Puede que fuesen entre las cinco y la seis de la noche porque algo de azul claro quedaba aún en el cielo de Buenos Aires que de a poco se iba tornando más oscuro, frío y hostil. Con esa mezcla de cansancio y aburrimiento de domingo me levanté esperando lo inevitable. Caminé hasta la cocina arrastrando los pies y puse agua para un café que sabía iba a necesitar en cualquier momento. Dejé la pava al mínimo para pegarme una ducha mientras. El olor a muerto producto de dos días sin bañarme, una noche con Jésica y otra de curda con Cárdenas ya resultaba insoportable.
Apoyé la frente contra los azulejos dejando que el agua caliente golpeara mi espalda devolviéndome de a poco a la vida- una fría y sin argumentos muy razonables.
Al rato, el teléfono aún no había sonado hasta entonces y el agua ya estaba a punto para ese café. Mezclé el polvo del instantáneo con un poco de agua caliente, batí generosamente por unos minutos hasta lograr la consistencia que nunca es igual como la de la publicidad y vertí el resto del agua. Cierta admiración por mí mismo me generó ver la espuma rebosante que bordeaba el anillo interno de la taza.
Prendí el televisor, recién comenzaba un documental sobre la vida de Marcelo Bielsa, El Loco que durante su época como entrenador de inferiores en Newell’s Old Boys de Rosario había recorrido más de veinte mil kilómetros en busca de futuros talentos para la cantera del club. Y mal no le salió, porque de ahí salieron algunos jugadores importantes como Pochettino y Berizzo, además del monstruo del Bati.
Me apoyé contra el respaldo del sillón con el control en una mano y el café calentándome la otra. Bielsa había asumido la conducción del primer equipo de Newell’s en el noventa y ganó el torneo que disputaba mano a mano con River para después alcanzar la final de la Libertadores. Al Loco nunca lo pudieron hacer claudicar. Durante la época al frente de la selección lo quisieron bajar y correr por cualquier cosa, como no poner a Crespo y Batistuta juntos pero Bielsa sabía lo que hacía a pesar de los periodistas deportivos que lo cuestionaban sin entenderlo.
Estaba por darle el primer sorbo al café cuando un llamado a mi celular lo interrumpió todo. Una leve puteada incómoda acompañó el movimiento para incorporarme y buscar el aparato.
-¿Qué encontraste?
-¿Qué hacés, Blas? Che, te quería avisar que al Gordo lo operaron de nuevo y parece que ya está todo bien. Lo dejan un par de días en la clínica y después tiene que hacer la rehabilitación pero está bien.
-¿De qué me hablás? –pregunté para encontrarme con la respuesta inmediatamente- Márquez. Disculpá, querido, pensé que eras otra persona. Bueno, gracias por avisar.
-De nada, ¿vos todo bien? ¿Ya se arregló todo el tema ese que me dijiste?
Asumí que su llamado no era tanto para contarme las novedades del gordo sino para asegurarse de que ya no había peligro.
-Sí… no… más o menos. No te preocupes que ya está todo encaminado. Ah, una cosita. Por si seguías chequeando, el tema de Alicia Rosado ya está cerrado.
-Ah, genial. Entonces la encontraron, me imagino.
-No, al que encontré fue al marido a los besos con su amante. Ese pelotudo nos hizo creer que algo le había pasado a la esposa cuando en realidad seguro se las tomó cuando lo encontró con otra. Y como la mina no aparece le habrá dado culpa, qué se yo.
-Pero si no radicó la denuncia ¿No me habías dicho que estuvo días en la comisaría esperando a ver si le decían algo?
-Verso. Lo habrá hecho para figurar, el tipo es un miserable, pibe, no hay que seguirle mucho el juego. Ahora, quedate tranquilo, descansá y si sabés algo del Gordo, avisame, ¿listo? Abrazo.
Corté y volví al documental y a mi café. Ya casi que me había olvidado de todo este asunto con Genaro. Ese cara dura que todavía quería explicarme algo que se caía por todos lados, como buscando cierta camaradería masculina y comprensión. Ahora todos se manejan con códigos igual que los reos pero ya casi no quedan tipos decentes con principios que se la banquen en las difíciles en favor de una ética superadora.
