¿Dónde permanece el tiempo perdido? Las palabras no dichas, las sonrisas escondidas, los te quiero guardados. ¿Existe algún rincón en el universo para ese tiempo? ¿Hay alguien que comercialice con él? Sucede lo mismo con las historias. ¿Cuántas quedan por el camino? Vivimos rodeados de ellas, aunque pocas veces nos damos cuenta de lo que sucede a nuestro alrededor debido a las prisas y la obsesión con vivir el aquí y el ahora. Yo soy partidario de vivir instalado en el no-tiempo. Nuestra percepción temporal se basa en una línea compuesta por un pasado ambiguo, un presente indefinible y también ambiguo y un futuro de resultados proyectados que, a menudo, hace que nos sintamos inciertos y ansiosos respecto a nuestras vidas. Por eso quiero conservar la sabiduría de los niños, que viven eternamente en el aquí y el ahora y no en el mañana ni en el ayer. Estamos anestesiados y no somos capaces de percibir la infinidad de anécdotas que nos circundan: la señora que está sentada a nuestro lado en el metro, el anciano solitario que pide en la frutería un kilo de fresas para comérselas en su roído sofá, tu madre, tan lejana y tan cercana a la vez, la anodina chica de rizos que ves todos los días en el paso de cebra, tú mismo. Nuestro interior es una amalgama de historias, simplemente tenemos que detenernos para desgranarlas. Algunas serán una porquería, pero no importa, merece la pena ensuciarse para crear y desternillarse del resultado.
El lugar en el que me inspiro todos los días se encuentra cerca del Hostal Ceres, en el centro de Magaz de Pisuerga. Allí, mi padre regenta un restaurante de comida tradicional palentina llamado El festín colorao. Su especialidad es el lechazo asado y la sopa castellana, aunque también elabora unas zancas de pollo que están para chuparse los dedos. Tras muchos años viviendo en el extranjero hace un tiempo regresé a casa y me instalé en la parte superior del restaurante. Cuando abro la ventana, veo a lo lejos la torre de la iglesia de San Mamés y la meseta castellana. Por la puerta de entrada al apartamento entra el olor del guiso que está preparando mi padre. Con la crisis del coronavirus todavía presente ha tenido que idear un plan de choque para reactivar el negocio sin poner en peligro la salud de los conciudadanos.
Historias, historias, la base de mi felicidad y de mi sustento como escritor y ser humano.
Quizá es justo lo que te sucede a ti. Estás anestesiado, solo que no te das cuenta. Te paras a leer estas líneas pensando en que tienes que recoger a los niños del colegio dentro de dos horas, limpiar la casa, contestar los correos del jefe e ir al supermercado a hacer la compra para tu pareja. No lo hagas. Que se jodan. Piensa en ti por una vez; yo lo hago desde hace relativamente poco tiempo y me he quitado mucha mierda de encima. Deberíamos poner una pancarta como la siguiente en las paredes de nuestro Ayuntamiento, ¿qué opinas?
- Que los niños se metan en pretecnología o clases de guitarra. Tú eres el primero que no les aguanta, son un auténtico dolor, cuando nacieron te daban ganas de venderlos o regalárselos a una tía monja que se fue hace lustros a las misiones. Encima, no te han salido muy espabilados. Hay guarderías 24h, como los gimnasios. Son caras, pero para eso está el dinero.
- Que la casa se ensucie y los ovillos de polvo campen a sus anchas como en el Lejano Oeste. Las partículas en suspensión pueden ser un problema, más con la llegada de la primavera. Cómprate una mascarilla o róbala del centro de salud cuando vayas a hacerte el análisis de ETS en caso de que la histeria del coronavirus te lo permita.
- Que los correos del jefe queden sin contestar para que mañana cuando llegues al trabajo tengas el finiquito encima de la mesa. Asúmelo, tu curro no te gusta y tu jefe es un meapilas formado en Villanueva de la Cañada con máster falso que te ningunea y hace mobbing. Cuando te vayas de la compañía, acércate a su mesa y escúpele. Fin de tus sesiones a 50 euros la hora de psicoanálisis.
- No vayas al supermercado. Pasa una noche sin comer, que será bueno para tu silueta, acostumbrada a la comida precocinada que te prepara tu pareja, a quien no quieres, con quien no follas desde hace siglos y que contemplas como un jarrón de los chinos en la mesilla de la televisión esperando que un día un golpe de viento lo tire para que se resquebraje. Asume que lo mejor que podría pasarte es recuperar tu independencia y tu espacio. Sabes que el 95% de la parejas que conoces funcionan mal. Siguen juntos apoyándose en la palabra mágica: seguridad. Una gilipollez.
Yo soy partidario de no hacer nada, de tumbarse en el sofá y mirar el techo. Aprendí esto cuando volví a Magaz después de dos décadas trabajando en Estados Unidos. Es ahí cuando nacen las mejores ideas y se sabe lo que realmente se quiere hacer en la vida con mentalidad de futuro. Me agobia la gente atareada, les daría una ración extra de barbitúricos, no me gusta tener que esperar veinte años para tomar un café con alguien, no me creo que tengan la vida de un ministro, simplemente no están interesados en dedicar cinco minutos de su tiempo a conocerte un poco mejor.
