La estación central de Berlín parece, por un momento, igual que todos los días. Ni llena ni vacía. Con sus escaleras eléctricas majestuosas y laberínticas por las que se pueden observar chalecos amarillos y naranjas moviéndose en grupo mientras el claro líder da instrucciones. La ciudad va despertando en un viernes de marzo.
Unos pisos más arriba, llega un tren nocturno que transporta almas que partieron desde Ucrania. Uno no se encuentra con las caras de desesperación que se esperaría. Éstas están más bien enmascaradas por la confusión de una estación central de trenes alemana. Los recién llegados buscan hacia donde ir en una plataforma repleta de miradas fijas en ellos. Me pregunto quiénes están teniendo más dificultad para procesar lo que está pasando. Anoche hubo un incendio en una planta nuclear y cada día los berlineses se preocupan más por una inminente tercera guerra mundial. ¿Será que va a suceder o es producto de la paranoia y la desinformación?
Todos están en movimiento automático, procesar se puede después. El tren que sale de la misma plataforma está sobrevendido y, por lo tanto, el espacio lleno. Apenas se encuentra por donde caminar entre voluntarios, seguridad, camarógrafos, periodistas y pasajeros. Los anuncios que nos sabemos de memoria sobre la prohibición de fumar y el uso obligatorio de mascarillas ha sido reemplazado por instrucciones en ucraniano e inglés. Carteles con la bandera de Ucrania y una flecha señalan a los refugiados hacia donde ir en búsqueda de información. Los llevan a la planta baja, donde, al fondo, se encuentra un enjambre de chalecos fosforescentes listos para ayudar.
Corregido por Agustina Cruz