Cárdenas despertó sentado y tranquilo en un auto en movimiento. Esa tranquilidad le duró apenas un instante hasta que el dolor en su cabeza a causa del golpe que le habían dado se hizo presente. Apenas recordaba quién era pero no lo que estaba haciendo ahí en el auto -aunque las manos atadas a su espalda y lo que luego de unos minutos entendió que era una venda cubriéndole los ojos le dieron una idea aproximada.
Cuando el auto frenó, escuchó cómo una de las ventanas se abría, probablemente del lado del conductor. El aire podrido del Río de la Plata, que a pesar de toda la contaminación del siglo veinte no se explica que siga teniendo fauna alguna, inundó el interior del auto. Cárdenas estuvo tentado de vomitar, más por las ganas de molestar a sus captores que por el olor, pero se contuvo temiendo una represalia peor. El conductor le dijo algo en voz baja a alguien o algo que estaba fuera. Probablemente uno o dos minutos después, una puerta pesada y corrediza se abrió con dificultad frente al auto produciendo un ruido agudo y rechinante que empeoró el dolor de cabeza de Cárdenas. Esto habrá tomado menos de un minuto, pero él lo sintió eterno, casi como si fuese a propósito.
El auto reinició su marcha y entró en un lugar cerrado, posiblemente con paredes metálicas debido al brillo del eco. Las puertas se abrieron y desde el costado derecho lo tomaron del brazo a Cárdenas arrastrándolo hasta una silla en medio de ese lugar entre puteadas y referencias a sus madres.
-Che, a ver si la cortan con esto de la CIA o lo que mierda se piensen que están haciendo.
Pasos aislados iban de un extremo al otro. Valiéndose solo del sonido, Cárdenas intentaba medir las dimensiones del lugar.
-Qué ganas de joder que tienen eh… la puta madre que los parió a todos ustedes juntos ¿Por qué no me dicen que carajos quieren y terminamos con esto de una vez?
Hasta ese momento, sospechaba que sólo lo querían intimidar. De haberlo querido matar ya lo hubieran hecho mucho antes, se tratare de quien se tratare esta gente.
Unos zapatos se acercaron desde lo que podrían haber sido unos veinte metros frente a él a paso firme hasta una distancia muy corta que le permitía percibir su aliento.
-¿Qué pasa, Cárdenas? No me va a decir que un hombre de su posición y trayectoria está nervioso por todo esto.
No respondió, se mantuvo en silencio para intentar reconocer esa voz a través del dolor de cabeza que no cesaba.
-Le estoy hablando, inspector ¿Dónde quedó esa beligerancia tan ampulosa de recién?
-Jodeme que con ese tonito delicado sos el gil que comanda este circo.
-Qué divertido es usted –le dijo esbozando una sonrisa.
La voz misteriosa comenzó a dar vueltas alrededor de Cárdenas.
-Usted se estará preguntando porqué está aquí, para qué lo trajimos, por qué tomarnos tanto trabajo en seguirlo, abducirlo y mantenerlo en este lugar del que usted ya se habrá dado cuenta no es otra cosa más que un almacén abandonado al lado del Río de la Plata. Me da igual decirle la ubicación exacta y quitarle la venda de los ojos pero se me ha instruido específicamente que no le revelara estos datos. Espero que sepa entender.
-¿Vos me estás hablando en serio, flaco?
-No se exaspere, le ruego que me regale un poco de su tiempo y paciencia y luego lo escoltaremos hasta su domicilio.
-Mi domicilio…
– Bollini al doscientos según tengo entendido.
-Hijo de una gran puta – respondió bajo entre dientes.
-Mire, Cárdenas. Necesito que me responda algunas preguntas, nada más. A usted le gusta hacer de policía bueno, ¿o me equivoco? –le dijo mientras seguía moviéndose alrededor de su silla.
-Depende.
-¿De qué? Si me permite preguntar.
-De si tu mujer me lo pide, a veces le gusta un poquito más duro.
Los pasos del entrevistador se detuvieron frente a Cárdenas solamente por el tiempo que le tomó asestarle una cachetada en la cara, que según parece, valió la pena.
-Voy a ser directo con usted. Necesito que me responda dos cuestiones solamente que estamos intentando entender.
-Parecías tan inteligente.
El entrevistador sonrió y se detuvo detrás de Cárdenas.
-¿Por qué sigue merodeando en el Club Midfields?
-Yo no merodeo en ningún lugar. Cumplo con mi trabajo, no sé si sabías pero soy policía federal y cuando matan a alguien no me queda otra que investigar y asistir a la justicia.
