Se despierta una mañana, entreabriendo los ojos y pensando en la mujer que a su lado se hace la dormida, bajo las sábanas lo mira para pedirle con un gesto tierno dinero, y así comprar un trozo de pan. Ve su viejo reloj que, en el tiempo en que se lo regalaron, se juraba era una marca de lujo, y que ahora ha perdido todo su esplendor, incluso como un recuerdo; su propia vida. Pasa por su cabeza la idea del amor, pero no la entiende. Besa en la frente a esa mujer, prometiendo seguir la fiesta al regresar, y sale con cautela sin mirarla a los ojos.
La ciudad se alza con firmeza entre edificios vacíos y abandonados, y camionetas blindadas llevando a sus funcionarios en trajes de seda a la medida y Rolex fuera del país, cumpliendo a medias con su labor, lástima que no es la de él. Continúa por el bulevar hasta su oficina, un sitio que aparenta lujo entre la bruma que llega a la ventana. Entra por el pasillo desierto hasta un cubículo en el que lo esperan papeles con historias y problemas, papeles que le recuerdan que su vida aún es afortunada, y mientras éstos se acaban se pregunta cuánto más durará el privilegio. Al terminar esos reportes insignificantes, toma un descanso para apreciar la vista muerta del tercer mundo. Para ese momento, los funcionarios están tomando una escala en Curaçao, jugando golf; en nuevos uniformes que cuestan lo mismo que el salario anual de él, y que la mujer que aún en su cama espera. Ella, ansiando darle una compañía eterna entre sus brazos, no quiere recordar lo último que sus ojos divisaron la noche anterior. Prolongando su descanso, habla con sus colegas sobre la realidad y la añoranza de un cambio más allá de un banal discurso, habla de huír incluso hacia la muerte, aunque al pronunciar esa última palabra recuerda que aún lo espera la mujer como una niña inocente, y con un ademán abrupto cambia de tema para presumir su aventura nocturna. Entre risas y envidia, el tiempo se acaba y todos vuelven a sus espacios miserables para continuar procrastinando, inmersos en una sofocante y monótona rutina que mata la esperanza hasta volverla cenizas de calcio gris para devolver favores.
Termina el día y la noche nace como un consuelo, con rostros aturdidos que regresan a sus aposentos para encerrarse y bendecir las almas desaparecidas. Caminar para muchos es la única alternativa, él que sueña un día con que funcione el metro o que tenga un ahorro lo suficientemente valioso para poseer un auto, algo de bajo perfil que suene más que sus pasos sobre los charcos.
Es una lástima que él exista, con esa incertidumbre que le quita todas las ganas de vivir más allá de una caricia temporal, por no conocer el mañana que se avecina con discursos iguales. Con esa búsqueda eterna por encontrar la verdadera felicidad en una persona, que obviamente no encontrará en las aristas de la joven que aún espera su trozo de pan.
Nino Unda
Ciudad de México, 2005. Alguien que se identifica a sí mismo como un hombre de muchas personalidades, enamoradas entre sí. Ha vivido siempre en la Ciudad de México, hecho que le ha permitido conocer sus distintas facetas más allá de la idealización, y explorar su cultura junto con la de todo su país.
Desde joven se ha sentido atraído por la literatura hispanoamericana, en especial por las greguerías de Ramón Gómez De La Serna, y los relatos de Carlos Fuentes y Jorge Luis Borges. Sin embargo con la llegada a la adolescencia ha explorado las narrativas maduras e irreverentes de Pedro Juan Gutiérrez, Charles Bukowsky, Guillermo Fadanelli, Arturo Pérez-Reverte, entre muchos otros; que le han llevado a explorar la escritura y utilizarla como un medio de reflexión y desahogo. Actualmente trabaja en su primera publicación novelística.