Una conocida mía, otrora amiga, llamada Giovanna, se levanta a las seis de la mañana y llega a su casa a las diez de la noche. Es de Magaz pero vive en Madrid. Los fines de semana va a la Universidad para estudiar un idioma o asistir a las clases de un máster. Solamente descansa el domingo de siete a nueve, dos horas en las que se tumba en el sofá viendo Business TV y repasando las últimas noticias de La gaceta de los negocios. Gana tres mil euros al mes y una vez al año hace un viaje de tres semanas a Nueva Zelanda a un complejo de cinco estrellas gran lujo con su marido, a quien solo cata (y mal) durante ese periodo de tiempo porque lleva el mismo estilo de vida que ella.
Quizá el raro soy yo porque me dedico a escribir, buscar historias es mi trabajo y me tomo mucho tiempo para ello. La calma y la tranquilidad son la base de esa búsqueda, hay que observar detenidamente lo que te rodea para inspirarte, pasar horas en la placidez del conticinio. En definitiva, pasar muchas horas mirando al techo. En el pueblo todos me conocen como el artista loco o el titiritero hijo del Manolo, el del restaurante. Por algo mis obras de teatro y mis ensayos tienen el regusto del membrillo y el sabor de un buen lechazo de papá. Me lo dicen con cariño. Desde que se enteraron de mi regreso a Magaz me encargan todos los años que escriba una obra de teatro con motivo de Nuestra Señora de Villaverde el 8 de septiembre. Tras el traslado de la Virgen desde la ermita a la iglesia de San Mamés montamos un escenario improvisado en la plazoleta de la calle Real con la Avenida de Palencia y los actores del grupo de teatro amateur del municipio representan la función. Es un día muy emotivo porque suelo ver a mis antiguos compañeros de instituto, quienes vuelven al pueblo para disfrutar de las fiestas y reunirse con sus allegados.
Para crear buenas historias también disfrutar de tus congéneres. Aparearse, besarse, compartir fluidos, tocarse, sentirse, a él y a ella, a ella y a él, a uno mismo. Y soñar. Dicen que quienes sueñan de día son conscientes de muchas cosas que escapan a los que sueñan de noche. Yo sueño a todas horas, en especial desde que vivo en Magaz. En mi mundo no existe el dolor ni la desigualdad. Es un paraje donde sus habitantes viven en paz y ayudan al que sufre por ser diferente. Se ponen en su lugar y asumen su diferencia como propia. Como Edgar Allan Poe, creo experiencias artísticas a partir de mis sueños, a pesar de que muchos de ellos se convierten en pesadillas cuando despierto y soy consciente de la mierda de sociedad que me ha tocado vivir. Pero no desespero y quiero cambiarla, justo esto es lo que intento compartir con mis vecinos.
En definitiva, no me gusta la gente que tiene planificada su vida porque no comparte mi afición de mirar al techo, divino techo. Por lo tanto, espero que tú no seas como Giovanna. Si es así, no desesperes porque aún estás a tiempo de cambiar si me acompañas en este viaje al mundo de nunca jamás. De hecho, parte de mi marcha de Magaz hace 20 años se debió a los rumores, no me sentía cómodo por las habladurías. Siempre he sido un pájaro libre que no ha acatado el orden establecido. Pero volví porque la mentalidad del pueblo cambió y porque quería estar con mi padre en la recta final. La mayor parte de mis amigos está desequilibrada, como yo, gracias a ellos escribo obras y relatos con los que he ganado decenas de premios, esculturas que he fundido en el mercado negro para comer. En realidad no me considero un buen escritor, soy un mero observador con mucha empatía que desgrana el alma de los demás y que tiene la suerte de rodearse de personas peculiares. A nadie le interesa que yo escriba. En realidad, no hace falta que yo escriba, las librerías están llenas de libros y todo está ya inventado. Me hace falta a mí. Un escritor lo es si necesita escribir para respirar.
Mis colegas han sufrido mucho en la vida pero se ríen a la cara de ese sufrimiento. Lo primero que hacen todas las mañanas es mirarse en el espejo y desternillarse de su reflejo, se agarran bien las lorzas, observan las patas de gallo, la piel ajada por la mala vida y los dientes amarillentos por la maría y se dicen ¡qué guapo soy qué tipo tengo!