-No responde mi pregunta. No sólo estuvo en el estadio de Midfields cuando no tenía asignada esa tarea sino que estuvo en contacto con un periodista de dudosa reputación como lo es ese tal Armenteros.
-Tenés todos los datos al día. Si sabés todo eso entonces también sabés el porqué. Dejate de joder con la boludez y decime para qué mierda me tenés acá.
-Es una lástima que no me crea y no quiera cooperar conmigo, Cárdenas ¿Usted sabe lo que va a pasarle si no me ayuda con estas preguntas?
-Voy a tener que llamar un radio taxi para que me lleve a mi casa.
-A ver… comencemos de nuevo y tratemos de entendernos esta vez.
No recuerdo bien qué hora era exactamente. El partido había terminado hacía un rato con un empate lo suficientemente aburrido como para que el análisis de los genios del fútbol televisado durara apenas unos escasos minutos. Sobre la mesa tenía la computadora, algunos papeles desordenados que no venían al caso y el cenicero. En las últimas horas las pasiones se habían calmado y la posibilidad de que Genaro tuviera que ver con la desaparición de su mujer parecía tener mayor sentido, (quizá motivado por mi incapacidad de analizar otras posibilidades). Una vez más lo llamé a Márquez.
-Blas, ¿qué onda?
-¿Vos tenés auto, no?
-Sí y todavía lo estoy pagando.
-¿Me podés pasar a buscar en media hora?
-¿Qué querés hacer?
-Nada ilegal, te lo aseguro.
-No, hace frío, estoy cansado y mi novia está saliendo de la facultad y viene para acá. No me vas a convencer, no hoy.
Media hora más tarde Márquez me llevaba en su auto con calefacción por Avenida Avellaneda.
-Más te vale que esto sea bueno –me dijo entre dientes y sin mirarme.
-Ya vas a ver. Doblá acá, cruzá y frená en la esquina.
-Listo. Mañana hablamos –dijo un tanto apurado.
Yo lo escuché pero no le respondí. En frente estaba el edificio donde vivía Genaro. La calle parecía un corredor oscuro interrumpido ocasionalmente por algunas lámparas esparcidas que emitían una luz color naranja.
-Esperame acá, son dos minutos –le dije saliendo del auto.
Crucé la avenida y le toqué el timbre.
-¿Genaro? Soy Blas, ¿podemos hablar?
El departamento de Genaro tenía aspecto de vuelta de vacaciones. Las cosas estaban en su lugar, sin embargo se notaba que nadie las había usado por varios días. Lo única diferencia era el olor del aire viciado y algunos platos sin lavar.
-Disculpe el desorden, estuve poco en casa estos últimos días.
-No se preocupe, Gernaro. Ni me había dado cuenta.
-Siéntese, por favor ¿Quiere un café?
-Por favor –contesté inspeccionando alrededor- ¿Estuvo yendo a trabajar estos días?
-No –contestó desde la cocina- por suerte me dieron licencia, pero la semana que viene ya me toca volver.
Genaro volvió caminando rápido con el café en un vaso de polietileno.
-Disculpe que no tenga tazas, pero están todas sucias.
-No es problema.
-¿Quiere comer algo? Tengo un poco de pan y fiambre.
-No, no. Estoy bien. Escuche, voy a ser breve. Necesito que me conteste algunas preguntas.
-Con mucho gusto.
-¿Recibió algún llamado desde que su mujer desapareció?
-Ninguno. No sé nada.
-Está bien. No quisiera que lo tome a mal pero me gustaría saber si sospecha de que su mujer pudiera haber tenido un affaire con alguien.
Genaro negó cabizbajo varias veces.
-No, de ninguna manera, señor Blas. Ya le dije, estamos muy enamorados, nos vamos a ir en un mes a Italia a vivir ¿Por qué haría algo así? No, jamás.
-¿Está seguro de que estaba todo bien entonces?
-Sí, le digo que sí. Créame que ella es incapaz de una cosa así.
-Está bien, hombre. Le creo ¿Me permitiría usar el baño?
-Sí, sí. Está al costado.
Quise sacar conclusiones rápidas en el baño, pero nada había que pudiera ayudar. Dos cepillos de dientes, aromatizador y productos femeninos en el gabinete. Esto me decía absolutamente nada. Cuando salí Genaro me estaba esperando con una bolsa de papel, adentro habían dos sánguches y otro café en vaso de polietileno, cerrado por supuesto. No me dio el alma para rechazárselo.
-¿Me podría abrir?
-Sí, baje que yo le abro desde el portero.
-Muchas gracias.
Lo volví a saludar desde el ascensor un par de veces hasta que ceró la puerta de su casa. No quería dudar de Genaro, pero tampoco podía obviar los hechos. El tipo estaba hecho un desastre, él, su casa y su vida en general. Se comportaba muy amable con todo, parecía realmente una buena persona, quizá demasiado.
