Mis padres no se quieren. Un niño cree que deberían quererse. Mis tíos no se quieren. Los amigos de mis padres no se quieren. Incluso, mis primos que tienen edad para hacer cosas de adultos, no se quieren.
Incluso: los primos que me llaman primo y que en realidad son rostros impostores que nos han robado el apellido, no se quieren.
Una amiga del barrio, que ya no vive en el barrio porque ahora vive con los rostros impostores de sus primos, me enseñó a leer pensamientos.
–Te voy a hacer una prueba.
–¿Una prueba?
–Sí.
–No me gustan las pruebas.
–Es una prueba para leer pensamientos.
–¿Te vas a ir del barrio?
–No.
No: mis padres han muerto hoy
murieron juntitos porque se
se querían mucho. Si adivinas
mi próximo pensamiento, puede
que me vaya para siempre.
Puedo leer tus pensamientos. Piensas que soy un niño. Piensas que soy un niño que no sabe lo que es querer. Ni mucho menos quererse. Piensas como mis primos lejanos: anda a lavarte el culo primero. Pero de este último pensamiento no estoy seguro. Mis primos lejanos no piensan mucho.
Piensas que si nunca he visto a personas quererse, no tengo como decir que esas personas no se quieren.
En la tele las personas sí se quieren. En las telenovelas de países tropicales, las personas se dicen cosas muy feas, se golpean sin cerrar la boca y se prometen muchas muertes y maldiciones familiares. Pero al final de los capítulos casi siempre terminan queriéndose. Los monitos animados se ponen muy rojos cuando quieren mucho. A mis primos que tienen edad para hacer cosas de adultos les gusta ver los programas de la noche. Es como si esos actores quisieran tanto a esas actrices que su medida de querer fuera la cantidad de ropa que llevan encima.
Yo sé que eso no es quererse.
Para leer pensamientos, tienes que aprender a repetir en voz alta.
Mis padres no se quieren. Un niño cree que deberían quererse.
Luego tienes que agregar algo nuevo en voz baja.
Pero ya no soy un niño.
Si tus padres no se quieren, puedes dejar de ser un niño y convertirte un adulto que puede hacer cosas de adulto. Puedes ir al centro comercial, puedes ir a la universidad, puedes ir a fiestas y puedes probar cosas que cuando eras niño, no podías. Para estas cosas da lo mismo si tus padres no se quieren.
Puedes hacerlas si tus padres tienen plata.
Ya no leo pensamientos, me confiesa una amiga. Ninguno de los dos vive en el barrio. Me explica que está estudiando psicología mientras abre un libro con sobrepeso. Luego lo cierra. Es muy aburrido.
–¿Tus padres siguen queriéndose?
–Están muertos.
–Digo: ¿tus padres en realidad se querían?
–Eso me decían sus pensamientos.
Mis padres tienen plata.
A veces, mi padre tiene la plata de mi madre. Otras veces, es mi madre quien tiene la plata de mi padre.
Mi nombre es plata.
Cuando el gobierno está muy aburrido, anuncia en la tele una crisis económica que parece un guion de película. Mis padres me esconden en sus billeteras. Ambas tienen un olor extraño y son algo frías.
Vivir en una billetera es como tener todo lo que quieras y aun así querer más.
Si dejas de pedir cosas, puedes empezar a ahorrar.
–Existe un lugar en el mundo en donde viven niños disfrazados de adultos que pueden hacer cosas de adultos.
–¿Niños que sus padres no se quieren?
–Me leíste el pensamiento.
Creo que mi amiga me jugó una broma. Repitió de memoria los consejos de su libro de sicología. Me hizo venir a este lugar del mundo para que así vea a niños con padres que sí se quieren.
Quizás solo tuve mala suerte.
Si hablará el idioma de esos niños, les explicaría que sus padres no se quieren.
Pero nadie habla mi idioma.
Última página del libro de sicología = catarsis:
Hacer una fila muy larga. Muchos niños hablan en una lengua muerta. Ninguno parece un adulto que puede hacer cosas de adultos.
Todos queremos bailar.
La guardia me pide que abra la billetera. Mis padres la saludan desde el interior.
Not Today.
Ganimidesz
Orbitar alrededor de Júpiter puede ser algo muy excitante. Y tedioso. Ganimidesz ha hecho de la excitación y el tedio, un periódico ejercicio de expresión.