A Fouad, a Estrella y a Azahar
Franky Junior me contaba historias de astronautas en el cierre de cocina. El restaurante ya estaba vacío y el suelo olía a desinfectante. Franky se quitaba el delantal, lo estiraba meticuloso sobre el fogón y lo colgaba detrás de la puerta. Después se apoyaba en la nevera grande y me contaba la vida real de los astronautas. Yo me encorvaba sobre el fregadero y rascaba los perolos con el estropajo. El ruido de los electrodomésticos era nuestro compañero de intrigas. Franky me contaba, por ejemplo, que los astronautas no se conectan a Internet porque no se fían de los ordenadores. También me contaba que las ruedas de prensa son falsas, todo el mundo debería saberlo. Los astronautas regresan de su viaje por los planetas y sonríen a los periodistas, pero todo es mentira. Entre flases, cámaras y micrófonos nos dicen una cosa, hacen una broma aquí, una frase aguda allá, un astuto comentario a los reporteros, pero la realidad es otra: el universo no es tan mágico. Las cámaras toman primeros planos de sus ojos y sus caras amables se meten en nuestros hogares. Después, vía televisión de plasma, los astronautas contestan a las estúpidas preguntas de las autoridades y, por último, amablemente, abandonan la sala con muchas ganas de llegar a casa y ver a su familia, dejando tras sí una estela de aire fresco y el maldito silencio.
—Pero todo es mentira —decía Franky.
Porque desde ahí, desde ese momento, nada sabemos de los astronautas. Nada. Aunque todo el mundo sospecha que la agencia espacial los interroga cuando ya no hay periodistas delante. Y los torturan hasta que cantan.
—¡Basura! ¡El universo está lleno de basura espacial! —gritan los astronautas en los interrogatorios—¿Eso es lo que queréis saber, sanguijuelas? ¡Cascotes de naves espaciales, montañas de desperdicio humano, como esa isla de plásticos en medio del océano Pacífico! ¡Basura!
La agencia espacial les aprieta al límite hasta dejarlos secos. Cuando ya no pueden más, los jubilan para siempre en casas muy grandes y el silencio se instala en sus vidas. O eso piensa la agencia espacial. Porque los astronautas, en la intimidad de sus familias, cuentan más, la verdad, como lo esa estrella, la Estrella Azahar, que huele igual que los naranjos de Marrakech.
La Estrella Azahar, también conocida como Big Orange Blossom, es tan grande como siete Tierras. Lo sé porque me lo contó Franky Junior, el hijo de Franky Allen Brian, el astronauta de Edimburgo que descubrió la estrella. Su hijo Franky Junior y yo trabajábamos juntos en la cocina del Asti y allí me contó secretos del espacio, historias que él escuchó de niño de boca de papá. Por las noches, cuando todo el mundo dormía en casa, el viejo Allen subía a la azotea, buscaba un punto enigmático en el cielo, daba un trago a su whisky y decía:
—The more beautiful girl, lovely star.
Después sonreía y alzaba su vaso, como si la estrella le perteneciera.
Si una nave espacial se acerca lo suficiente, la estrella se defiende soltando trillones de granos de azahar por la galaxia que se meten en las escafandras de los astronautas. Sus glándulas olfativas quedan seducidas para siempre y las naves, sin que nadie sepa por qué, misteriosamente dan la vuelta. Dicen que el olor a azahar es tan intenso que las órdenes del cerebro humano se anulan. También dicen que la agencia espacial estudia llegar a la estrella con naves pilotadas por robots. Y ni siquiera se plantean que los astronautas jubilados, más astutos que ellos, están montando su propio negocio.
Este secreto no está en las revistas de ciencia, ni en los libros, ni en ninguna parte. Este secreto me lo contó Franky Junior, son confidencias, conversaciones que él escuchó cuando su padre regresaba al hogar, agotado después de un año por las estrellas, y abría la puerta de casa. El aventurero Allen dejaba las llaves en el recibidor, su maleta de astronauta junto al paragüero y miraba a su esposa que fregaba los platos en la cocina. Después decía «¡Ya estoy en casa, familia!», y se acercaba a la mamá de Franky Junior. Su esposa sonreía, melosa pero sin dejar de fregar los platos, y después le preguntaba «¿Qué tal el trabajo, mi amor?». Y el astronauta decía «Bien, todo bien».
Hasta que aquella mañana el astronauta cantó:
—Hemos estado cerca de una estrella que huele a azahar —dijo Franky Allan.
Los astronautas son los ruiseñores de la vida. La Estrella Azahar existe y el padre de Franky ha descubierto una ruta para llegar a la estrella sin peligro, todo a espaldas de la agencia espacial, claro. Dicen que la estrella es puro azahar, entera de flores, y las camas son flores de azahar, los electrodomésticos son de azahar, la ropa, las perchas, el dinero es de azahar. Hasta los condones, me dijo Franky Junior. Todo. ¿Sabes qué significa eso? Que, en invierno, la estrella está llena de millones y millones y millones de naranjas. Gratis.
Franky Junior me lo dejó bien claro en el cierre de cocina, mientras yo fregaba los últimos platos.
—¿Quieres estar el resto de tu vida trabajando en un restaurante como éste, ahí, inclinado sobre el fregadero?, ¿eso es lo que quieres, vivir como un esclavo? ¿O prefieres venir a la Estrella Azahar?
—¿Lo dudas? Quiero ir a la Estrella Azahar —le contesté.
—Entonces tendrás que fregar muchos platos para pagarte el billete, muchacho —dijo Franky Junior—. ¡Dale fuerte al estropajo, huevón, que aún falta media hora para acabar el trabajo!
Javier Esteban Jiménez
Javier Esteban Jiménez (Cáceres, 1969). Como dramaturgo ha escrito La culpa (Kevin Carter 1960-1994), estrenada en febrero de 2010. También es coautor de “El pollo –teatro foro-“, estrenada en enero de 2019. Como escritor de relatos ha sido premiado en algunos concursos literarios: Primer prepremiosmio en Concurso Internacional Relatos Contando el Sur 2008. Primer premio Concurso de Relatos Villa de Calzadilla 2004 (España). Primer premio Concurso de Relatos Villa de Colmenarejo 2002 (España).Tercer premio en VI Certamen de microrrelatos convocado dentro de XX edición de Vallecas Calle del Libro 2019. Ha realizado colaboraciones con relatos y cuentos en revistas literarias, fanzines y libros: Revista literaria “En sentido figurado (México)”, nº de noviembre 2008, Cuentos para sonreír (Editorial Hipálage), Antología de relatos breves Calzadilla (Editorial Diputación de Cáceres), Maleta vacía y otros relatos (Ediciones Calamar), Fanzine El higo (Asociación Feminista Amatista), Manual de emergencia para escritores (Editorial Cultiva Libros).