La figura de Amanda se le apareció frente a un Cárdenas desplomado en la silla, herido y cansado. Apoyada sobre sus rodillas lo miraba con esos ojos verdes y una sonrisa de la que nunca quiso olvidarse. Le acariciaba la cara tiernamente con la mano derecha. Casi que podía sentir el calor de su palma entibiándole el corazón. Por un segundo se había olvidado de la agonía que había pasado en los últimos días con su casa en llamas y la visita obligada a la morgue. Nada de eso existía, ella estaba con él y todo lo demás no importaba. Los ojos de Amanda se entrecerraron, la mano se le enfrió al instante y se levantó.
-No tengo todo el día inspector. ¿Se quiere salvar o no? -le dijo la voz que lo tenía captivo.
La fantasía se había terminado abruptamente devolviéndolo al frío galpón abandonado a la vera del río.
-¿Qué mierda querés, flaco?
-Comienza a fastidiarme esta situación, ¿sabe? No quisiera pedirle a mis colaboradores asistencia, créame que no son para nada sutiles. Creo que de eso ya se habrá dado cuenta.
-Soltame o matame, me tenés harto.
-Se lo pregunto por última vez ¿Qué hacía usted en el estadio Midfields la otra tarde?
-Me estaba garchando a tu mujer, otra vez. Dice que hay algo en las paredes del baño que la calientan.
-Es sorprendente que conserve el humor en una situación tan delicada. Dígame una cosa, ¿cuando vio a esa perra chamuscada en la morgue también le hizo algún comentario cómico al doctor?
Cárdenas intentó con toda la fuerza de su cuerpo levantarse de la silla dispuesto a matarlo sin poder romper las esposas que lo ataban.
-¡Hijo de mil puta! Te juro que si no me matás ahora te voy a encontrar y te voy a hacer pagar por todo esto.
La puerta corrediza se abrió lastimando los tímpanos de Cárdenas. Apenas duró unos segundos dando lugar a unos pasos que se acercaron hasta unos metros delante de donde él estaba. Escuchó que la voz misteriosa se hacía a un lado para conversar palabras ininteligibles entre dientes.
-Comprendo –respondió al final.
Los pasos se alejaron hasta salir del lugar. La puerta se cerró y la voz misteriosa se le acercó a Cárdenas una vez más.
-Parece ser que hubo un cambio de planes –le dijo mientras chasqueaba los dedos- Ha sido un gusto inspector, lamento que nunca más volvamos a vernos –sentenció dándose vuelta y retirándose.
Varios pasos pesados se acercaron rítmicamente haciendo ruido metálico.
-Decime una cosa antes. Si ustedes saben todo, ¿para qué mierda me trajeron hasta acá? No tiene sentido.
-No se trata de las preguntas, oficial, sino de las respuestas –le respondió por última vez la voz que se iba alejando hacia la salida- Traten de no hacer un enchastre, señores.
Hacía como una media hora más o menos que había dejado la casa de Genaro. A pesar de que el auto tenía la calefacción al máximo se podía sentir el frío por la Avenida Avellaneda a esa hora de la noche que estaba iluminada por algunos postes de luz alternados a varios metros hacia el horizonte. La imagen a través del parabrisas daba la sensación de una fotografía nítida y explícita del extraño fenómeno que acaecía en la ciudad desde hacía varios días sin dar señales de cambio alguno.
Márquez estaba reclinado en el asiento del conductor con los ojos cerrados y un gesto de seriedad que daba cuenta de su incomodidad. Antes de dormirse había intercambiado algunos textos con su novia intentando explicarle la razón de su ausencia en la casa a pesar de las promesas que había hecho horas atrás. Dos de las profesiones más solitarias en la historia son la de periodista y de investigador privado, que era a lo que estábamos jugando ahora sin saber muy bien qué hacer inspirados por nuestro instinto y lo que sabíamos de algunas películas y libros.
Una sombra se acercó por detrás del auto del lado de la vereda. Moví el brazo de Márquez para darle alerta un par de veces sin que este reaccionara.
-Márquez… Márquez. Despertate, nene. Dale, pibe. Viene alguien.
-¿Mmmmm? ¿Ya nos vamos? –Dijo bostezando.
-Shhh… Agachate, que viene alguien.
Antes de llegar a la altura del auto, la sombra cruzó para la otra vereda. Desempañé el vidrio del lado de Márquez y pude ver a una señorita de pelo enrulado y abultado con un tapado negro. Caminaba segura y rápido hacia el edificio que estábamos vigilando. Se paró en la puerta y llamó por el portero eléctrico.
-¿Qué pasa, Blas?
-Mirá a la mina esa.
-No está mal. ¿Para eso me despertaste?
-No, boludo. Esperá.
La joven habló por el portero eléctrico haciendo ademanes y moviendo la cabeza sin subir el volumen de su voz. No se la veía tranquila pero tampoco trataba de llamar la atención. Al cabo de un minuto más o menos se sentó en el escalón de la entrada del edificio dejando ver sus piernas tan sólo abrigadas por unas medias transparentes.
-Buenas gambas, Blas.
Del bolsillo derecho de su abrigo sacó un paquete de cigarrillos. Prendió uno apoyando el codo contra la rodilla derecha y sosteniendo sus piernas con la mano izquierda le dio unas pitadas mientras miraba hacia la nada.