“¿Sabés por qué le dicen loco a Bielsa?” me pregunté a mí mismo. “Porque en Argentina sólo un desquiciado puede tener principios ¿Quién se va a resistir a aventajar, engañar o pasar por encima a alguien por un pedazo de pan podrido? Nos curtimos en la idea de quien no llora, no mama y el que no afana es un gil mientras nos quejamos de que nada funciona y que todos nos quieren chorear. Pero nadie para la pelota y dice “yo no voy a chorear” ¡Ni en pedo! Nadie quiere ser ese gil. Cualquiera que actúe distinto es un caso de estudio para el psiquiátrico y no un modelo a seguir. Nos creemos lo más piolas de la cuadra y rezongamos porque en otros países la cosa funciona sin detenernos un segundo en nuestra incansable tarea de hacer de cada día más mierda al país”.
Mi soliloquio culminó con una puteada en voz alta que generó la indignación de alguna vecina que me tildó de guarango e insensible ante la existencia de niños en el edificio. Lo que esta señora no podía entender era mi propia indignación y el hecho de que el celular había vuelto a sonar.
-¿Ahora qué?
-Viamonte y Uriburu en veinte minutos -dijo la voz desde el otro lado y cortó.
Tarde un instante en darme cuenta de que se trataba de Cárdenas. “Hijo de puta” pensé “veinte minutos no me alcanzan ni para ponerme todo el abrigo que necesito para salir a la calle”.
En la esquina de Viamonte y Uriburu me esperaba desde hacía quince minutos un Cárdenas friolento que buscaba esconder su ansiedad detrás de los temblores producto del frío y el viento. A esta hora apenas si pasaba cada tanto el colectivo de la línea veintinueve con uno o dos pasajeros camino al centro. Extraño destino. Cárdenas me saludó asintiendo debajo del sombrero que llevaba puesto y detrás de la solapa y bufandas que apenas le descubrían los ojos.
-¿Tenés dos bufandas?
-¿Algún problema? A ver si llegás en hora alguna vez.
-¿Vos esperás que yo me vista y llegue desde Palermo hasta acá en tan sólo veinte minutos? Me tuve que tomar el subte y caminar, hoy hay menos taxis libres que un viernes con lluvia en el centro –le expliqué mientras caminábamos por Junín hacia Córdoba.
-Tendrías que haber estado preparado.
Estaba por mandarlo a la mierda cuando me surgió la duda.
-Ernesto, la morgue queda sobre Junín, estamos caminando de más así.
-Vos seguime.
Doblamos en la esquina hacia la derecha hasta la mitad de cuadra. Cárdenas se mandó escaleras abajo por la boca de la estación del subterráneo Facultad de Medicina. Caminamos por el pasillo que conducía hacia las boleterías y entradas a los andenes decorado por personas durmiendo en el piso tapadas por cuantas telas pudieran asir. Justo antes de llegar al final del pasillo, Cárdenas frenó la marcha y alzó el brazo izquierdo hacia atrás ordenándome lo mismo. Escrutó cada punta del pasillo sin moverse de su lugar, se aclaró la garganta y tosió tres veces, siendo cada intento más exagerado que el anterior. Luego, se recostó contra la pared y no dijo nada más. Intentando ser parte de algo que no alcanzaba a comprender lo acompañé apoyándome contra la pared atento a mí alrededor.
Uno de los huéspedes del pasillo de la estación se levantó cuidadosa pero firmemente. Miró hacia los costados y caminó hacia nosotros. Tenía el pelo corto y peinado hacia el costado. Mientras se acercaba fue desprendiéndose de las frazadas que lo acobijaban dejando ver su único atuendo, un mameluco azul de maestranza del subte.
-Cárdenas –le dijo en voz baja pero inteligible extendiéndole la mano.
-Prado –le contestó de igual forma.
-¿Este es Juan Blas, no?
-Sí ¿Está todo listo?
Prado miró una vez más hacia los costados comprobando que nadie más los veía.
-Vamos –ordenó.
Caminamos hasta dar con una puerta fina de hierro que daba al costado de la escalera mecánica. Prado sacó un manojo de llaves del bolsillo de su uniforme, abrió la puerta y la sostuvo con el pie hasta que entramos. Caminamos por otro pasillo iluminado por tenues luces fluorescentes. Cuando habíamos hecho más o menos una cuadra, calculo, nuestro guía se detuvo y abrió una puerta a su izquierda que conducía a otro pasillo casi igual al anterior.
