades que quiere hacer y logros que alcanzar, que necesita superar esa marca. Se entiende que alguien tan perfeccionista esté en todos los detalles, por eso practica natación tres veces a la semana, sale a caminar y a correr porque el ejercicio lo ayuda, además, a fortalecer la mente. Lavandera dice que “el piano te lleva a velocidades límites en términos mentales y físicos”.
Horacio Lavandera – el mundo de un músico
Hijo del músico percusionista y miembro de la orquesta de tango de Buenos Aires, José María Lavandera, Horacio proviene de una larga tradición de músicos. Su tatarabuelo era director de orquesta, sus abuelos clarinetistas y su tía abuela, Marta Freigido, quien había sido alumna de Vicente Scaramuzza. O sea, “que la música como modo de vida profesional es algo que ya venía de varias generaciones y no fue una sorpresa que me dedicara al piano y a la música”- dice el músico.
Desde muy niño tocaba música con su padre y luego a los 7 años empezó formalmente a estudiar el piano con su tía abuela, Marta Freigido, quien no hizo carrera de concertista porque, según explica Lavandera, era otra época. “En mi familia eran muy conservadores y no dejaban a las mujeres que desarrollen una carrera profesional. Estamos hablando de los años ’40”. Se dio un límite con su tía abuela y pasó a estudiar con otro alumno de Scaramuzza para formarse a otro nivel, Antonio de Raco. Además de ser un pianista, era un pedagogo. Había sido uno de los pianistas más importantes de argentina en los años ’40, tocando en el Carnegie Hall de Nueva York, con las mejores críticas del Washington Post. “Yo tenía 12 años y el 83, me dio una experiencia muy interesante. Tres años más tarde ya estaba concursando en Milán, fue todo muy rápido”. Donde llegó queriendo conquistar la música de vanguardia de compositores como Karlheinz Stockhausen.
En mi familia eran muy conservadores y no dejaban a las mujeres que desarrollen una carrera profesional
En entrevista exclusiva con Lado|B|erlin, Horacio Lavandera, a días de su concierto en Berlín, hablar de su vida, de su mundo en la música y mucho más. Un hombre perfeccionista, virtuoso, con acceso a las mayores salones salas de concierto del mundo que pareciera nunca haber perdido la humildad y el contacto con lo terrenal.
¿Qué te pasó cuando diste el salto de Argentina a Europa?
Era una necesidad muy importante porque estábamos en el 2001 en un Argentina con muchos problemas sociales y ni qué hablar a nivel de la cultura. Y esto estaba vinculado a mi necesidad de abrirme camino en el mundo de la música. Entonces felizmente, a través de contactos conseguí una beca para trabajar en Madrid con el pianista Josep Colom. Y de esa manera empezar a vincularme que es de lo más importante para ir generando trabajos y posibilidades. Los artistas necesitamos de una continuidad en este mundo complejo en el que estamos.
¿Qué lo vuelve complejo?
Muchos factores. Creo que por un lado hay que pensar cómo se va integrando la música clásica en la sociedad actual. De acuerdo a cada idiosincrasia se encuentran distintas soluciones. Si la música clásica es entendida como algo conservador que se restringe a una élite y que esta música es solo para este club de amigos. Al final del camino, esto acota mucho las posibilidades que los problemas van a aparecer. Son muchas las personas que se quieren dedicar a esto con muy alto nivel pero no encuentran los espacios. Si vos lo dejás adentro de un club, la sociedad se auto margina y la gente no lo consume porque piensa “eso no es para mí”. Yo no digo que no se cree un club privado, no hay ningún problema, pero por parte de los estados de acuerdo a sus posibilidades, tienen que pensar cuáles son las mejores opciones para la cantidad de personas que tienen el talento que se tienen que desarrollar.
Yo ya sé que me voy a morir sin poder tocar todas las obras que me gustan
El caso paradigmático, en este tipo de pensamiento, es Venezuela con todo el desarrollo de orquestas juveniles e infantiles. Esto crea un contraste con todo lo conocido a la música clásica. Y también la función social. Yo creo que este tipo de proyectos presenta una situación de que el mundo tiene que cambiar a un diálogo muchísimo más horizontal en las artes. Dar la posibilidad de que todos los niños estudien música y, además, la función social de que esto los ayude a salir de problemas como las drogas o en las familias y que la música les dé una contención, que es lo que hace la música, es una contención al ser humano. Y esto en todos los niveles que lo planteás, ya sea el de un principiante o el de que toca en la Sinfónica de Berlín. Es algo que nos enriquece como personas.
