Antes de emprender el viaje, Caitlin Brennan sentía la imperiosa necesidad de hablar con el padre O¨Sullivan. El más pequeño de sus hijos mostraba todos los signos de estar poseído por un demonio mudo y no era la primera vez que esto sucedía en su familia.
Los «esfumados» eran una anomalía que se presentaba de tiempo en tiempo en su linaje. Cuando eran bebés, casi no se movían; y a medida que crecían, no jugaban ni corrían, solo se quedaban ahí; quietos, ausentes, como en otro mundo. Ya más grandes no aprendían a hablar y cuando se les abrazaba o tocaba gritaban desesperados. Caitlin intentó exorcizar a su hijo rociándolo con agua bendita y colocando la cruz en su frente, pero el frenesí del niño era tal que llegaba a golpearla. Tenía otros hijos por los qué velar, así que lo dio por causa perdida. Otro de los esfumados a los que había que esconder de la comunidad.
Pero su esposo llegó con la noticia de que pronto partirían a América, la tierra de las oportunidades; la gran hambruna los tenía desesperados y corrían el riesgo de morir, las patatas se pudrían sin dar oportunidad alguna a cosecharlas. Embarcarían por no más de un mes y a Caitlin le preocupaba no poder llevar a Malcom. El padre O´Sullivan examinó al niño y le confirmó sus sospechas, pero el permiso diocesano para realizar el ritual del exorcismo tardaría un tiempo considerable, los derechos católicos en Irlanda se habían restablecido muy recientemente. Los boletos estaban comprados, las propiedades vendidas y la mitad del siglo XIX seguía su curso sin esperar por nadie.
Abordaron el trasatlántico SS Great Britain en Liverpool con pocas provisiones. Los días se sucedían entre el hacinamiento y las náuseas. Solo Malcom se mantenía impávido, ausente. El calor de las máquinas y el hedor de los excrementos empeoraban infernalmente la situación. Gran parte de la población empezó a desarrollar un sarpullido en la piel que se transformaba en grandes granos supurantes y fiebres elevadas. Antes de llegar a New York, la mitad de la población había muerto, y la otra mitad llegó a la isla North Brother, se enfrentaban a un brote de viruela hemorrágica.
Solo Malcom no estaba infectado, y vio morir a su familia tan impávido como siempre. El personal del hospital de la isla se acostumbró a verlo ahí, como si formara parte del mobiliario, como si siempre hubiese estado allí.
El miércoles 15 de junio de 1904, la Iglesia Evangélica Luterana de San Marcos había fletado el barco de vapor General Slocum por $ 350 dólares en el distrito de Little Germany de Manhattan. Más de 1.400 pasajeros, en su mayoría mujeres y niños abordaron el barco, que debía escalar el East River y luego dirigirse hacia el este a través del Estuario de Long Island hasta Locust Grove , un lugar de picnic en Eatons Neck, Long Island .
El barco comenzó el viaje a las 9:30 de la mañana. A medida que pasaba por East 90th Street, comenzó un incendio en la sala de máquinas, en la sección delantera, posiblemente causado por un cigarrillo o una chispa. Prendió en la paja regada, los trapos aceitosos y el aceite de las lámparas que estaba esparcido por la habitación. La primera alarma de incendio se dio a las diez de la mañana; testigos presenciales afirmaron que el incendio inicial comenzó en varios lugares, incluido un gabinete de tinta lleno de líquidos inflamables y una cabina llena de gasolina. El capitán Van Schaick no fue notificado hasta 10 minutos después de que se descubrió el incendio. Un niño de diez a doce años trató de advertirle antes haciéndole señas, pero no le creyó.
Aunque el capitán era responsable por la seguridad de los pasajeros, los dueños de la embarcación no hicieron ningún esfuerzo por mantener o reemplazar el equipo de seguridad de la misma. Las mangueras contra incendios estaban viejas y podridas, y se deshicieron cuando la tripulación trató de apagar el fuego. Los botes salvavidas estaban amarrados y eran inaccesibles. (Algunos afirman que no eran reales, que estaban pintados). Los sobrevivientes informaron que los salvavidas eran inútiles y se hicieron añicos en sus manos. Las madres desesperadas les ponían los chalecos salvavidas a sus hijos y los tiraban al agua, solo para observar con horror cómo se hundían en lugar de flotar. La mayoría de los que estaban a bordo eran mujeres y niños que, como la mayoría de los estadounidenses en ese momento, no sabían nadar. Las víctimas descubrieron que su ropa de lana pesada absorbía agua y las hundía en el río. Los pacientes y miembros del personal del hospital de North Brother ayudaron a rescatar a las víctimas que habían sido hundidas por las barras de hierro que tenían los chalecos salvavidas del barco. El fabricante las había añadido con el fin de cumplir con un requisito gubernamental de peso mínimo. 1.021 de los 1.342 pasajeros murieron a orillas de la isla North Brother. Algunos justo antes de fallecer, observaron a un niño que los veía sin moverse, como si la tragedia de alguna forma lo complaciera, lo completara.