-Para ser periodista estás muy callado, Blas. No me vas a decir que sabías acerca de estos túneles –me dijo Prado desde adelante.
-La verdad que no –contesté aun intentando comprender de qué iba la cosa.
-No es para que hagas una nota al respecto pero ya que estamos te cuento. Estos son parte de los túneles subterráneos que hay en toda la ciudad pero que poco se saben de ellos. En el año 1908 se inauguraron los dos edificios contiguos de la Morgue Judicial y de la Facultad de Medicina hoy sede de la Facultad de Económicas que para aquel entonces ocupaba el tercer piso del Carlos Pellegrini. Durante la construcción, el presidente José Figueroa Alcorta, le ordenó al arquitecto Gino Aloisi y a la empresa constructora de Pablo Besana, que incluyeran estos túneles subterráneos de manera estratégica en caso de tener que transportar cuerpos o heridos de manera más segura. El tema es que nunca se usaron y al ser secreto de estado quedaron abnegados hasta que en el treinta y ocho se redescubrieron cuando se inauguró esta estación de Facultad de Medicina d. Los militares le dieron uso un tiempo para transportar los cuerpos hasta la nueva sede de medicina que quedaba del otro lado a la noche cuando el subterráneo estuviera cerrado. Pero para la mitad de siglo ya habían quedado en desuso y nadie se acordó de ellos hasta que se hicieron las renovaciones en la Plaza Houssay.
-¿Y ahora sí les dan uso?
-Sí, pero si te dijera para qué tendría que matarte.
Reímos los dos, yo sensiblemente nervioso hasta que la mirada de Cárdenas se cruzó conmigo dándome a entender de qué no se trataba de un simple empleado de maestranza aficionado a los disfraces y a contar historias.
-Bueno, acá llegamos. Cárdenas, ya sabés, Tenés cuarenta y cinco minutos. Te pasás un segundo y yo me esfumo –dijo mientras pasábamos una puerta que daba unas escaleras hacia arriba.
-Te debo una.
-No te preocupes, yo te debo una menos.
Subimos lo que deberían de haber sido tres pisos o al menos eso me figuré para corroborar cuando entramos a lo que tenía que ser el segundo piso de la Morgue judicial. La puerta nos llevó a la caja de una de las escaleras laterales entre el segundo y tercer piso en dónde incluso en días agitados tenía poco movimiento. A pesar de ser domingo a la noche, se escuchaban a los lejos los pasos del cuerpo forense de turno, lo cual no era de extrañarse siendo que en ese lugar se realizaban más de tres mil quinientas autopsias al año[1]. Bajé las escaleras guiado por Cárdenas que sigilosamente y aún tapado por las bufandas y sombrero caminaba agazapado hasta apoyarse contra la pared de la escalera que seguía hacia abajo y corroborar que no hubiera nadie en el pasillo. La zona estaba liberada y procedimos. Cárdenas se mandó por el pasillo hacia el fondo y yo me quedé mirándolo sorprendido.
-¿Qué hacés boludo? –me dijo en gritando en voz baja –vení.
-Pero las cámaras están abajo –contesté de igual manera.
-Seguime que tenemos que hacer algo antes.
Miré hacia los costados del pasillo y seguí a Cárdenas al trote. Doblamos en la esquina hacia la izquierda y seguimos unos metros más hasta que paramos frente a una puerta. Cárdenas golpeó suavemente, esperó un instante y volvió a golpear. Al no escuchar respuesta tomó el picaporte y lo giró hacia la izquierda abriendo suavemente la puerta. Entré después de él, cerré la puerta y esperé a oscuras a que me iluminara.
-Prendé la luz que no veo un carajo.
Literalmente.
-Pensé que estábamos de incógnito ¿Qué necesitás de acá?
-¿Qué necesitamos, Jones? Esa es la pregunta –dijo mientras revisaba la superficie del escritorio y luego los cajones- Acá está- culminó tomando una carpeta fina de cartón azul.
Caminó hasta el perchero y me entregó un ambo verde.
-¿Vos me estás jodiendo?
