Cárdenas salió de la comisaría para caminar las pocas cuadras, que según él, lo separaban de Tolón. Cualquier otra persona hubiera considerado la posibilidad de tomarse el subte D en la estación Pueyrredón y bajarse en Bulnes a dos cuadras del restaurant. Cárdenas prefería caminar las nueve, pensar y quizá fumar su pipa que tener que lidiar con el malón de pasajeros en tránsito, los continuos empujones y ocasionales pungas. Ni siquiera el frío más intenso de la ola invernal lo iba a hacer dudar por un segundo. Una vez iniciada la caminata se olvidaría del frío.
Charcas estaba tranquila a esa hora, a comparación de lo que era a las seis de la tarde con oficinistas al borde de la crisis nerviosa tocando bocina y acelerando antes de que el semáforo cambiase a verde. Habrían unos cinco autos por cuadra que parecían escoltar su caminata, dos taxis, otros dos particulares y un Falcon negro brillante con los vidrios polarizados respetando religiosamente las leyes de tránsito.
Al cruzar Agüero ya no pensaba en nada de lo que venía sucediendo. Le emocionaba encontrarse con un jugador de Midfields, uno famoso al menos para quienes seguían el ascenso y este jugador lo había llamado a él por recomendación. Desde hacía varios años que Cárdenas buscaba llevar una vida más tranquila, calmando las pasiones o al menos sin dejarlas entrever por los demás, razón por la cual miraba los partidos solo en su departamento, (y porque ya no le quedaban amigos dentro del club, salvo por Rojas). Estaba a minutos de encontrarse con el salvador de la permanencia, (sin mencionar al catorce que logró que le hicieran el penal), quien era su ídolo, (y que por alguna razón jamás se lo había dicho a nadie). Antes de doblar por Coronel Díaz y dejar a su escolta atrás, se debatió la posibilidad de pedirle un autógrafo. Quizá en otro momento.
Llegó a Tolón, desde la puerta ya se podía ver al Maxi resguardado en las últimas mesas del fondo, escondido de posibles miradas curiosas frente a una mesa donde un joven hablaba por celular, (nada sospechoso). Tenía una campera negra larga que llegaba hasta las rodillas. En persona se veía mucho más alto de lo que parecía por televisión. Debajo de la campera tenía puesto un buzo con una capucha que le tapaba la cara. Mientras movía nerviosamente la pierna alternaba una mirada rápida entre el celular y los rincones del lugar. Quizá era demasiada precaución teniendo en cuenta que allí, donde Palermo se encuentra con Barrio Norte, difícilmente alguien conociera al cinco de un club del ascenso más allá de la atención que Midfields FC recibía desde hacía unas horas en los medios.
Cárdenas se sentó en frente llamándole la atención de inmediato.
-¿Qué hacés?
El Maxi lo miró sobresaltado, luego la puerta y de nuevo a él.
-Soy Cárdenas.
-Ah, menos mal. Perdoná, capo. Estoy con los nervios al mango.
-Todo bien.
El mozo se acercó despacio arrastrando una pierna. Cárdenas lo miró, el Maxi se escondió el rostro en la capucha mirando hacia la pared.
-Un cappuccino para mí ¿Vos no querés nada?
-Un fernet –dijo ocultando la cara contra la pared.
-Un fernet y un cappuccino, ahí sale –dijo el mozo que volvió para la barra con la misma lentitud con la que había llegado a la mesa.
-Un poco temprano para darle al fernet, ¿no?
El chiste malo no sirvió para descontracturar la situación. Ahora Maxi sólo miraba hacia abajo con los brazos cruzados sobre la mesa.
-Ernesto… Cárdenas –se corrigió de inmediato- Rojas me dijo que puedo confiar en vos. La gente no sabe ni la mitad de las cosas que pasan adentro de los clubes. En primera pasa de todo pero van con cuidado y lo tapan. Saben que si sale algo muy jodido en las noticias a la justicia no le va a quedar otra que investigar total a la semana todo el mundo se olvida.
Cárdenas recordó el caso del candidato a presidente asesinado que lo hizo conocer a Armenteros.
-En el ascenso es otra historia. Nadie se molesta en saber qué es lo que pasa y con suerte si sale en algún diario. Eso les da vía libre para hacer lo que quieran sin preocuparse por nada. Tiran unos mangos por ahí y se arregla todo.
El mozo trajo el cappuccino, un vaso, fernet y coca para servir en el momento el trago. Maxi lo tomó entero antes de que el mozo se fuera.
-¿Otro?
Maxi asintió. El mozo le sirvió esta vez una cantidad mayor de fernet y volvió a retirarse despacio con una pierna más rápida que la otra.
-El otro día cuando estábamos yendo a definir la promoción –Le hablaba a Cárdenas sin despegar la mirada del vaso de fernet- El Hueso estaba solo con nosotros en el micro para bancarnos, ¿entendés? Cuando entramos al estadio vinieron los del Loco a tirarnos piedras y rompieron las ventanas frente a los canas que no hicieron nada. Se quedaron atrás de sus escudos mirando cómo nos atacaban estos tipos. Ahí bajó el Hueso para hablar con el Loco pero no lo encontró. A él no le hicieron nada igual, pararon de tirar piedras y discutieron así mano a mano.
