En julio del año pasado me llegó un mail de una galería de Londres diciendo que habían visto mis fotos en Instagram, y querían exponer mis fotos. ¿Spam? ¿Una joda? ¿Un error? No, la vida real. El sueño de la piba. El sueño hecho realidad.
Así que fui, expuse, vendí, toqué el cielo con las manos.
Viajé con mi mamá y mi hermana. Mi papá cayó de sorpresa a la inauguración. Mi mejor amigo fue a visitarme de sorpresa 3 días después. ¿Spam? ¿Una joda? ¿Un sueño? No, la vida real, más hermosa que nunca.
El día que llegué me abrí una cuenta en Tinder. En vez de llenar mi perfil con detalles de mi personalidad y mis gustos sexuales, puse la información de la muestra y la dirección de la galería. Hice match con un montón de europeos. Todos potros, todos artistas, todos prometedores. Qué mal distribuidos están los hombres en el mundo. A los pocos días me llegó un mensaje de uno de ellos: Un fotógrafo danés que en la foto de perfil se le veía un mapamundi tatuado en el pecho pero no se le veía la cara. Me dijo que había ido a mi muestra, que había flasheado con mis trabajos y que tomemos un vino. Estuvimos en una nube de pedo de amor de verano dos semanas, hasta que me volví.
En Londres me pasó algo rarísimo; sentí pertenencia. Nunca me había pasado eso en un lugar. Ni en La Cumbre, donde nací y me crié y es mi lugar favorito en el mundo, pero siempre supe que me iba a ir de ahí. Ni en Buenos Aires, donde estudié, trabajé, me enamoré y viví ocho años. Buenos Aires me gusta, pero siempre fue una etapa. Siento que es una ciudad que no me vio, que no le interesó verme. Una ciudad que no me entendió. Una vez, hablando de mi ex con una amiga, ella me dijo que “él fue un hombre que me entendió”. Si Martín fuera un país, tramitaría una green card para exiliarme allí.
No sentí pertenencia ni en Córdoba, ni en Buenos Aires, ni en ningún otro lugar. De hecho siempre fui una distina, una marginal, marginada, la chica rara en el colegio (un profesor una vez me dijo que era tan rara como un perro verde), una incomprendida, una outsider. Aahhh, pero en Londres… Y ojo, que a mí me encanta vivir en Argentina, me encantan los argentinos y me encanta mi vida bien al sur. Pero Buenos Aires me agotó. Tengo un agotamiento físico-emocional que ya no puedo tolerar. Nunca fui militante de que la vida es una mierda en Argentina y que el pasto es siempre más verde en el otro lado de la frontera. Pero… ES distinto allá afuera. El pasto ES más verde, las cosas FUNCIONAN mejor, la gente ESTÁ menos enojada, las calles SON más seguras, el artista TIENE más posibilidades, la vida ES más posible. No digo mejor. Digo distinta, digo más posible.
Así que me volví medio flasheada, con la boca hecha agua de quedarme ahí un tiempo. El tema es que tengo pasaporte argentino. El tema es que estaba encendida de ganas de quedarme para trabajar, crecer, crear; no quedarme como turista. El tema es que mi papá tiene pasaporte alemán, pero como mi hermana y yo nacimos antes de que mis viejos se casaran, la ley no nos reconoce como descendientes germanas. Busqué casarme con cuanto descendiente europeo se me cruzó. Ninguno me dio bola. Creo que los pasaportes europeos están tan mal distribuidos en el mundo como los buenos pretendientes en Tinder.
Al danés del mapamundi dibujado en el pecho pensé que nunca más iba a verlo pero nos seguimos hablando todos los días por whatsapp. Dos meses después me dice que quiere venir a verme a Buenos Aires. Le digo que sí, que haga lo que quiera, porque la verdad es que no lo creía capaz. Acto seguido me llega una notificación de whatsapp con los datos del vuelo.
Yo seguía obsesionada con la idea de irme a vivir a Europa. Seguía pensando que al danés no volvería a verlo y que lo de venir a verme era todo verso. El Brexit pisaba cada vez más fuerte, irme de Buenos Aires parecía cada vez más difícil. Había sido todo un sueño? Qué fácil me ilusiono con todo. Mucha gente me decía que si había flasheado con Londres tenía que ir a Berlín, que es igual de flashero, mucho más barato y que los alemanes son menos rígidos que lo que parecen. Mi hermana descubre que 6 meses atrás se había firmado un convenio entre Argentina y Alemania y que estaban dando visas laborales por un año a personas de hasta 30 años. Todo parecía empezar a tomar forma otra vez.
Al final el danés vino en diciembre, vino en enero, vino en marzo. Hasta las bolas el danés. Qué mal están distribuidos los hombres románticos en el mundo.
Sin que yo le contara de mi sueño visado él me cuenta que a fines de mayo se mudaba de Londres a Berlín. Le cuento, y me dice que tengo que hacer ese sueño realidad. Qué él se iba a ocupar de todo, que yo sólo tenía que ocuparme de llegar a Berlín. ¿Un sueño? ¿Una estafa? ¿Una jodita para VideoMatch? No, this is real life. Todo esto está pasando, y me cuesta creerlo. Qué locura como nos acostumbran tanto a pasarla mal que cuando algo es demasiado hermoso nos resulta sospechoso. ¿Cómo puede ser que los planetas se hayan alineado en una línea tan recta? ¿Cómo puede ser la vida tan maravillosa?
Lo más lindo de todo esto, es que no me estaba yendo por él. Esta no es una historia de amor. O sí. Esta es una historia de amor propio. Este es un diario de viaje al interior de mí misma. Esta es mi historia y cómo me animé a querer ser feliz (porque hay que animarse, eh! Hay que bancarse la felicidad). Estas son notas de un diario íntimo de cómo ser feliz o morir en el intento.