Antes de marcar la planta baja, una señora con su perro abrió la puerta del ascensor. Cuando me vio dentro se asustó.
-Ay, disculpe, pensé que no había nadie.
-No es problema. Estoy acostumbrado a esas reacciones cuando me ven.
-¿Baja? –dijo entrando.
-Sí. Qué lindo que es ¿Cómo se llama?
-Le habíamos puesto Fufi, pero en la casa le decimos Roque.
-Claro –dije sin saber que responder- ¿Lo saca a pasear a esta hora?
-Sí, es más tranquilo y me junto con un vecino de la cuadra que vamos juntos. Además, nos conocemos todos en el barrio, sabe. No pasa nada si se sabe por dónde ir. Lo único es el frío, pero bueno.
-Seguro. Disculpe ¿Usted conoce a su vecino, Genaro?
-Ay, sí. Pobre mujer, lo que le pasó.
Abrí la puerta y salimos al hall del edificio.
-¿Usted está al tanto?
-Sí claro, acá se sabe todo lo que pasa. Parece ser que un día se pelearon y ella salió disparada de la casa y nunca volvió. Yo le digo “pobre mujer”, pero la verdad es que espero que se haya ido para bien a otro lugar mejor.
-Disculpe que le insista, pero pensé que habían llegado juntos del trabajo y ella había dado una vuelta antes de entrar.
-No, no. Yo me acuerdo, fue hace unos días. Parece ser que… ¿Genaro es amigo suyo?
-No, lo estoy asistiendo solamente.
-Ah, está bien. Bueno, parece ser que el hombre llegaba tarde a la casa últimamente. Y ella se enojó porque no sabía en qué andaba, ¿me entiende?
-¿Porque andaba con algún negocio raro?
-Ah… no sé. Mire, lo único que le puedo decir es que llegaba tarde y un hombre de familia no puede hacer esto. Entonces un día se pelearon y estaban a los gritos. No se entendía lo que decían, pero debió haber sido una batalla eso porque los gritos… no sabe.
-Está bien. Qué horrible, igual.
-Ay, sí. Porque una mujer embarazada tampoco puede escaparse así como así, por más que sea para escarmentarlo, nomás.
-No, claro. Y después de que pasó todo esto ¿Usted sabe si él estuvo volviendo tarde también?
-Tarde no sé, pero los últimos días recibió visita de una gente que por la voz nunca los había escuchado antes. Para mí eran policías, pero no sé.
-¿Por qué lo dice?
-Por cómo hablaban. La forma quiero decir, ¿sabe?.
-Sí, le entiendo ¿Pero no pudo verles la cara?
-No, para nada. Yo no ando fijándome lo que hacen los otros, sabe. Es sólo que las paredes de mi casa son muy finitas.
-Por supuesto, no se puede evitar. Tome, esta es mi tarjeta, me gustaría volver a hablar con usted sobre todo esto. Es por el bien de ambos solamente.
-Ay, pero sí, ningún problema. Señor ¿Blas? Con mucho gusto.
-Es muy amable. Una cosa más, dejemos esta charla entre nosotros por ahora ¿Puede ser?
-Por supuesto, yo una tumba. -dijo sellándose los labios con el el índice y el pulgar.
Volví caminando rápido al auto donde Márquez me esperaba semi despierto, cuando cerré la puerta, reaccionó.
-¿No trancás la puerta, pibe?
-No pasa nada -dijo incorporándose- ¿Vamos?
-Esperá, quiero ver si el tipo sale.
-¡Blas! Dale, chabón. Le dije a mi novia que volvía para cenar.
Saqué de la bolsa de papel uno de los sánguches de jamón y queso.
-Tomá –le dije sin mirarlo y atento al edificio de Genaro.
-No, no, no. Vos me estás jodiendo. Mi novia me va a matar.
-Mandale un mensaje y decile que estás cubriendo una noticia de último momento.
-Mi novia no es boluda, Blas. Además, estoy muerto de sueño, hoy me levanté a las cinco.
-No te preocupes por eso –le dije sacando el café de la bolsa de papel- tomá. Con confianza.
-Más te vale que esto sea bueno.
La luz del palier se apagó coincidiendo con la oscuridad dominante de la cuadra. Algo de todo esto no me cerraba y necesitaba estar ahí para averiguarlo.
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El informe Cárdenas/Jones – “La justicia sí dobla” es una novela policial de Manuel Sierra Alonso. Todos los derechos reservados©. Cualquier similitud con la realidad es una involuntaria casualidad.