No me interesa la gente que no sigue ese ritual. No me interesa la gente como Giovanna, obsesionada con ser madre y, en consecuencia, con ese ideal machista que solo dignifica a la mujer si se convierte en madre, no quiero que mis amigas sean cuerpos paridos para parir otros cuerpos. Insisto, aún estás a tiempo de cambiar si eres de los que se levanta por la mañana y se sienta en el sofá para disfrutar de Ana Rosa Quintana con un tazón de cola-cao antes que mirarse al espejo con un buen gin-tonic y reírse de lo que ve. No quiero decir con esto que mis amigos y yo seamos locos de la vida que pasamos de todo y que estamos de vuelta de la humanidad, tampoco me agradan esas personas que van de iluminadas y de oráculo de la ciencia. Ni amargados ni happyflowers, ni Gloria Swanson bajando por las escaleras en una versión barata de El crepúsculo de los dioses ni Leticia Sabater puesta en ¡A mediodía, alegría! Por eso escribir me sana por dentro e incluso hay veces que tengo la impresión de inventarme etapas de mi vida solo por el placer de contarlas.
Para muchas personas yo soy un maldito porque me dejo llevar y porque creo fábulas a partir de la nada, porque me niego a estar loco de modo gratuito, quiero estarlo con fundamento. La locura consiste en hacer todos los días lo mismo pensando en que se producirá un cambio en algún momento. No me interesa. Por eso inventarme una vida paralela a través de la literatura me permite estar cuerdo, dando la impresión a quienes carecen de los recursos para soñar de que estoy enfermo. Lo pasé muy mal cuando volví a Magaz de Pisuerga, preso de estereotipos que se habían pegado a mi piel como una sanguijuela. Gracias a las enseñanzas de mi padre (solo es sabio quien es humilde, suele decir entre fogones) eliminé parte de mi altivez y empecé a mirar al pueblo con otros ojos, con asertividad, entendiendo que la modernidad no está reñida con el mantenimiento de los valores tradicionales. A pesar de todo, admito que llamo la atención. Necesito provocar para crear, andar desnudo por los campos de labriego de Magaz, coger el autobús camino de Palencia para ver a algún amigo y escuchar las anécdotas de los viajeros para pergeñar una nueva obra de teatro. Deambulo por el bien y el mal, por la calma del restaurante de papá y la ponzoña de mi interior, por mis recuerdos de bacanal en Boston y el sosiego de los campos adyacentes a mi casa.
Ser maldito es ser consciente de que tu discurso no tendrá ningún tipo de repercusión porque no existen oídos que lleguen a entenderlo. Es no coincidir con tu tiempo y desear ser como los demás pero no poder, es darse cuenta de que nadie disfruta mirando al techo. ¿Soy yo un maldito? ¿O simplemente soy una persona normal a quien le gusta dárselas de especial? No soy un escritor que se emborracha con absenta o se droga con lo primero que pilla. No pienso que sea futura carne de Wikipedia cuando me muera ni que mis creaciones se venderán tanto como para dar de comer a varias generaciones de mi familia. No me gustan los círculos bohemios porque no pienso que un artista sea especial por crear ni haya que darle un trato diferencial porque se suba a un escenario, escriba una obra de teatro o componga una melodía. Me encanta la locura, el desequilibrio, yo mismo me defino como un ser perturbado. Por eso acepto mi genialidad y por eso hago lo que me da la gana, caiga quien caiga.
El 90% de la gente me escupe cuando se cruza conmigo por la calle, el resto me insulta, hasta mi padre me recuerda, cuando tiene un mal día, que soy un muerto de hambre y que no valgo para nada porque crear es una profesión de mindundis. No respeto las reglas establecidas por la sociedad y me considero un pájaro libre que tiene que lidiar con la jaula de los convencionalismos y las conductas establecidas, con la cultura judeocristiana y el androcentrismo imperante, con la abulia de una sociedad sin ilusiones.
Dicen que, según la ley de la probabilidad, existen cientos de mí ahí fuera flotando por el espacio como motas de polvo en suspensión. Según esa ley, en algún lugar lo estoy pasando bien y escribiendo algo de calidad, pero no se dónde está. La imaginación es mi mejor aliado. Si no me creo mis propias fantasías y doy por válidos mis espejismos difícilmente puedo hacer creíbles mis historias, de manera que te emplazo a que enloquezcas conmigo y me ayudes a buscar a ese yo que flota por el espacio para que nos emocionemos juntos gracias al arte y nos inspiremos en la meseta castellana. Te animo, por lo tanto, a que seas un maldito a mi lado, a que devoremos el techo tumbados en el sofá para perfilar cuentos que nos hagan libres y que lleven a Magaz a recuperar las palabras no dichas y los te quiero escondidos.
Eduardo Viladés
Escritor, dramaturgo, director de escena y periodista con más de 20 años de carrera, referente en la cultura española contemporánea. Ganador de prestigiosos premios internacionales de teatro y literatura, Eduardo Viladés (1976) cultiva el teatro largo, de medio formato y de corta duración. Sus obras se representan en España, México y Estados Unidos. Formado en la escuela de arte dramático Cuarta Pared de Madrid y en el departamento de guión teatral de la Universidad de Valencia. Compagina su labor como dramaturgo y director de escena con el periodismo (Licenciado en la Universidad de Navarra, Máster en la Universidad de Valencia, Máster en Urbino), área en la que cuenta con más de 20 años de trayectoria profesional. Twitter – Linkedin – Web – Revista Vice Versa