-Entramos de prepo en un edificio público en el medio de la noche, ¿Y tu única queja es que no querés ponerte un ambo de médico? –dijo tomando uno para él también.
Tomé el ambo y me cambié. Cárdenas sacó dos barbijos nuevos de la caja que estaba adosada a la pared.
El escritorio tenía, como casi todo en las dependencias estatales, más años que la mayoría de los que trabajaban ahí. Un vidrio verdoso cubría toda la mesa exhibiendo fotos familiares. Colgado en la pared había un diploma desalineado de médico de la universidad de Buenos Aires.
-Dr. Ricardo Augusto Delfino ¿Quién es este? –pregunté.
-Un chanta, como todos. Vamos.
Apagó la luz y salimos dejando nuestros abrigos en la oficina.
A medida que nos acercábamos a las cámaras mortuorias el hedor mezcla de muerte y putrefacción se hacía cada vez más intenso y difícil de sobrellevar. Pasamos un último pasillo que de las tres lámparas que tenía en el techo, solo una, la primera, estaba prendida alternando con parpadeos. A un costado tenía una hilera de pocas sillas de plástico y un cartel por encima que daba a entender que era una sala de espera, (la cuál esperaba que fuera para personal autorizado y no así para familiares).
Hacia el final del pasillo una luz fluorescente, sensiblemente más intensa daba con la entrada de la cámara. El lugar era un rectángulo, grande como media cancha de fútbol cinco. Tres hileras con tres heladeras aún se mantenían en las tres paredes restantes a la entrada a pesar de las rajaduras y clara falta de mantenimiento. Las baldosas del piso registraban manchas que intentamos evitar. En el centro de la cámara se sucedían cuatro mesas metálicas. Solo la segunda estaba acompañaba por una balanza en la cabecera y una mesa más pequeña al costado con instrumental limpio. Las dos mesas siguientes albergaban a dos cuerpos tapados por bolsas forenses negras. De la última se desprendía un brazo que colgaba producto de un agujero en la bolsa y el olor nauseabundo que había olvidado reapareció. Un golpe seco desde el estómago me arrastró hacia adelante, apoyé una mano sobre la única mesa libre y desnuda aguantando el embate. Me contuve de no ceder y cerrando los ojos tragué esperando mejores noticias de mi cuerpo. Respiré profundo por la nariz, otra vez el golpe, esta vez con más fuerza me hizo toser casi como un estertor. Cárdenas me palmeó la espalda haciendo que la reacción fuera aún peor. Cacheteé su mano alejándolo de mí e ignorando el reproche en voz baja que siguió. Volví a respirar profundamente, ahora por la boca, y luego tres veces más. A cada bocanada mi cuerpo se calmaba. Me incorporé y Cárdenas me alcanzó una servilleta de papel que rechacé amablemente, más que nada porque ignoraba de dónde la había sacado. Miré hacia los costados sin girar la cabeza. Encolumnado en la entrada y mirando toda la escena en silencio se encontraba un médico forense, (o al menos eso sospecho por su vestimenta), con un ambo azul y guantes plásticos negros que le cubrían hasta los codos.
-¿Se encuentra bien? –dijo caminando hacia nosotros.
-Sí –respondió Cárdenas por mí-su primer día, no está acostumbrado a esto.
-Ehhh –dijo enarcando las cejas a modo de respuesta- nos pasa a todos, en un mes ya te va a parecer de lo más normal.
El médico hizo una pausa mientras nos observaba detrás de sus lentes. Recaló la vista en la carpeta que llevaba Cárdenas y giró hacia él.
-Discúlpeme, pero no los tengo en la lista de este turno, señor…
-Sanguineti –contestó rápido Cárdenas- sí, y mi colega acá es Fillipi ¿Y usted es?
-Balzer ¿Los puedo ayudar con algo?
-Sí, pero… Mire, le voy a ser honesto –se le puso frente a frente y bajó la voz- me manda Delfino por un tema que tenemos que cerrar hoy sí o sí –le entregó la carpeta- ¿Me explico?
Balzer abrió la carpeta y ojeó rápidamente las primeras dos carillas.
-Sí, bueno, están acá –dijo señalando dos heladeras- Amanda Montenegro y Diego Tesone. Se los llevan mañana.
