SEGUNDO TIEMPO
Allá en el cielo te están llamando,
y en una de esas lo vas a oír,
allá en el suelo te están llamando,
y en una de esas vas a morir…
Tal vez cheche – Jaime Roos
Después de hablar con Ernesto llamé enseguida al número que me había pasado. No tenía idea de qué se trataba ni con qué me encontraría. Sin embargo me causaba cierta excitación saber que el inspector de la Policía Federal Argentina solicitaba de mi ayuda a pesar de que el tono de su voz me causara una preocupación que competía con esta ansiedad.
-¿Si?
-Qué tal, me llamo Juan Blas. Periodista del diario Última Plana. Lo llamo de parte de Ernesto Cárdenas de la comisaría número…. Tengo entendido que él habló con usted.
-¿Cárdenas? Sí, es verdad ¿Usted tiene información de Alicia?
-¿Alicia? –¿En qué andaría metido este? pensé- Necesitaría verlo en persona para que discutamos el asunto ¿Podríamos encontrarnos?
-Bueno ¿Ahora?
-Sí, claro. ¿Conoce el bar Varela Varelita?
-Sí, claro.
-En media hora lo espero ahí.
Corté y fui a buscar mi grabadora sin saber de qué se trataba todo esto. Cárdenas solía ser así, medio incierto y misterioso sin dar muchas pistas acerca de lo que pasaba con él, incluso en situaciones como esta en la que me pedía un favor. A un periodista hay que tenerlo al tanto de lo que está pasando ya que podemos ser de gran ayuda, especialmente porque no tenemos que seguir los mismos protocolos que la policía. Hacerle una pregunta a un posible testigo o relacionado con alguna causa no levanta muchas sospechas.
Guardé todo lo necesario en el morral, incluyendo un celular imposible de rastrear, cortesía de un contacto de la SI y que Cárdenas me había enseñado a usar, y salí con paso apurado.
Hacía algunos días que estaba trabajando desde en casa en una serie de artículos que pensábamos publicar pronto en el diario acerca de un caso grande de corrupción que involucraba a varios funcionarios desde el municipio hasta Nación. Era un asunto bien gordo y esperábamos que hiciera algo de ruido en el público general aunque desde hacía varios años que a nadie le sorprendía que nuestros políticos utilizaran las herramientas del Estado para realizar negocios privados. Ya no era noticia y por tanto, no atraía a mucha gente. Argentina perdía de a poco la capacidad de escandalizarse por lo que realmente importaba.
Sin saberlo, llegué al bar para encontrarme con el inicio de otra gran noticia que hubiera sacudido medio país, (de ser este país otro que no sea Argentina). Me senté adentro en una mesa contra la pared mientras veía las noticias de la tarde en el televisor color de 20 pulgadas que estaba sobre una columna. Todo el lugar resistía el paso del tiempo, desde el color de las paredes, las mesas y hasta los mozos. La presentadora del programa de noticias anunciaba la búsqueda del asesino de Emilio Tesone, alias El Hueso, ejecutado de un balazo en la nuca en un baño del club Midfields el martes pasado mientras se jugaba la promoción a una concurrencia que hablaba de cualquier otra cosa. Solo el mozo que estaba parado al lado mío absorto en las imágenes del cuerpo cubierto en sábanas en vez de atenderme parecía ser el único en preocuparse.
-Qué locura eso. Si me pregunta a mí, yo los mando a matar a todos y listo. Por treinta tipos el fútbol está como está.
Si fueran sólo treinta tipos, pensé.
-Le pido un café americano en jarrito, por favor.
-Muy bien, ya se lo encargo ¿Alguna medialuna?
-¿Están frescas?
-Recién sacadas del horno.
-Dos, entonces.
-¿De grasa o de manteca?
-De grasa.
El mozo asintió, caminó unos pasos hasta la barra y volvió.
-Usted sabe que de grasa no me quedan más.
