Era un domingo de verano, en el metro, en la línea U8, dirección a Wittenau, cuando ella y yo viajábamos hacia la feria del Mauerpark. Era una de aquellas tardes típicas en las cuales solíamos disfrutar de discusiones intelectuales dignas de estetas de medio pelo. Hablábamos del Surrealismo y de una monografía sobre André Breton que ella debía terminar para la Universidad. Me comentaba en qué se basaban las actas fundacionales de esta corriente artística, del Primer Manifiesto Surrealista, del segundo, de sus figuras más destacadas y locas, pero, principalmente, se esforzaba en explicarme qué era estrictamente el Surrealismo. En todo lo que decía creí entender (o entrever) que el objeto de estudio surrealista intentaba plasmar la unión entre lo universal y lo particular, o algo así. En ese momento recordé una expresión que estimé que podría venir al caso y la solté en medio del vagón con puro ánimo de aporte:
«Él anda por la calle con un bolso que no lleva nada por dentro, pero es mucho lo que lleva por fuera».
Ella pareció reparar en la metáfora y me miró muy linda. Recuerdo que, por aquel entonces, yo solía llamarla en broma cara de manzanita, por su rostro relativamente redondo y blanco y sus pómulos siempre ruborizados (quien haya estado de visita por Alemania habrá podido constatar que hay muchas mujeres que, efectivamente, tienen cara de manzanita). El caso fue que me pidió que repitiera la frase. Lo hice. Abrió su bolso con nerviosismo y hurgó hasta encontrar su libretita de pensamientos y un bolígrafo, buscó la página que contenía el último de sus escritos e inmediatamente comenzó a anotar la frase.
Yo me encontraba inmensamente feliz al haberme granjeado su atención. Comprendí que le llegaba intelectualmente, al menos. La vi como hacía mucho que no la veía: emocionada, como si hubiera dado por fin con algo muy importante y necesario. Entonces, comentó que la frase le parecía increíble, fantástica y, sobre todo, muy sarcástica; pero al terminar de escribirla, agregó en el margen inferior derecho de la cita (y esto lo recuerdo fotográficamente) el siguiente nombre: André Breton.
Me quedé patitieso y casi exploté de ira por su error. ¡Era yo quien había escrito esa frase, y no Breton! El metro frenó y abrió sus puertas, faltaban algunas paradas para nuestro destino, pensé en huir, pero estaba petrificado. Imaginé a una niña díscola (que era ella misma) de siete u ocho años, el pelo rubio, todo revuelto y la cara sucia de comer naranjas, la cual, en medio de un arrebato de travesura, cogía una piedra del suelo y me la arrojaba con todas sus fuerzas contra ventanal de mi alma. Pude ver como una catarata de cristales se desplomaba ordenadamente dejándome el alma a merced de la intemperie. Me sentí robado, ultrajado, plagiado, aunque logré controlarme al verla tan feliz. Ella no había notado que aquellas líneas pertenecían a mi autoría, sino todo lo contrario, se las había adjudicado nada menos que al precursor del Surrealismo. ¡Claro!, como estábamos hablando de André Breton y del Surrealismo, supuso que yo lo estaría parafraseando. Me vi tentado a interrumpir su descubrimiento y confesarle la verdad, pero resolví no emitir comentario… A ver qué pasaba.
Nunca algo que yo haya dicho en mi nombre supo calar tan profundamente en su interés como esta frase (salvo, quizás, al principio de nuestra relación). Entendí de una vez y para siempre que, cada tanto, resulta provechoso comentar un pensamiento propio y no revelar que fue uno mismo quien lo ideó, sino un otro, un Freud, un Shakespeare o un Dalí. Decir que un pintor o un escritor reconocido dijo tal cosa y no uno, hace que la amada valore más nuestro dicho.
Hasta el día de hoy ella sigue creyendo que la cita pertenece a Breton.
Maximiliano Freites
Maximiliano Luis Freites nació en Caracas en 1979. Sus padres habían emigrado desde la Argentina a Venezuela en 1976, motivados por la delicada situación del país de origen. En el año 1980 la familia retornó a Córdoba. Allí transcurrió su infancia, asistió a un colegio politécnico y, posteriormente, se licenció en psicología en la Universidad Nacional de Córdoba en el 2006. Fue ayudante alumno de las cátedras de Psicoanálisis y Psicopatología I. Vive en Berlín desde el 2008 y hace diez años que atiende su consultorio en el barrio de Neukölln. Ex-psicoanalista y futuro psicoanalista. En el interludio, sigue buscando nuevas formas de expresión e interpretación.Con respecto al arte literario, se han publicado recientemente dos cuentos cortos: “Historia de unas cepas” y “El poder de la hipnosis”.