-Regio mi amigo, muchas gracias por su ayuda. Ahora si no es mucho pedir, vamos a necesitar a solar unos minutos.
-Si… si, yo me estaba yendo igual, no se preocupe.
-Ah, y una cosa más. Que quede entre nosotros ¿Si?
-Sí, claro. No se preocupe Sanguineti.
Cárdenas esperó a que Balzer saliera de la cámara para aventurarse a las heladeras que había señalado. En una estaba Tesone y en la otra, registrada como Amanda Montenegro, una N.N. que nos aguardaba. Tomamos unos guantes de látex de la única mesa con instrumentos y abrimos la bolsa de Tesone primero. El cuerpo estaba rígido, azul y frío. No era más que el envase que hasta hacía pocos días había sido dueño de un barra, un delincuente, un pibe que nunca había ido a la escuela y que a los doce años no sabía leer ni escribir pero conocía a la perfección los rudimentos de un seis luces. Cárdenas lo tomó de los hombros, me pidió que hiciera lo mismo desde el otro lado y tiráramos juntos para descubrir la espalda y la nuca. Con la mirada siguió la línea de la columna vertebral. Señaló el primer tiro en la nuca con posible salida por la boca y luego, más abajo, a la altura del corazón en el lado izquierdo, otro tiro sin orificio de salida que venía a corroborar el testimonio de el Maxi y a desenmascarar la escena que se había montado en el baño de Midfields. Rápidamente sacó un celular del bolsillo del pantalón y le sacó varias fotos de distintos ángulos.
-Miralo, Jones. Para mi que ambos tiros se hicieron con la misma pistola. Si conseguimos el arma de Dutari seguro coincide. Con esto solo le metemos asociación ilícita y homicidio agravado.
-¿Y cómo pensás hacerlo? Mañana se lo llevan y todo el caso se esfuma, no te va a dar el tiempo.
-Mañana se llevan un cuerpo.
Cárdenas abrió la heladera contigua y sacó al cuerpo arrastrándolo hasta una de las mesas.
-Vení, ayúdame –me dijo ante mi estupefacción.
Tomamos el cuerpo de Tesone y lo movimos hasta la heladera vacante. Luego hicimos lo propio con el suplente.
-Ernesto… Estamos desapareciendo a una persona.
-No te preocupes, Jones. En el peor de los casos antes de que lo quemen le van a querer ver la cara una vez más y listo.
-¿Vos pensás que lo van a traer de vuelta?
-Jones, ¿no sé qué querés que te diga? El tipo sufrió un paro cardíaco, ya fue reconocido por la familia y aguarda para ser cremado. Peor es que un aparato homicida que está dentro la policía salga ileso.
-¿Cómo sabés todo eso del tipo?
-Porque lo tengo acá en la carpeta.
Le creí solamente para reconocerme más tarde que lo había hecho sólo para evitar mayor discusión[2]. Cárdenas tomó las etiquetas y las intercambió suplantando la identidad de ambos. Mis conocimientos acerca del derecho eran muy básicos como para saber si la Privación de la identidad y desaparición forzosa se aplicaban cuando la víctima era un muerto.
-No hinches las pelotas. Es un cuerpo no una persona.
La llamada de atención me devolvió a la escena que hasta ese momento me había tenido con los ojos perdidos en la nada. Cerró ambas heladeras y descubrió el cuerpo hasta la cintura de la suplente de Amanda. Cárdenas no pudo evitar admirar su rostro por unos segundos. Se había vuelto a encontrar con el fantasma que le había cambiado la vida en un día haciendo de esta semana la más larga y pesada de su carrera. A pesar de que las quemaduras en su rostro impedían reconocerla, había algo que la hacía especial.
Cárdenas señaló la irregularidad de sus quemaduras, algo que no había notado antes debido a la conmoción del momento.
-Fijate esto –dijo señalando desde el pecho hasta la cabeza- ¿No te llama la atención?
Ignoraba a qué se refería.
-Mirá bien.
-No sé, Ernesto. Tiene la piel quemada y la cara desfigurada.
-Sí, pero sólo desde el pecho hasta la cabeza. Si se hubiera producido en un incendio tendría marcas por todos lados.
Hubo una pausa producto por el horror que causaba lo que Cárdenas estaba a punto decir y que ya había entendido.
