Minutos después ya se había cumplido la medianoche del sábado. Márquez manebaja despacio pero nervioso mientras que yo miraba por el espejo retrovisor a la señorita que estaba sentada en el asiento trasero.
-Disculpe, ¿cómo se llama? –pregunté sin quitarle los ojos a través del espejo retrovisor.
-Jésica… Jésica Ramírez.
-Un gusto.
-Igualmente –respondió Márquez a destiempo.
-¿Está más tranquila ahora?
-Sí, estoy bien, gracias. Fue el susto nomás -contestó mirando por la ventana.
-¿Y el tobillo?
-Ya no me duele tanto. Espero que mañana pueda caminar.
-Por suerte va a poder descansar igual.
-Ojalá, tengo que trabajar, dejé algunas cosas pendientes que no pueden esperar al lunes.
-No hay que salir corriendo así de noche, menos con esos tacos –dijo Márquez casi hablando solo.
-Usted lo dice porque es hombre.
-¿Qué tiene que ver?
-Que ustedes no saben por todas las cosas que pasamos las mujeres en esta ciudad. Nos viven acosando a cualquier hora del día. No se dan una idea de lo que tenemos que escuchar en la calle. Cada mañana en las tres cuadras que tengo desde mi casa hasta el subte siempre me dicen algo…siempre.
-Bueno, pero usted también les puede responder ¿Por qué se deja?
-No, flaco. A ver si me entendés. No es que me dejo, nunca sabés con quién te podés cruzar. Además, ¿por qué tengo que bancarme que un pajero pelotudo se pase conmigo?
-Está bien, está bien. No es para que te pongas así.
-Nunca lo van a entender. Acá doblando en la esquina si puede ser.
Márquez dobló y estacionó en doble fila. Nadie venía por ningún lado.
-¿Va estar bien, Jésica? –le pregunté mientras se bajaba del auto dejando entrar el frío polar.
-No se preocupe, sé cuidarme sola.
-Me gustaría hablar con usted de todas formas ¿Podrá ser?
Jésica miró hacia los costados, suspiró y se encogió de hombros.
-Supongo que podemos hablar ahora si quiere. No tengo sueño y no quisiera volver a verlos.
-Suficiente para mí.
-Blas, yo no me quedo.
-No te preocupes, pibe. Andá con tu novia y tratala bien.
-Como siempre –dijo socarronamente.
Bajé del auto y acompañé a Jésica por la calle. Señaló que a mitad de cuadra había un bar tranquilo que estaba al lado de su casa. Era un restaurante escondido en lo que alguna vez fue una casa de madera con una entrada sin cartel. Nos sentamos en el patio que tenía calefacción, ella pidió una jarra de cerveza y yo dos vasos. De su cartera sacó un cigarrillo y lo prendió con cierta solemnidad, hice lo mismo y compartimos el cenicero que estaba a mitad de camino sobre la mesa.
-¿Qué quiere saber, inspector?
-Periodista, por favor.
-Es casi lo mismo ¿Va a publicar algo de todo esto?
-No, es un proyecto extracurricular.
-Me mata de la intriga –dijo con cierto sarcasmo apoyando el codo en la mesa.
Jésica era joven y hermosa, de esas que saben del efecto que tienen sobre los hombres. Jugaba a coquetear sin mostrar que lo estaba haciendo solo para jugar conmigo. Yo no era más que una presa más. Su pelo era negro y enrulado, los ojos verdes, labios carnosos, la piel bronceada y una figura que tardaría mucho tiempo en olvidar.
-Estoy asistiendo a Genaro con el tema este de la desaparición de su mujer Alicia.
-Ah –dijo retrayéndose en la silla.
-Supongo que usted estará al tanto.
El mozo llegó con la jarra de cerveza fría y los dos vasos que sirvió a ambos sin despegar la mirada sobre ella que le agradeció con una sonrisa. Levantó el vaso y me obligó a brindar.
-¿Por qué no me tuteás? Estás muy serio como para compartir un trago conmigo en un viernes por la noche. ¿Es esa tu estrategia con las chicas? ¿Te hacés el duro para que caigan rendidas a tus pies? Mirá que no soy tan fácil.
-Está bien, y no te preocupes. Sólo quiero saber qué le pasó a esa pobre mujer. Genaro está destrozado.
-Me encantaría ayudarte pero ni siquiera sabía que estaba casado.
-¿De dónde lo conoce entonces?
-Otra vez la formalidad. Qué difícil que me la hacés, Blas.
Sin querer seguirle el juego no pude evitar sonreír.
-Somos compañeros de trabajo -respondió ella jugando con el vaso y su mirada- como no vino en toda la semana a trabajar y no contestaba los llamados me preocupé. Tenemos una presentación muy importante este lunes y quería saber qué le pasaba.
-Y son sólo eso…Digo, colegas de trabajo.
-Bueno, Genaro es mi jefe. Se hace difícil terminar esto sin él, ¿sabés?
-Y cuando fue la última vez que se vieron.
-No sé. El lunes pasado creo.
Su vaso estaba vacío a diferencia del mío. Tomé la jarra y le serví.
-Qué caballero. Me gusta eso en un hombre, pero vos no estás tomando, vida ¿No me querrás poner en pedo, no?
-¿Cómo es que no sabías que tu jefe estaba casado?
Ensayó un pequeño berrinche, tomó el vaso, sonrió, me guiñó el ojo y tomó.