Alguna vez dijiste que cada dedo toca una voz,
¿cómo es eso?
Sí, y hay músicas que exigen gran virtuosismo. Bach, por ejemplo, componía fugas de hasta cinco voces. Está la anécdota de que cuando le ofrecieron hacer la ofrenda musical a Federico el Grande II de Prusia, que pusiera seis voces, y cómo lograr esto es lo que me fascina de mi trabajo.
Es una actividad infinita – todo lo que puedas pensar y desarrollar en la música no tiene límites. Es lo que nos mueve a los músicos. No te alcanza la vida para estudiar e interpretar la obra de Bach o Mozart. Yo ya sé que me voy a morir sin poder tocar todas las obras que me gustan.
¿Cuántas horas tocás el piano por día?
Todo el día, la música es mi vida. No es una profesión normal. Hay que estar mucho tiempo encerrado de estar buscando tu sonido en una obra. Requiere de estar muy aislado del mundo que nos rodea. Que los oyentes sepan que la obra está viva y que se sienta como un estreno por más que ya la conozcan, como Claro de luna o Para Elisa.
Cómo decía Frank Sinatra sobre Judy Garland, que cada vez que ella cantaba moría un poco, ¿no?
Bueno sí, cada vez que tocó me salen más canas (ríe). Estando en la casa de Beethoven sentí una energía especial que debo confesar que me costó recuperarme. A las dos semanas tenía un concierto en Leipzig y tenía que volver a encontrarla. Quizás por el lugar, siendo que fue donde nació, después de tocar la Sonata Appassionata, se paró todo el público. Fue una sensación muy especial tocando una música que te demanda mucho. Y también es un lugar que hay mucha perfección, la sala, el piano. Es tan grande que es irrepetible en mi vida. Es cuestión de tener siempre estos momentos muy bellos y revivirlos.
¿Anotás las cosas después de cada concierto aquellos puntos en los que querés mejorar?
Sí, sí. Me grabo también, así que siempre estoy trabajando en eso. En ese sentido es importante tener una cierta constancia con las mismas obras para ir ganando mayor soltura. Mantener cierto repertorio o tener una serie de repeticiones es siempre muy saludable. Sentís cómo la obra va tomando forma mientras pasas por distintas salas, pianos y públicos.
Los músicos de rock se llevan sus instrumentos en las giras, ¿pasa lo mismo con tus pianos?
Algunos sí pueden, otros creo que tienen que tomar las baterías de cada lugar. Igual, si hablamos de Alemania, hablamos de un lugar que es súper primer nivel y te encontrás con pianos que son uno mejor que el otro. En mi trabajo es el mundo perfecto. Y de los mejores de los mejores, que yo recuerde haber tocado en Alemania, están en Múnich.
¿Cómo te llevás con la música moderna como tecno?
Yo escucho de todo. Trato de estar siempre muy abierto a encontrar un nuevo sonido. Escuchaba a un pianista de jazz que hacía una cantidad de efectos con el piano que ya lo quería imitar. Al ser compositor me interesa todo lo que pasa ahora. Tengo una visión por un lado abierta para saber lo que pasa y por el otro, una parte crítica para entender a qué apunta, cuáles son los sentidos que puede tener algo que el mercado quiere imponer. Hay una parte de la música electrónica que me parece maravillosa que es la creación de los nano-sonidos, o sea desde los sonidos más pequeños que se pueden crear.
Llegás a Berlín que es la capital mundial del tecno donde la gente es capaz de esperar horas afuera para entrar en un club para escuchar a un DJ determinado por el gusto que tienen de la acústica de ese lugar y el artista en particular al que van a escuchar mientras bailan. O sea, que es un concierto bailado a diferencia de la música clásica, llamémosle, que se escucha sentado en una sala de concierto.
La participación del espectador es algo que hay que conquistarla con herramientas. Y las mejores herramientas que existen a mi entender son las empíricas. La mejor manera de disfrutar de un concierto puede ser, como espectador, es si tenés también contacto con el instrumento, podés reflejarte en el artista y en los movimientos. Si ya tiene una historia de haber estudiado o de haberse criado con el piano, suma mucho. Pero por el otro lado, hay que conquistar a un público que está acostumbrado a ser muy activos en determinados eventos culturales y al pasar a un concierto de música clásica tienen que estar sentados. Es un contraste que hay que entenderlo como un acto de reflexión con esa música a través ese intérprete con esa sala y ver qué emociones transmite.