-Blas, a esta mina la mataron con un soplete. ¡Qué hijos de puta! Prendieron fuego la casa de Amanda y la tiraron a esta para que hiciera de doble.
A esta altura aún no sé ni entiendo cómo fue que llegó tan rápido a esa conclusión, pero lo cierto es que efectivamente a esa persona o cuerpo que teníamos delante había sido quemado con un soplete.
-Lo que no entiendo es por qué harían algo así. Si la estaban persiguiendo ¿Qué sentido tiene matar a alguien que se le parezca? ¿A quién querían hacer quebrar con esto?
-A mí –contestó tranquilo dejando salir una pequeña sonrisa por las comisuras- Me quisieron sacar del mapa desde un primer momento para que no me metiera en todo esto.
-¿Quiénes?
-Berisso y la re putísima madre que te parió. Esa bestia tuvo que haber armado todo esto. Hay algo que no te dije, pero Armenteros tenía razón. El Bebu Velasco está en la comisaría. Lo tiene secuestrado Berisso en su oficina.
A esta altura no sabía qué era lo que más me horrorizaba, el hecho de que un policía de alto rango pudiera secuestrar a alguien y ocultarlo en su oficina o que Armenteros dijera la verdad.
-¿Y quién es esta mujer?
“¿Quién era esa mujer?” Volví a preguntarme ignorando a Cárdenas y a todo lo que me rodeaba. Su contextura era similar, aún le quedaban restos de pelo rubio de la cabellera chamuscada y sus dientes blancos resaltaban entre la oscuridad ¿Pero por qué no podía separarme de ella?
-Vamos, Blas. No nos podemos quedar acá más tiempo. Amanda está más en peligro de lo que yo pensaba.
-¡Pará! No puede ser –dije sobresaltado.
Abrí el cierre hasta el final, tomé el brazo derecho y ahí estaba, tal y como Genaro me lo había dicho: el tatuaje en forma de pez.
-Ernesto, esta es Alicia Rosado, la esposa de Genaro.
Tomamos el cuerpo de Alicia y lo cambiamos de heladera sin suplantarlo por otro. Enfilamos a paso rápido hacia las escaleras del segundo piso. Quise ir hasta la oficina de Delfino a buscar mi abrigo pero Cárdenas objetó que no teníamos tiempo y que lo mejor era largarnos lo antes posible.
-Mañana lo pasás a buscar. Qué va a saber este pelotudo de quién son esos sobretodos.
Abrimos la puerta que nos conducía a los túneles y salimos. En la entrada, Prado se había disfrazado de vagabundo y aguardaba silencioso en el pasillo. Lo pasamos sin hablarle camino a la calle. Mi primer instinto, sabiendo lo que se avecinaba en la superficie, fue dar la vuelta y tomar el subte pero Cárdenas no se detenía. Detrás nuestro, se escuchó una puerta que se cerraba. En la superficie, el frío arreciaba sin que la adrenalina fuera capaz de hacerle frente.
-Cárdenas. Taxi. Ya.
-Bancame unas cuadras. No quiero que nos vean saliendo desde acá.
Caminamos un par de cuadras por Uriburu en dirección a Santa Fe. Antes de llegar a la esquina de Marcelo T. de Alvear, tiramos los ambos en un tacho de basura y cruzamos a la mano de en frente a esperar un taxi.
-¿Qué vamos a hacer con todo esto? –dije con la voz temblorosa por el frío.
-Acá están todos metidos. El único que me va a creer y puede hacer algo es Cabañas.
-¿Qué te hace pensar que no está metido en este baile también?
-Yo lo conozco. No será intachable pero no es un hijo de puta. A mí me va a escuchar. Es el único que puede parar todo esto ahora. Pero primero, vayamos a casa. Voy a necesitar que lleves a Amanda a algún lugar más seguro.
Esperamos quince minutos hasta que apareció el único taxi libre de Buenos Aires y encaramos para Bollini. El partido se había puesto más bravo que nunca pero al menos ahora creíamos saber contra quiénes jugábamos.
[1] Lo que da un promedio de unas 10 por día, todos los días, todo el año y con tan sólo setenta y dos cámaras frigoríficas.
[2] Como se dio a conocer después, el cuerpo fue restituido a la familia sin tener que lamentar denuncias.
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