-Genaro es un tipo muy reservado, casi no habla de su vida. Quiero decir, sólo habla del trabajo y nunca sale con nosotros. Es muy tierno en realidad. Tan joven todavía y tan formal. Pero para serte sincera, casi nunca me doy cuenta de esas cosas. ¿Vos no estás casado no?
-No.
-Qué bien –dijo mientras deslizaba su dedo índice por mi rodilla.
Me retraí unos centímetros antes de que fuera demasiado tarde.
-¿Qué le dijo Genaro cuando lo vio esta noche? Se veía molesto.
-Ah, no sé. Cosas del trabajo, que no podía volver ahora y que teníamos que terminarlo sin él.
-Ves, ahí hay algo que no me cierra. Pasan cuatro días trabajando sin su jefe y de la nada salís tan bien vestida a verlo a su casa en la medianoche.
-Mmm, ¿qué tiene de raro? Estaba preocupada por mi jefe. Yo no puedo separar las cosas, por más que sea un compañero de trabajo también es una persona. Ya vengo.
Jésica se levantó y caminó hacia el fondo del bar donde estaban los baños. No hubo un solo hombre que no la siguiera con la mirada en ese trayecto, yo incluido. Había algo muy curioso acerca de esa chica, como si nada la afectara y a pesar de todo pudiera estar por encima de cualquier situación. Una suerte de femme fatale latinoamericana. Lo peor del caso es que a pesar de no creerle nada de lo que me decía la estaba pasando bien. Creo que nunca había coqueteado con una mujer así en toda mi vida, y eso me hacía sentir bien y un tanto poderoso, no lo voy a negar.
Cuando éramos un poco más jóvenes, salíamos mucho con Cárdenas. Él siempre sabía hablarle a las mujeres, como si pudiese ver a través de sus ojos y compartir un lazo especial en cuestión de segundos. No se arrugaba ante ninguna. Yo en cambio, ligaba lo que venía detrás. Me acostumbré a ser un actor de reparto y no puedo decir que me molestara. No todos nacimos para ser titulares.
Jésica volvió del baño, tomó una silla que estaba en la mesa vacía de al lado y se sentó junto a mí.
-Estoy cansada, Blas. Creo que tomé demasiada cerveza –me dijo casi rozando su nariz con la mía.
-Está bien, andá a descansar. Pero voy a volver a llamarte, estamos en la misma
-Mmmmm, no. No quiero volverte a ver, te lo dije –pasó su palma por mi cara- pero podés venir a casa. Me gustaría cambiarme y tirarme en la cama.
-Jésica –dije corriendo su mano de mi cara- yo también me voy a la cama y vos no estás en mis planes.
La mañana del sábado me recibió mareado y con una leve resaca. Sobre la mesa de luz había un vaso con algo de whisky y una botella de Johnnie Walker casi vacía al lado. La luz entraba por la ventana del cuarto iluminando la habitación. Era una bella mañana y a pesar de la calefacción presentía que ya no hacía tanto frío. Me di vuelta tapándome con las sábanas y cerré los ojos. Media hora más era lo que necesitaba para levantarme y ser una persona nueva.
-Tengo cinco minutos antes de irme. Si querés, hay café en la cocina.
-Café sería algo muy bueno –dije desde mi posición fetal.
-Dale, cinco minutos y estoy siendo buena. Te dije que no quería volver a verte.
Me levanté y comencé con la búsqueda de mi ropa. Por lo pronto me bastaba con dar con los calzoncillos para ir hasta la cocina y servirme el café.
A pesar de su juventud, Jésica se comportaba de manera organizada y madura. Se miró en el espejo para ponerse los aros, peinarse y pasar un poco de lápiz labial. Tenía puesto un tailleur negro con camisa blanca, la fantasía perfecta de una ejecutiva. Encontré mi ropa interior escondida bajo la esquina de la cama cerca del espejo. Jésica se dio vuelta y armó la cama, salí del cuarto y me serví el café que me había preparado, un macchiato de una moderna y costosa máquina. Volví a su cuarto entre sorbos mientras ella revisaba su cartera.
-Vestite, me estoy yendo.
El resto de mi ropa estaba sobre la cama. Dejé el café sobre la mesa de luz y me puse la camisa. Jésica se acercó con cierta vehemencia y tomó el pocillo para llevarlo a cocina. Volvió para recoger su cartera con las llaves en la mano.
-Resulta curioso cómo cambia la gente de la noche a la mañana –dije para romper el silencio.
-¿Mmmm? – respondió ella revisando el celular.
-Nada… Ya estoy listo.
-Perfecto.
Caminó desde la otra punta del cuarto y tomó la cartera por una sola asa arrastrándola por la cama dejando caer torpemente algunas cosas al suelo. Improvisó una puteada y se agachó para recogerlas. Me acerqué para ayudarla pero tenía todo controlado.
-¿Te vas a algún lado?
-¿Cómo?
-Por el pasaporte.
-Ah, sí. No… Me llegó ayer y no había tenido tiempo de sacarlo de la cartera.
En la acera se despidió con un simple chau y caminó hacia Rivadavia. La vi irse fumándome un cigarrillo y preguntándome si tendría posibilidades con ella en el futuro más allá de todo este acto de indiferencia. Esperé unos minutos prudentes y enfilé para Rivadavia. Me parecía que ya no hacía tanto frío en Buenos Aires, o quizá era solo mi parecer.
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