La luz del palier se prendió. Ella se levantó sin apagar el cigarrillo y miró hacia la puerta que se abrió. Desde el auto no podíamos ver quién era la otra persona. Conversaron unos minutos. Ella intentaba acercarse pero desde el otro lado la rechazaban sin dejarla entrar. La luz del palier se apagó sin que ambos se dieran por aludidos.
-Mañana voy a ser yo quién esté en el lugar de esa mina –lamentó Márquez.
-Dejá de quejarte, pibe.
Márquez se hizo a un lado en el asiento intentando reconciliar el sueño.
-¿Qué hacés? No te duermas justo ahora.
-¿Por qué? Es una mina peleándose con el novio, chabón. Es clásico.
-¿No te da curiosidad saber quién es el que está del otro lado?
Nunca respondió. El maldito ya se había dormido. La luz del palier volvió a prenderse. Ella se calló y miró hacia abajo. Una figura se asomó por el umbral de la puerta. Era la vieja que me había cruzado en el ascensor un rato antes. La señorita miró hacia el costado y algo dijo con los ojos perdidos en el piso. Una mano le tomó el antebrazo a la joven trayéndola él. Era un hombre vestido de negro, apenas más alto que ella. Se separaron tan sólo un instante y ella lo abrazó por el cuello escondiendo su rostro bajo la pera del amante que se encogó de hombros. Lloró mientras él le acariciaba la espalda hasta que decidió abrazarla fuertemente. Se dieron un beso antes de separarse y ella se alejó por donde había venido. El hombre salió hasta el umbral sosteniendo la puerta de calle del edificio con el pie viendo cómo ella se alejaba. Por fin pude verle bien la cara.
-¡Hijo de puta!. Era cierto –dije casi gritando.
-¿Eh? ¿Qué… qué pasó?
-El mosquita muerta de Genaro Garibaldi tenía una amante.
-¿Quién? ¿La minita esa? Bien ahí.
-Shhh… callate.
Esperé a que Genaro entrara de nuevo al edificio y salí del auto para seguir a la amante. El frío, que casi había olvidado por un momento, me pegó fuerte en la cara. Crucé la cuadra mientras me abrochaba el abrigo.
-Disculpe… señorita.
Ella me vio y redobló el pasó.
-Joven… necesito hacerle una pregunta, por favor.
Cada paso que daba y cada palabra que le decía solo hacía que ella caminara más rápido.
-No corra, por favor, no la quiero lastimar. Soy periodista.
Ya estaba corriendo con todas sus fuerzas. ¿Acaso es peor ser periodista que punga en esta ciudad?
En la esquina el semáforo en rojo fue completamente ignorado por ella. Por la mitad, sobre la senda peatonal, se dobló el tobillo por culpa de un bache. Desde el otro lado de la avenida un camión de la basura avanzaba tocando bocina. Llegué hasta donde estaba y la levanté segundos antes de que pasara el camión refiriendo toda clase de improperios contra la pobre muchacha.
-¡Suélteme! ¿Qué hace?
-Espere un segundo, por favor. No quiero lastimarla –le dije mientras la llevaba de vuelta a la esquina.
Sobre la vereda se separó con un empujón sosteniéndose en una pierna.
-Se dobló el tobillo. Déjeme ayudarla.
-Puedo sola, gracias.
Intentó incorporarse pero el dolor fue demasiado. Cayó hacia un costado y volví a atajarla para que no se cayera. Esta vez, ella se apoyó en mí y comenzó a llorar. Mirando hacia un costado intenté reconfortarla con una palmada en la espalda, algo que no pareciera demasiado sexual ni poco comprensivo.
-No me sale una, la puta madre.
-¿Cómo dice?
-Nada… No me puedo mover, ¿está contento ya?
-No, claro que no. Pero si le dije que era periodista y que sólo quería hablar con usted.
-¿Periodista? Cómo se nota que usted no es mujer.
-¿Por qué lo dice?
-¿Me está jodiendo? Acá tiene una idea para alguno de sus artículos, señor periodista, las mujeres somos abusadas verbal y físicamente todos los días. Y después se extraña que haya querido escapar cuando a estas horas aparece un extraño desde atrás corriendo.
-Puede que tenga razón. Discúlpeme.
-“Puede que tenga razón”… dice. ¿Qué quiere?
-Hacerle algunas preguntas, nada más.
Sobre la esquina de Avenida Avellaneda, Márquez frenó con el auto.
-Si quiere la podemos alcanzar a algún lado.
Nos miró a mí y al auto varias veces con cierta duda. Con algún esfuerzo, logré sacar mi billetera del bolsillo trasero del pantalón.
-Tome, esta es mi tarjeta y credencial del diario.
-Juan Blas. Poco originales sus padres –dijo devolviéndome la credencial y guardándose la tarjeta.
-No siempre se tiene lo que uno desea.
-Dígamelo a mí.
-¡Blas! –gritó Márquez desde el auto- me acaba de llamar mi novia, me estoy yendo. ¿Venís o te dejo?
-Vamos a Palermo, ¿le sirve que la alcancemos a algún lado?
-Vivo acá cerca por Caballito.
-No hay problema. Márquez, pasamos por el gran barrio de Caballito antes.
-Métanle.
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