María Mallon llegó de Irlanda en 1884 con todas las esperanzas puestas en labrarse un futuro en la nueva tierra prometida, en donde no manaba leche y miel pero sí el dinero y las nuevas oportunidades. Sabía que debía empezar desde abajo, pero era buena en su oficio de cocinera y no le costó ubicarse en una casa de familia.
En 1900, trabajó en una casa en Mamaroneck, Nueva York. En menos de dos semanas, los residentes contrajeron fiebre tifoidea. Se mudó a Manhattan en 1901, y los miembros de la familia para la que trabajó también desarrollaron la enfermedad. A continuación, pasó a trabajar para un abogado hasta que siete de los ocho miembros de la familia desarrollaron la fiebre tifoidea. En 1906, se afincó en Oyster Bay, Long Island. En dos semanas, seis de los once miembros de la familia para la que trabajaba fueron hospitalizados con fiebre tifoidea. Cambió sucesivamente de empleo, contagiando a los habitantes de otras tres casas.
Fue llevada a la fuerza a la isla North Brother y permaneció allí durante más de dos décadas. Conoció a Malcom, y pese a que el niño no se dejaba tocar por nadie, no tenía ningún inconveniente en que ella lo hiciera, como si la hubiera adoptado como madre. A María le preocupaba contagiarlo, pero él parecía inmune, al igual que ella a él. Notó que pese al paso de los años Malcom no envejecía, solo se quedaba ahí, observándola y abrazándola de tanto en tanto. El amor de ese extraño niño en parte la ayudó a sobrellevar tantos y tantos años de soledad, solo le preocupaba el destino de él cuando ella finalmente muriera.
En 1950, la isla se convirtió en un centro de tratamiento para drogadictos adolescentes. Muchos de ellos, en plena ansiedad por la abstinencia juraban que veían a un niño que los observaba fijamente y decían que algo pretendía de ellos, que se sentían consumidos por dentro, áridos y vacios. Todavía puede leerse un grafiti en una de las paredes de las habitaciones de aislamiento: AYUDA, ESTOY AQUÍ CONTRA MI VOLUNTAD. La corrupción y las recaídas de los pacientes fueron las razones por las cuales se clausuró la isla a principios de 1960. Cuando la última embarcación que venía de North Brother atracó en Manhattan, algunos testigos dicen haber visto bajar a un niño, de no más de diez o doce años. El desconcierto no les permitió seguirlo, solo verlo perderse en la multitud.
«(…) En cuanto el espíritu vio a Jesús, agitó violentamente al niño, que cayendo a tierra se revolcaba echando espuma. Entonces preguntó al padre: ¿Cuánto tiempo hace que le sucede esto? Le contestó: Desde muy niño; y muchas veces lo ha arrojado al fuego y al agua, para acabar con él; pero si algo puedes, ayúdanos, compadecido de nosotros. Y Jesús le dijo: ¡Si puedes…! ¡Todo es posible para el que cree! En seguida el padre del niño exclamó: Creo, Señor; ayuda mi incredulidad. Al ver Jesús que aumentaba la muchedumbre, increpó al espíritu inmundo diciéndole: ¡Espíritu mudo y sordo, yo te lo mando, sal de él y ya no vuelvas a entrar en él! Y gritando y agitándole violentamente salió; y quedó como muerto, de manera que muchos decían: Ha muerto. Pero Jesús, tomándolo de la mano, lo levantó y se mantuvo en pie. Cuando entró en casa le preguntaron sus discípulos a solas: ¿Por qué nosotros no hemos podido expulsarlo? Y les respondió: Esta raza no puede ser expulsada por ningún medio, sino con la oración» (Mc, 9, 14-29)
Damaris Gassón Pacheco
Damaris Gassón Pacheco. Venezolana. nacida el 16 de diciembre de 1970, de profesión licenciada en administración. Participante en el Taller “Introducción a la Escritura Creativa” dictado por la Escuela de Escritores, junio 2016. Mención de Honor por el Cuento “EMET” en el Concurso Solsticios- Venezuela. Diciembre 2017. 53 cuentos publicados en diversas revistas como: El Narratorio (Argentina), Penumbria (México), El Callejón de las 11 esquinas (España), Editorial Cthulhu (Perú), Círculo de Lovecraft (España), entre otras.