-Bueno, de manteca.
-Salen dos medialunas de manteca y un americano en jarrito –dijo casi gritando mientras se alejaba nuevamente.
Las noticias pasaron a internacionales con los goles de Messi y algún nuevo récord que le encontraron para levantar el espíritu nacional del jugador que brillaba en Europa. Las noticias eran se repartían entre crímenes presentados con el mayor sensacionalismo posible y los goles en Europa.
Llegó el café con las medialunas. El mozo dejó el ticket atravesado en el en el medio de la mesa para que nadie se olvidara de cobrarme lo justo. Las medialunas no se veían frescas, sino todo lo contrario, bastó con probar una para comprobarlo empíricamente. La única manera de sortear esa situación era mojándolas en el café, ardid complicado si se tiene en cuenta que la boca del jarrito es demasiado angosta y el hecho de que en la primera sumersión se ignora la consistencia de la factura que puede caer al fondo sin aviso previo arruinándolo todo por más expedición que se realice al fondo de la taza con la cuchara.
Fue en medio de mi aventura por salvar mi merienda que Genaro entró en el lugar. Levanté la mirada y me di cuenta enseguida de que se traba de él. Un hombre que llevaría varios días sin bañarse, vestido con un traje arrugado, barba despareja y los ojos perdidos. Todo lo hacía a un ritmo cansino como a punto de ser derrotado. Levanté la mano para que me viera y se acercó.
-¿Usted es Juan, verdad?
-Correcto –le dije mientras le ofrecía mi mano izquierda para saludarlo siendo que la otra tenía rastros de medialuna y café –Discúlpeme, ¿su nombre?
-Genaro Garibaldi.
Me llamó la atención que lo pronunciara Yenaro y no Jenaro.
-Asumo que esto ya se lo dijo a Cárdenas, pero voy a necesitar que me cuente todo desde el principio sin obviar detalle alguno para poder ayudarlo.
-Está bien, supongo que cualquier ayuda que pueda recibir de afuera será muy útil, más si viene de Ernesto –ya hablaba de él como si fueran grandes conocidos- Hace unos cuatro días, más o menos.
-El lunes.
-Sí. Estábamos con Ali volviendo a casa. Ella acostumbra a pasarme a buscar por el trabajo para volver juntos hasta casa caminando y charlando. Pero yo estaba muy cansado y le dije que me quería tomar un taxi, ella insistió pero cuando me vio cansado aceptó a volver en auto. Cuando llegamos a casa yo subí y ella se fue a dar una vuelta sola a la manzana. Soy un pésimo esposo, tendría que haberla acompañado –se lamentó dando lugar a una breve pausa.
-Después de eso pasó como media hora y empecé a mandarle mensajes pero no me contestaba. Ahí empecé a llamarla. Al principio sonaba, pero al cuarto o quinto llamado me daba el contestador enseguida. Se habrá quedado sin batería, pensé. Bajé y di veinte vueltas a la manzana buscándola pero no había nadie en la calle. Llamé a todos lados, a sus viejos, amigos, hermanos. Nadie sabía nada. Y ahora ya no sé qué esperar.
-Tómese unos segundos, Garibaldi.
El mozo se acercó a la mesa.
-¿Le traigo algo? … ¿Señor? … ¿Quiere algo?
-Estamos bien, gracias –le dije y se fue.
-No sé qué más hacer. En la comisaría me quisieron convencer de que se fue con otro, con alguno del trabajo con el que tenía una aventura. No sé. Pero ella no hubiera hecho algo así de la nada. Yo sé que la gente es capaz de algo parecido y uno puede no darse cuenta de la persona que tiene al lado. Pero Alicia no, la conozco hace mucho tiempo. Además, nadie tiene idea de dónde está. A esta altura ya me lo hubieran dicho para no sufrir más. No sé qué pensar, tengo mucho miedo de que algo grave le haya pasado.
-Entiendo.
