Pensaste en mudarte a Berlín el día exacto que dejaste de odiar a los personajes de gruesas gafas amarillentas y pelo cardado de los libros de texto de alemán –aka Andreas y Beate, que mira que eran rancios-.
En los examencitos iniciales, habías intentado meterte entre pecho y espalda con éxito relativo las trabas que tanto confunden cuando con once años se empieza a estudiar un segundo idioma. ¿Armas? Apuntes, diccionario y paciencia. Sobre todo, paciencia.
El globo de cosas a tener en cuenta se infla cada vez más cuando toca traducir veinte frases al día de la mano de tu mejor amiga sobre una cuadrícula. Vuestra letra, una diagonal azul lo más espigada posible, se enfrentaba con terrible periodicidad a la gran desmotivación en forma de ejercicios corregidos de vuelta, tachadísimos de rojo, heridos de muerte: márgenes llenos de flechas de cambio de orden y errores de terminaciones sacadas de la manga, cómo no. Todo mal, vuelta a empezar.
Y así, examen tras examen, curso tras curso, aumentaba en paralelo el volumen de las libretas y tus ganas de usar por fin todo eso que, de otra manera, no hacía más que acumular polvo. Te veías a ti misma de recién graduada en aún no sabías qué, acostándote cada noche en una amplia habitación con cama doble sobre el suelo y techos por las nubes de un pisito coqueto, inundado hasta las molduras de luz indirecta. Tu futuro a un sugerente medio plazo. Ya independiente, con ganas de novedades y el pelo más largo. Quizás flequillo y los dientes por fin juntos, haciendo amigos exóticos en un idioma que en aquel momento -¡ja!- te parecía asumible.
Tu yo adolescente había idealizado esa proyección, provista sólo con un pobre Präsens y un puñado de verbos de la lista de irregulares del Präteritum. En fin, eso de pasearte en bici con libros en el bolsillo y una planta en la cestita te atraía poderosamente. Las gafas de sol de concha, cazadora vaquera a la cintura y un café para llevar: el tópico de ahora que entonces aún no se conocía. Fuiste hip antes del hip sin llegar a serlo nunca del todo. ¿Qué querías, bonita? Los noventa agonizaban, tenías que escapar a toda costa del flúor y el talle bajo.
Así, te das cuenta ahora, llegó antes el alemán con su furia de géneros que el resto de las decisiones importantes de tu vida, junto con la idea etérea que te habías ido formando a fuerza de años sobre esta ciudad, la Hauptstadt caótica. Edificios antiguos donde se vivía con estilazo entre parqué y paredes blancas, lluviosos picnics de a dos sobre un edredón de flores oscuras colocado con gracia ante un proyector. Grafitis a pie de calle que trepaban hasta el tercero y el interior de los patios como enredaderas subversivas. Trenes puntuales surcando puentes de metal verde-industria junto al cóctel relajado de gente en los mercados de fruta y muebles por restaurar. Historia en los adoquines, culturas fundidas, música en directo.
Y allí estarías tú.
Sí, tú. La emigradita que busca un hueco a su medida, lo encuentra porque le viene dado y lo exprime como sabe, como a ella le viene en gana. Quien va a irse a vivir fuera por una temporada y no, no a cualquier sitio, mamá –le aseguras-. Te irás a Berlín.
A Berlín porque te llamaba, algo en ella contenía tu nombre. A Berlín porque lo vale y lo vales junto a ella, o quizás por todo lo contrario. A Berlín porque en el fondo a ella le da igual cómo seas, y es que ni siquiera le importas demasiado: te acoge y repudia y pasa de ti por igual con una crudeza asombrosa, en democrático porcentaje del treinta y tres coma tres periodo.
La verdad es que desde el vocabulario inaugural de material escolar y vacaciones en los que nunca acertabas el plural ha llovido bastante, aunque algo has aprendido por el camino, por supuesto. Por lo pronto, a pronunciar unas cinco o seis consonantes juntas, que ya era hora. Lo cuento como pasó.
Las oraciones cortas fueron alargándose ayudadas por conjunciones inofesivas y, más tarde, por peligrosísimos conectores. Frase a frase se enjambran textos y, de repente, te sorprendes un día entregando redacciones cada vez más elaboradas y cartas de solicitud a quien quiera que se anime a leerlas, mientras cada vez vuelven a tus manos unos márgenes menos manchados de rojo, más limpios, más correctos y estilizados. A lo largo de ese proceso hicieron su aparición estelar los modales, la pasiva y también los modales con pasiva, además de sus correspondientes formas en presente, pasado(-s) y futuro, para más tarde dejar paso al omnipresente Konjunktiv y sus Umlaute.
Finalmente, también llegarían pisando fuerte las subordinadas adverbiales y los Nomen-Verb-Verbindungen, con el único objetivo de hacerte parecer un poco menos Ausländerin al hablar, un poco más como ellos. Vaya, gracias. Todo un detalle. Así que vivo aquí camuflada entre aquellos que tienen como idioma materno un mecanismo de alto voltaje y precisión a prueba de filósofos existencialistas y son capaces de colgar a las palabras cuantos matices sean necesarios, como brillante bisutería encadenada.
En serio, hay que desear algo con muchísima fiereza para pasar por todo esto, reconozcámoslo, aunque te encante de toda la vida escribir listas y tablas y cuadros-resumen. Aunque adentrarte en gramáticas desconocidas a enredarte con reglas y casuísticas forme parte del catálogo de tus placeres inconfesables. Aunque luego aquí en tu día a día te baste de calle un inglés cualquiera y se oiga español y polaco e italiano y turco por todas partes, junto a una mezcla de otros idiomas que jamás identificarías y se empeñan en hacerle cosquillas a tu curiosidad que, por su parte, se muere por descifrarlos.
Aprovecha mientras puedas, querida. Esta ciudad es una excepción en sí misma y, para tus dudas más difíciles, siempre nos quedará la Volkshochschule.
Leticia Nebot
Arquitecta y autora española especializada en urbanismo y la influencia constante entre ciudad e individuo, arte y modernidad. Con la deriva situacionista en el punto de mira, practica la aproximación directa como método de disfrute y conocimiento, al tiempo que traslada estos resultados a su trabajo y su escritura.
Desde Berlín colabora en diferentes medios culturales a modo de estrategia al mismo tiempo participativa y revolucionaria, con publicaciones que van desde la más pura investigación académica hasta ficciones libres en diversos formatos. Blog–Instagram