Los daneses son mundialmente conocidos como “las personas más felices del mundo”. Estamos en Dinamarca hace 2 semanas ya, y teniendo en cuenta que el día que llegamos lo primero que veo -literalmente- al bajarme del bondi que nos trajo de Berlín es un tipo vendiendole drogas duras a otro en plena luz del día, claramente hay una falla en el sistema, pero están catalogados como los más felices, no los más perfectos ni los más sobrios. Entonces está bien. Pero igual me generaba una enorme curiosidad esta enorme felicidad danesa, así que me dediqué exhaustivamente a informarme, indagando a cuanto danés estuviera dispuesto a darme charla. Les preguntaba más o menos a todos lo mismo: qué opinaban, si se sentían realmente los más felices sobre la tierra, cuáles eran las razones por las cuales se habían ganado este título. Todos me respondían más o menos lo mismo. Se sienten los más teóricamente felices. Antes de responderme hacen un pequeño cálculo mental, como si fuesen tildando ítems en una lista: alto PIB per capita, larga y saludable expectativa de vida, falta de corrupción en la política, complicidad social, el transporte público funciona a la perfección y en estricta puntualidad (tienen semáforos inteligentes que Dan vía verde cuando un bondi se atrasa uno o dos minutos), no hay inseguridad, no hay preocupaciones.
Suena como si tuviese sentido, pero, ¿es todo eso el equivalente a tal felicidad extrema? Porque para mí la felicidad está innegablemente relacionada con las emociones. Bueno, la felicidad es una emoción, ¿no? Pero, digo para mí el nivel de felicidad está definido por todas las otras emociones que uno lleva dentro. Cómo uno se siente respecto al resto de las cosas, es lo que determina cuán feliz se siente uno. ¿No? No sé. Quizás la felicidad esté en dejar un poco las emociones de lado.
Lo más curioso de todo es que más de uno me reconoce que es “feliz” acorde a esta lista, pero que me envidian a mí por ser latina y Argentina, porque escucharon por ahí que nosotros somos muy apasionados y tenemos emociones fuertes con el simple hecho de ser hijos de un país con riesgo económico o riesgo de zika. Después de un par de birras un danés se levanta a buscar la próxima ronda y al volver de la barra me mira frustrado. No tenían la marca de cerveza que él quería, y me dice: ‘ves? Este es el mayor problema que tuve en toda la semana. Te das cuenta lo aburrido que es ser tan feliz?’
En Dinamarca tienen hasta un manual de cómo ser feliz. Hygge, o el secreto de la felicidad. Es algo sí como el arte de disfrutar de las pequeñas cosas. El concepto aparentemente nació hace mil años para combatir la depresión del invierno tan largo que viven año a año, y se convirtió en un modo de vida. Leo mucho de esto en internet y parece una guía teórica de influenceres en instagram: ‘si usted quiere ser feliz, póngase medias de lana, disfrute de un café caliente frente a la chimenea, prenda cuarenta y ocho velas y tome un baño de espuma, siga estos simples paso, sea feliz y déjese de joder’. Me da un poco de gracia, porque yo hago esas cosas y believe me las disfruto, pero me hace falta más que eso para ser feliz. Es una cuestión cultural? O es personal? Será que soy hija de un país en constante crisis emocional? O será que soy yo, una drama queen incorregible? Minitah sin causa? Llorona insoportable? Gataflora incurable? Por supuesto que hago mea culpa y entiendo que el problema de mi incapacidad de alcanzar esa felicidad extrema soy yo, y que quizás le estoy buscando el pelo al huevo, pero si ellos tienen la posta, por qué envidian la intensidad de mi sangre latina? Hay una falla en el sistema de esta felicidad. Es como si fuese una felicidad que no les genera felicidad. Están bien, están tranquilos. Tienen cierta paz interior, eso sí. Y hay una paz social de alguna forma también, porque tienen pocos prejuicios, dejan ser al otro, son muy open minded acerca de la sexualidad, de las elecciones de vida. Están muy conectados con el bienestar social y con la libertad, que supongo ayuda a acercarse a la felicidad, pero no están conectados con las emociones, lo cual para mí es la pieza clave de toda esta teoría.
