Salí por la cortada de la esquina de la redacción camino hacia la boca del subte que estaba a un par de cuadras. En la mano izquierda resguardaba el pendrive que me había dado el Gordo en el bolsillo del pantalón. Lo único que quería en ese momento era llegar a casa y escuchar esa grabación interna de la policía. Cualquier otro editor la hubiera vendido al programa de noticias que más guita ofreciera, pero en este caso, fuese lo que hubiese en la grabación era pesado y por eso teníamos que ir con cuidado. Ahora tenía poco menos de siete horas para desgrabar el audio, encontrar a un esquivo Cárdenas y juntarnos a la noche de nuevo en la redacción los tres para analizar los pasos a seguir.
Abajo, en la estación del subte ya se sentía más el calor creciente que nos iba devolviendo a la aparente normalidad de abril en Buenos Aires, aunque después de casi una semana de helada uno podía sentirse raro. Argentina nos moldeó para convivir con los cambios radicales y constantes por lo que a esta altura esto ya no parecía afectarme mucho. Desde hacía un tiempo que estaba cansado y más de una vez pensé en irme a otro país, como tantos lo hicieron escapándole a esa ausencia de progreso personal que se decía que pasaba.
Veinte minutos más tarde había llegado a mi departamento. El lugar estaba congelado, la noche anterior me había olvidado de cerrar la ventana dejando lugar que el frío usurpara el mono ambiente. Cerré la ventana, prendí el calo ventor, dejé el celular cargando en la mesa de luz improvisada que tenía al lado del futón y me di una ducha lo más caliente posible.
Un rato más tarde con la toalla todavía en la cintura prendí la pava eléctrica para hacerme un café. Me recosté en el futón con la computadora y copié el archivo de audio y lo subí a la red segura del diario como me había instruido el Gordo. El programa afirmaba que esto no tardaría más de veinte minutos. Recosté la cabeza contra la almohada y sin darme cuenta me quedé dormido.
En el mono ambiente no se veía casi nada. Hacía un rato que el sol se había ido dando lugar a una noche temprana. Me desperté cansado, incómodo con una contractura en el cuello sudado, hambre y un dolor de cabeza para el campeonato. Un instante más tarde me acordé de todo. Me precipité a ver la hora en la laptop, eran las cuatro y media pasadas y el archivo ya estaba subido desde hacía rato. El celular estaba cargado y repleto de notificaciones. Márquez me había estado llamando toda la tarde, un número desconocido también había intentado comunicarse conmigo, Genaro un par de veces. Antes de volver a la laptop para desgrabar el audio, un número privado me llamó.
-Hola.
Salté de mi posición horizontal precipitado.
– ¡Cárdenas! ¿Dónde estabas?
-¿Qué averiguaste del tipo este?
-Después te cuento. Escuchame… ¿Qué pasó que…?
-¿Estás en tu casa?
-Sí.
-Voy para allá.
-Vení rápido, el Gordo nos citó a las siete en la redacción, es importante.
-¿Qué pasó?
-Hay algo que necesitás escuchar primero.
-Hablamos cuando llego. Abrazo.
Después de cortar llamé un par de veces al Gordo pero no me atendió. Tenía el teléfono apagado. Me cambié y preparé el café que tenía pendiente desde el mediodía. Me senté en la mesa dispuesto a apurar la desgrabación que no me iba a llevar mucho tiempo siendo que duraba apenas un minuto y medio. El celular me interrumpió con un llamado de Márquez que ignoré las dos primeras veces hasta que apagué el celular. Habré estado una media hora escuchando el audio una y otra vez sin poder salir del asombro. Sabía que tenía que escribir cada palabra que se escuchaba en la comunicación interna que daba cuenta de algo que hasta entonces en ningún medio había transcendido cambiando por completo el panorama de los incidentes del pasado martes en el estadio de Midfields. A esta altura ni siquiera cabía la posibilidad de hablar de incidentes sino de una guerra programada.
Tres veces llamaron a la puerta del departamento.
-¿Sí?
-Soy yo, Blas. Abrime.
Detrás del umbral se veía a un Cárdenas maloliente, golpeado y desmejorado que todavía se mantenía en pie.
-¿Qué te pasó?
Entró sin responder dirigiéndose directamente a la cocina. Sacó el whisky de la alacena y tomó un trago largo de la botella.
-¿Estás bien? –le pregunté acercándome a una distancia prudente por el terrible olor que despedía.
Su respuesta fue el dedo índice izquierdo levantado mientras seguía tomando.
-Tengo vasos, ¿sabés?
De un solo movimiento se había tomado casi un cuarto de la botella. Suspiró y se secó la boca con la manga izquierda.
-Necesitaba esto. Pensé que nunca más lo iba a volver a disfrutar.
-¿De qué carajo estás hablando?
Cárdenas me siguió hasta el comedor trayendo la botella consigo. Nos sentamos cara a cara y me contó todo lo que le había pasado desde que había salido de Tolón el viernes por la tarde hasta ahora.
