La paz del espíritu se resume al silencio. Ella estaba muerta. Pero en silencio. ¡Escuchen bien! En silencio. Por tanto su muerte no significa fin, sino trance, el inicio de algo que se reinventa y prorroga. La examiné con minuciosidad y en efecto parecía estar muerta. La sangre helada, sus mejillas incoloras (le di vuelta), a primera vista los pliegues de su vestido azul turquesa rastrearía un hálito de vida. “Llame al doctor.” Instigaba el sentido común. Su semblante proyectaba tan enajenada ternura que sería un sacrilegio perturbarla con la presencia de un tercero. Ese sentido de individualismo asido por una inspiración altruista cotejaría en mis emociones el idílico entorno que no precisa de condiciones físicas sino emocionales. Las suyas estaban dispuestas de un modo magistral. La pose. ¡Ah!, la pose en que la hallé. Su pie derecho recogido sobre el tobillo izquierdo, la cadera levantada formaba un velero sobre la otra donde se deslizaba su pubis modestamente velludo, armando un paisaje digno de pinturas academicistas y su boca entreabierta asida por unos labios carnosos como esponjas ensayando la palabra exacta. En figurársela hay un encanto especial. El lenguaje le adjudica nombre a las emociones como un doctor a las enfermedades. Pero solo lo que se siente dentro no lleva máscaras. El acto de la contemplación constituye un ejercicio venerado por los sabios que el hombre contemporáneo ha obstruido con ideas. Las ideas circulan como autos por una larga carretera de semáforos desnuda. El tiempo corre veloz y el trayecto se acorta. La paz se ha edificado para que perdure por toda la eternidad, trascendiendo a la materia física. Por eso consiento en la repentina evasión de mis ojos el generoso acto de entrega que el instinto racional podría reprocharle a la consciencia. No hay egoísmo cuando la pretensión ha cesado. Títeres de las circunstancias somos mientras ignoremos la impersonal concesión del destino. Dios designa la nuestra y mi deber es despertar a la humildad mostrándome agradecido. Para ello debo hacer mi parte. Condicionar la habitación. Despojarla de cuanta ornamenta inservible perturbe la paz. Tardaré un rato, pero de mi espíritu enerva una gratificante energía, digna de ensalzar la fe, tanta fe se asiste en mis nuevas circunstancias que siento el corazón a punto de estallarme. El temor de vivir desaparece cuando se cualifica la fe. El armario, la mesa de noche, la cama, la coqueta y hasta el escabel, todo ha quedado fuera. Dentro la lívida semilla de mi esposa depositada en el suelo. Cierro la puerta para que ningún intruso llame a ella. Me acerco a la ventana, corro las cortinas e inhalo el rastro de la brisa. Me sobreviene un acceso de tos. Clausuro el único contacto con el entorno exterior y me doy la vuelta. Recogerme al regazo de su nariz alimenta mis pulmones. Los abrigo como anzuelos prendidos al iceberg de su piel. En sus poros se hunden esas invisibles bacterias que le adjudican cierto apego al pleno material. Esto me inquieta, aun de imaginarlo inquieta. Me coloco a sus pies. Los tobillos pálidos evocan la noche en que la conocí. Desandaba adoquines con las sandalias en las manos. Dijo que le hacían ampollas. Me ofrecí a examinarlos y su carcajada vaticinaría algo más que el simple gesto de socorrerla con decoro. Nunca perdí el mío. De alguna manera ella lo reprochaba. Contrastaba con mi conservadora naturaleza. La pasión del inicio se transformó en amor, el amor en costumbre y la costumbre en desidia. Veinte años de larga espera. Supongo que no es posible retornar al inicio en un lapso de tiempo más corto. La redención pesa como una cruz de acero. Y mientras pienso en ella, me aquejan las dudas. ¡No puedo evitarlo! Pensar qué hubiera sido si… ¡No permitas que el demonio quebrante mi fe, no lo permitas diosito! Me hinco de rodillas y rezo. El peso ha desaparecido. La contemplo desde la cima. Por más que trato de alcanzar la superficie no puedo. No siento mi cuerpo. Apenas el brazo con que preciso el aterrizaje incauta en su mano el frasco de somníferos. El movimiento oscilante genera en cambio una ausencia de paz, como si de sus labios emanase un murmullo ligero. La sensación de que mi corazón estallaría volvía a inundarme. Sumergirme en sus olas la ofrenda de esa redención que tanto he esperado. ¡Dios no permitas que se vaya! La pretensión surge con aquello que pedimos porque creemos merecer. No debía decirlo. No era justo tanto pedir. Mi cuerpo volvía a abrazar la superficie. Desde abajo todo se ve más nimio. Ensalza lo estoico. La distancia en cambio lo limita porque no hay reflejo eficiente, la ceguera es cuanto nos salva del monstruo que llevamos dentro. Y el mío no detona. Hinca como aguijones el cuerpo, invade mi cerebro con lágrimas y sonrisas derretidas por la apatía del alba. Pienso que dejar de pensar corrige el desperfecto momentáneo. Indispensable entonces que mis ojos reciban imágenes. Insisto, la paz del espíritu se resume al silencio. Comprendo que se trata de un silencio enajenado del yo. Por tanto el decursar contemplativo sobra. Tal vez era lo que sus labios murmullaban. La ventana se abre ante mis ojos. La gradual oscuridad revela el fértil rastro de fe consignando esa plenitud indescifrable que en su caída al cuerpo eleva. Mas por alguna razón no abandona por completo la escena del cadáver tomando el frasco vacío en el marco de la ventana. En los ojos se oculta un lenguaje muy peligroso. Supongo que dejaré de verla cuando descienda lo suficiente. Pero su ombligo se estira como un plato a medida que me acerco al final. ¡Ah, Dios mío, por qué me has traicionado!
Rainer Castellá
Rainer Castellá es licenciado en Estudios Socioculturales, profesor, escritor, crítico literario. Ha escrito crítica literaria y sociológica para Luz Verde, revista digital cubana patrocinada por la Facultad de Periodismo. Escribe novelas, cuentos que abarcan temáticas tan disímiles como la fantasía gótica, el thriller fantástico y de terror, el policíaco, la novela rosa y el narcotráfico. Plática de Invertebrados fue su primera novela publicada 2017 por CAAW Ediciones, Estados Unidos, ha sido premio de novela Ediciones Promonet 2019, ciudad Panamá, con el thriller sicológico Trazos Oscuros, así como la novela policíaca Perdóname Nostalgia por la Editorial Unos y Otros, Estados Unidos.