Digo todo esto igual como si yo fuese parámetro de algo, y soy todo lo contrario. Porque soy el otro extremo. Soy el drama en su mayor esplendor. Le pongo demasiadas emociones a las cosas. Todo me parte el corazón. Todo me da una alegría enorme y una tristeza profunda al mismo tiempo. Lloro por absolutamente todo. Mi amigo Dante se frustra mucho cuando me ve llorar. Admito que desde que lo conozco lloro mucho menos que antes, pero cada vez que acudo a él y me desmorono en llanto por algún nuevo drama existencial en mi vida, él me dice que no llore más, que mire todo lo que tengo en esta vida y que me de cuenta de lo bueno que está vivir. Dante es como mi Hygge personal, y creo que es saludable que todos tengan a un amigo como él. Me enumera las cosas: la salud, la familia, los amigos, el estilo de vida, el arte, los viajes, los golpes de suerte, la gente que me quiere, y así. Le digo que tiene razón, sonrío, sollozo un poco, parece que me calmo y me vuelvo a largar a llorar. Porque no me alcanza. Igual que el Hygge.
Martín no se quedaba a dormir en mi casa las primeras veces. Al mes de empezar a salir, empezó a quedarse. Me acuerdo que la primeras veces él se dormía primero, y yo no dormía en toda la noche. Me lo quedaba mirando, tirado tan tranquilo ahí en mi cama, y yo no lo podía creer. Estaba tan alucinada con tenerlo ahí que no podía dormir. No podía dejar de mirarlo, estaba tan enamorada, tan obnubilada, tan deslumbrada, que realmente no podía creerlo y no quería dormir por no perder tiempo de poder mirarlo. Muchas veces se me caían las lágrimas mientras él dormía al lado mío. Porque me dolía todo el amor que me generaba, me dolía sentir tanto, me dolía sentirme tan bien, me dolía tanta felicidad. Me asustaba también, sentir tanto por alguien. Yo les avisé, ‘drama queen’ recibida con honores.
El danés se queda dormido a las 9 de la noche y yo me muero del aburrimiento. Me siento en la cocina a tratar de escribir algo para este blog que tengo medio abandonado desde que llegué a Copenhague. Me siento en la cocina mientras todos duermen también para estar tranquila un rato, para estar sola, para llorar a cántaros. Estoy muy feliz y con el alma muy partida al mismo tiempo. Cómo puede ser que sienta tanto todo el tiempo? Me agotan tantos sentimientos pero igual no puedo dormir. Pasa la noche y nunca oscurece del todo en Dinamarca. A las 4am todos duermen y por la ventana se asoma un cielo fucsia furioso. Es muy bello y trato de sacarle una foto con mi celular pero la foto sale naranja en vez de rosa y me largo a llorar. Me duele la belleza del cielo y me siento completa y sola y vacía al mismo tiempo. Cómo puede ser? Esto es lo que envidian los daneses, creo. La intensidad. Lo intenso del vivir, la mezcla de emociones, sentir por demás, llego a la conclusión de que hasta nos envidian la angustia, la aflicción, la preocupación. Me animo a decir que nos envidian el desconsuelo de un 24% de inflación. Nos envidian las emociones, o al menos la variedad de emociones, el abanico emocional del argentino. Porque se puede sentir felicidad genuina si nunca pasaste por lo contrario?
Son las 5.40am y no tengo sueño. Igual decido irme a dormir (o hacer el intento) porque me pesa más la soledad que el insomnio. Me meto en la cama y el danés duerme como un tronco. No puedo dormir y me invade una angustia tremenda. Lloro en silencio hasta las 7.30am. No sé bien qué me pone así, quizás extraño un poco, me siento un poco rara en un país tan “feliz”. Entiendo totalmente que nos envidien. Lloro cada vez más, me entran muchas dudas sobre qué estoy haciendo en Europa y qué estoy haciendo co mi vida en general, me angustio un poco más al preguntarme si alguna vez me voy a sentir mejor, más segura, más “feliz”. Tengo la sensación de que me voy a sentir así para siempre, lo que también de alguna forma significa que no me voy a aburrir nunca, y quizás este sea el empuje que también me envidien los daneses: el vértigo de la posibilidad de que en cualquier momento todo pueda dejar de estar bien. Me empiezan a chorrear los mocos de la tristeza y decido obligarme a dormir. Lo cuchareo al danés y repito en mi cabeza como si fuese un mantra: ‘Me tengo que poner bien, me tengo que poner bien’. Porque ya estoy agotada, pero también porque prometí cocinar 4 docenas de empanadas y si cocinás triste la comida te sale un asco.
Duermo 4 horas y me despierto sintiendome genial, aliviada, casi feliz. Es que algo tiene que salir de tanto llanto. Dante se enoja, pero a mí me gusta llorar. Llorar me purifica, me limpia, me renueva, es como darme una ducha emocional. Cuestión que me levanto como nueva y cocino durante seis horas rogando que las empanadas que voy a cocinar por primera vez en mi vida, me salgan ricas. De carne, de pollo con paprika y veggies de brócoli y papa. Salen ‘riquísimas pero muy picantes’ dicen los daneses. Cagamos, les llené las empanadas de emociones (y al final, no se las bancan).