-Pará –Cárdenas lo interrumpió- Si no estaba el Loco con su banda, ¿con quién habló el Hueso?
– Habló con otro, no sé. No los conozco a todos, pero era más joven que el Hueso o que cualquier otro capo de la barra que había visto. El tema es que ahí arreglaron para que se fueran, les dijo que lo que importaba era la permanencia, que no nos jodieran. A todo esto las cámaras de televisión no estaban ahí, no había nadie, sólo la cana, los del Loco, el Hueso y nosotros –Maxi respiró profundo y tomó un largo trago.
Cárdenas esperó a que terminara y se recompusiera.
-¿Qué pasó después?
-Hicieron lugar para dejarnos entrar al estadio, bajamos y corrimos hasta el vestuario mientras cerraban las puertas atrás nuestro. Al rato vino Grandío a decirnos que estaba todo bien y que los hinchas nos bancaban pasara lo que pasara.
-¿El Hueso estaba con ustedes en el vestuario?
-No, al Hueso no lo volvimos a ver. Cuando terminó el partido, bajaron los del Loco a la cancha a sacarnos la ropa, como sabíamos que iba a pasar, y volvimos al vestuario. No sabíamos qué onda con Tesone, porque tampoco estaba su gente con él, vino de onda, porque nos bancaba y para dar la cara por el Bebu.
-¿Desde el micro fue la última vez que viste al Hueso con vida?
-Sí. Eso es lo que estoy diciendo.
-¿Viste a alguien más ahí abajo? –Cárdenas sacó una libreta y lapicera.
-¿Cómo a alguien más?
-Gente que conozcas, otros de la barra, Zelaya, Dorrego, Álvarez.
-Esa gente hace años que no aparece por el estadio. No me acuerdo ahora.
-¿Algunos de ustedes sacó fotos o grabó algo con el celular cuando entraban?
-No sé, yo no. Estábamos en otra. Pero puedo preguntar.
Cárdenas terminó de anotar esto último.
-Bueno, andá tranquilo. Yo te llamo en un par de días ¿Cuándo te vas?
-La semana que viene supuestamente, pero no está todo asegurado. Faltan arreglar las comisiones.
-Listo. Quedamos así entonces. No hables con nadie sobre esto, ¿estamos?
-Sí –contestó mientras dejaba unos pesos en la mesa.
Maxi se levantó despacio y tranquilo sin aparentar haber tomado dos vasos importantes de alcohol y salió por Coronel Díaz. Cárdenas se volvió a la mesa que estaba atrás.
-¿Qué tal? Disculpame, me quedé sin crédito, ¿no me podrías prestar tu celular para hacer una llamada corta? Te la pago.
-¿Disculpá?
-Necesito llamar a mi hermano y como me quedé sin crédito…
-Sí, está bien.
Cárdenas le agradeció y me llamó.
-Querido, hermano. Necesito pedirte un favor.
-¿Quién habla?
-Cárdenas.
-Ah, ¿qué hacés? ¿Qué precisás?
-Escuchame, anotate este número, llamalo y decile que vas de parte mía.
-No entiendo, ¿en qué quilombo me tengo que meter?
Sin responder mi pregunta me dictó un número de teléfono.
-Después te llamo. Te mando un abrazo.
Cárdenas le devolvió el celular al joven que no le quiso aceptar los cien pesos. Dejó el dinero de los fernet y su cappuccino que no llegó a probar y salió apurado por Santa Fe camino a Scalabrini. Caminó un par de cuadras sin ver ninguna actividad sospechosa alrededor. Llegando a Salguero se calmó un poco, quizá todo esto era su cabeza imaginando conspiraciones por todos lados desde que Armenteros le quiso hizo creer que el Bebu estaba secuestrado en la seccional.
Paró en la esquina y prendió la pipa para tranquilizarse un poco. Cruzó Salguero y dobló hacia la izquierda. Decidió que iría un rato a la plaza y luego volvería a la seccional. A mitad de cuadra sintió una sombra detrás de él. Vio al gordo de traje negro siguiéndolo despacio a pocos metros. Mirando hacia atrás dobló en el Pasaje San Mateo. Cuando miró hacia adelante tenía frente a él al flaco con dos tipos más vestidos igual al lado del Falcon negro.
-Cárdenas, estás muy hincha pelotas últimamente –le dijo el flaco- Igual que tu viejo.
-¿Qué dijiste de mi viejo?
Eso fue lo último que recuerda. Un golpe seco de atrás le cerró los ojos sacándolo enseguida de la cancha. Era como si todos quisiesen algo de él menos matarlo.
FIN DE LOS PRIMEROS CUARENTA Y CINCO MINUTOS…
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El informe Cárdenas/Jones – “La justicia sí dobla” es una novela policial de Manuel Sierra Alonso. Todos los derechos reservados©. Cualquier similitud con la realidad es una involuntaria casualidad.