Esa mañana, día final de agosto, nadie se levantó de su cama.
Había sido un año lluvioso, no obstante, esas lluvias repentinas solo alborotaban un calor asfixiante que producía agudos dolores de cabeza.
Las puertas de las habitaciones permanecieron cerradas; no se escucharon los típicos ruidos provenientes de la cocina, nadie hizo el café, nadie abrió la alacena ni la nevera. Los olores que inundaban aquella casa también se habían marchado como todo lo demás.
Margarita no tuvo el ánimo de salir a ver qué pasaba, apenas tuvo la fuerza necesaria para llegar al baño; se miró al espejo y se dio cuenta que esa mañana había envejecido. Antes no lo había notado. Su cabello se había vuelto blanco, su rostro arrugado y su piel caída, pero no le importó demasiado, apenas el pequeño asombro que le produjo ver una mariposa azul dormida entre los rosales.
Con el mismo ánimo que se había levantado regresó a sus aposentos. Miró el lado izquierdo de su cama perfectamente tendido y volvió a acostarse. Desde allí miró sobre el gavetero todas las fotos. Algo había sucedido; a unas personas le faltaban los brazos, a otras los pies, algunas estaban sin cabeza. Una en particular llamó su atención: la de Manuel, el mayor de sus tres hijos; él estaba abrazándola y ella sonreía, ambos se veían felices pero completamente desnudos.
El sol entró por la ventana con esa terquedad típica de los amaneceres del trópico. Margarita cerró lo más que pudo las cortinas tratando de ocultar el hecho de la vergonzosa desnudez de ambos, pero ahí estaba la foto delatando algo que tampoco había visto como su repentina vejez, entonces volvió a mirarlas .Vio la de Adrián el día de su boda con Helena, su nuera favorita porque nunca olvidaba un día de las madres, un cumpleaños, Helena, que de tarde en tarde se aparecía a dejarle algún presente, pequeñas chuchería que Margarita adoraba como las conservitas de higos rellenos, y los infaltables coquitos. Helenita había quedado preciosa en esa imagen que ella inmortalizaría para sus nietos porque se había dado a la tarea de preservar todas las fotos familiares. Notó algo raro en la foto enmarcada, buscó sus lentes con parsimonia, se los puso y volvió a verla; a Helena le faltaban el velo de novia y las flores, en cambio en su cabeza había una paloma negra y en sus brazos llevaba por ramo a su gato Rául muerto.
Volvió a acostarse con el propósito de despertase otro día, otro año, tal vez así las fotos volvían a ser como antes. No pudo conciliar el sueño pensando en lo que podría haberle pasado a aquellos retratos incompletos, quebrados, pero por más que lo pensó no dio con la razón de aquel desperfecto. Saldría a ver a un restaurador de fotos. Hacía algunos años le había rescatado del tiempo y el olvido las imágenes amarillentas de sus abuelos. Sabía que esos ancianos eran parte del legado familiar que le dejaría a sus seis nietos.
No le causó extrañeza ver cerradas las puertas de los cuartos ni la cocina vacía tal y como si llevara muchos años viviendo las mismas mañanas que se repetían.
Aunque el día estaba soleado tomó su paraguas y salió a la calle, pero al mirar la larga acera vacía se regresó pensando que mejor iría otro día, que tal vez era domingo, que lo más probable es que fuera muy temprano, o quizás las tres de la tarde, hora en la que la gente de aquel lugar hacía la siesta.
Al entrar a su casa se miró en el enorme espejo que estaba en el pasillo, entonces dio gracias a Dios por haberse devuelto ya que había olvidado cambiarse la bata y casi sale a la calle en ropa de dormir y sin peinarse.
La casa también estaba cambiada, ya no estaba la mesa del comedor, en su lugar solo había un vacío enorme y las manchas en el piso de la vieja alfombra. Faltaban el sofá, algunos cuadros, en el ceibó no estaban las copas. No lo había notado segundos antes, al salir, pero tampoco le dio demasiada importancia ya que en una misma mañana había empezado a acostumbrarse a que las cosas cambiaban hasta en los más imposibles detalles.
Que la mesa no estuviera, ni las copas, ni el sofá era normal porque todo en aquella casa iba desapareciendo.
No quiso tocar ninguna puerta para no despertar a nadie, además había revisado la despensa y no había nada para hacer el desayuno, ni siquiera café, tampoco en la nevera encontró huevos. Los dejaría tranquilos, así, dormidos, no fuera cosa que al despertarlos se diera cuenta que sus camas estaban tan vacías como la de ella.
Sí, las cosas cambiaban con demasiada rapidez.
El gato de Helenita había muerto hacía muchos años, ¿o tal era ella quien había muerto antes? Ese pensamiento la espantó y siguió con su mañana como siempre.
Vio sobre una caja de madera la foto de Marcial, su hijo más pequeño, con una maleta en el aeropuerto, entonces sintió un disparo que le fulminó el olvido y que sin más ni más la depositó en su vejez y desamparo.
Todos se habían ido hacía tanto tiempo. Todos le habían prometido regresar cuando las cosas cambiaran, cuando el tirano se fuera para reconstruir el país de sus ruinas, cuando pudieran salir otra vez a las calles sin miedo y pudieran volver a tener una Navidad, cuando todas las desgracias pasaran porque le prometieron que algún día todo tenía que cambiar, pero nada cambió.
Con calma se sentó en la única silla que quedaba en aquella casona, buscó su vieja libreta, esa que usaba para anotar los gastos de las compras de la despensa, las cosas pendientes por hacer, las fechas de los cumpleaños, entonces, en completa soledad se dio cuenta que ya había escrito desde hacía mucho tiempo en la última página de la libreta, la palabra final de su historia.
Yajaira González
Yajaira González tiene más de 30 años de experiencia como escritora de distintos medios; Cine, Radio, Teatro, Televisión, Publicidad.
Se formó profesionalmente en dramaturgia y guion de cine en San Antonio de los Baños, Cuba, con Jean Francesco Guarnieri. Escritora, productora y directora de La Puerta, El Ascensor, cortometrajes premiados por el Conac, Consejo Nacional de la Cultura, Festival Nacional de super 8, Concejo Municipal del Distrito Federal. Anac. Asociación Nacional de Autores Cinematográficos. Ganadora de mención de honor en el concurso de crónica de humor Aquiles Nazoa 2020 con la crónica: La bicicleta Roja.