-Y yo desde hace dos días que me la paso en la policía esperando a que alguien me dé una respuesta pero no hay caso. Ya no sé a quién más acudir ¿Qué puede hacer por mí, Juan?
-Mire, si Ernesto me pidió ayuda es porque cree que se necesita de alguien de afuera para encontrarla. No quiero darle falsas esperanzas pero existen varias posibilidades por las cuales él confíe en tener que salirse de la estructura.
-¿Cómo cuáles?
Como que hubiese sido raptada y llevada a un prostíbulo en la provincia que fuera bajo el auspicio de un puñado de policías, juez, alcalde y Gobernador.
-No nos apresuremos, nada grave espero. Por lo pronto, dígame, ¿tiene alguna foto de ella de hace poco?
-Sí, tome. Esta fue del domingo anterior. Es la que está en los volantes que con algunos amigos y familiares ponemos en los postes y repartimos.
En realidad, esperaba una foto en el celular que me pudiera pasar, pero estaba bien. Alicia era rubia, de estatura mediana, ojos claros por lo que se podía interpretar de la fotocopia en blanco y negro con una hermosa sonrisa.
-Bueno, le agradezco, va a servir de mucho ¿Por dónde los reparten?
-Por todos los lados que se pueda. Recién me retrasé porque estuve pegando algunos en las calles y acá en la esquina.
Dos suboficiales de la Policía Federal pasaron al lado del bar.
-Está bien. Ahora, dígame, ¿se acuerda qué llevaba puesto Alicia la última vez que se vieron?
Genaro se encogió de hombros, cerró los ojos y estuvo a punto de llorar.
-Discúlpeme –dijo tomando un par de servilletas para sonarse la nariz.
-Tómese su tiempo.
-Un pantalón de vestir gris, camisa negra y tapado rojo.
-¿Y alguna marca distintiva?
-¿A qué se refiere? ¿Por la ropa me dice?
-No, no. Quiero decir si tiene alguna marca de nacimiento o tatuaje.
-Ah, sí. Hace un tiempo se había hecho un pececito en la muñeca.
-Está bien, todo esto es muy útil ¿Hay alguna razón por la cual usted crea que Alicia no se fugó?
-No. Bueno, mire, ella está embarazada y en un mes nos íbamos a ir a Italia para que el bebé naciera allá. Ella está muy emocionada con la idea, hace tiempo que se quiere ir del país, al menos por un tiempo, la cosa está difícil y por eso decidimos irnos y hacer la ciudadanía allá porque yo tengo abuelos.
-¿Me dice el apellido de ella, por favor?
-Rosado, Alicia Rosado.
Le agradecí por la ayuda que luego él respondió con varios mil gracias hasta que se fue para Santa Fe por Scalabrini. Pagué la cuenta y salí a la esquina a tomar un poco del inusual y frío aire porteño. Encendí un cigarrillo frente al quiosco de diarios. Las primeras planas se concentraban demasiado en la ola polar. Parecía que el extraño clima que estábamos sufriendo desde hacía unos días era más importante que cualquier otro suceso en el país, incluso si ya desde hacía varios días que lo habíamos aceptado. Con la colilla del cigarrillo encendí otro para hacer dos llamadas, una a Cárdenas sin éxito que mal momento había elegido para no atenderme ya que necesitaba pedirle información; el segundo llamado fue a un colega de la redacción, un pibe llamado Márquez que enseguida me atendió y lo puse en tema. Le pedí que buscara entre sus contactos información de Alicia Rosado. Después de cortar le saqué una foto con el celular al volante que me había dado Genaro y se la mandé. Aún no sabía bien por qué, pero esa mujer me llamaba la atención, como si la conociera de antes.
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El informe Cárdenas/Jones – “La justicia sí dobla” es una novela policial de Manuel Sierra Alonso. Todos los derechos reservados©. Cualquier similitud con la realidad es una involuntaria casualidad.