-Me dejó ahí sentado y dijo ‘Traten de no hacer un enchastre, muchachos’. Pensé que me bajaban. No parecían ser muchos, ponele que tres o cuatro que seguramente eran los que estaban en la camioneta en la que me llevaron. Se acercaron y de la nada alguien abrió fuego pero no hacia mi. Escuché un quilombo de pasos y gritos que venían de atrás. Los que me iban a matar terminando todos en el piso o al menos eso asumo porque escuché como arrastraban objetos pesados lejos de mi. Se sentía que era demasiada gente yendo de un lado para el otro, pero se los escuchaba organizados nada que ver con los otros. Lo último que recuerdo es que alguien apoyó su mano en mi hombro. Hoy me desperté en la mesa de una estación de servicio en Paternal y te llamé desde el teléfono público.
-¿Te desmayaste en ese momento?
-No, me inyectaron algo. Cuando fui al baño de la estación vi que tenía un pinchazo en el cuello. Blas, hay algo que no te dije y que está relacionado con lo que pasó en el estadio el otro día, algo muy perverso que no quise creer hasta ahora.
-Yo también. Necesito que escuches algo y después vamos a la redacción. Aunque sería muy bueno que te bañes antes.
-Andá a cagar, pelotudo – dijo antes de tomar un trago de la botella- ¿Qué tengo que escuchar?
-Es una grabación interna de la policía del otro día.
-¿Qué día?
-De lo que pasó el martes en el estadio de Midfields.
-Se empiezan a atar algunos cabos, Blas.
Apreté play ceremoniosamente en el programa de la computadora. Los primeros segundos solo tenían estática.
-Atento. Móvil ¿Me escucha?
-Fuerte y claro.
-Informe de situación si es tan amable.
-Está llegando el micro, movimientos normales en las inmediaciones.
-Copiado, ¿tiene el objetivo a la vista?
-Negativo. El interno informa que está en el micro.
-Copiado. Pase la orden al comando de que inicie el operativo cuando abran las puertas al ingreso del micro.
-Copiado.
Cárdenas apretó pausa seguido por un silencio.
-¿Sabés de qué están hablando?
-Es muy raro esto. No reconozco la voz de ninguno. El que da las órdenes tendría que ser Raúl Vega pero no es él.
-¿Raúl Vega?
-Es el jefe de operativo de seguridad.
-El jefe del operativo es un tal Dutari.
-¿Dutari? No, Blas, es Vega. Dutari está llevando adelante la investigación del asesinato de Tesone.
-Y además fue el jefe del operativo de seguridad. El Gordo lo entrevistó hoy.
-Imposible.
-Escuchá lo que sigue.
-Atento, móvil. Informe de situación.
-Objetivo cumplido. Se procede con la fase final.
-Copiado.
-Ahí termina.
Ambos nos quedamos en silencio por lo que podrían haber sido varios minutos. Cárdenas se quedó con la mirada perdida en la nada tomando whisky de la botella.
-Nunca… jamás pensé que fueran capaces de algo así, querido hermano. Yo debo de ser el más pelotudo del mundo en este momento. Y lo peor de todo es que el insecto de Armenteros tenía razón.
-Qué curioso que lo menciones.
-¿Por qué?
-El Gordo dijo que fue Armenteros el que le mandó este audio.
-¡Blas! –dijo levantándose súbitamente de la silla- ¿Dónde está el Gordo ahora?
-En la redacción.
-Vámonos ya.
-Pará, nos citó a las siete. Bañate antes, querés.
-La vida del Gordo está en peligro. Nos vamos ya.
Seguí a Cárdenas hasta la calle apurados. Tomamos un taxi y en quince minutos estábamos en la redacción. La puerta del edificio estaba abierta dando paso a un movimiento incesante de gente que no paraba de trabajar en silencio. Quise parar a algunos de los colegas en sus corridas pero ninguno me registró. Márquez no estaba por ninguna parte, lo llamé al celular.
-Blas –contestó enseguida.
-¿Qué está pasando? Estoy en la redacción y esto es un caos.
-Blas, le dispararon al Gordo, está en el Hospital Alemán internado.
Corté sin despedirme ni preguntar de más.
-Le dispararon al Gordo.
-¡La puta madre! Llegamos tarde. ¿Dónde está?
-En el Alemán.
-Andá a verlo.
-¿Qué vas a hacer vos?
-No puedo acercarme al hospital. Sea quien haya sido el que le disparó me quiere ahí y lo están usando como carnada. Tomá y andá con cuidado –me dijo dándome una pistola.
-¿Estás loco? No tengo idea de cómo se usa esto.
-Es mejor que la tengas, haceme caso.
Nos dimos un breve abrazo fraternal y me fui al hospital ignorando una vez más cuando volvería a ver a Cárdenas de nuevo.
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