La mañana más fría de otoño registrada en años recibió al inspector Cárdenas de la división de homicidios de la Policía Federal Argentina, desabrigado, ronco y con la nariz tapada. Durante la noche había luchado y pateado contra su subconsciente tirando las sábanas por debajo de la cama. Con los ojos entrecerrados revisó el celular. Faltaban cuatro minutos para la alarma de las seis y media. Antes de levantarse verificaría que la temperatura en la ciudad era de menos un grado.
Todas las mañanas pasaba por el mismo ritual. Primero, caminaba entra quejas y lamentos en voz baja hacia el baño por el horario en que debía levantarse un oficial de la Policía Federal Argentina. Durante la ducha se le pasaba la depresión matutina y luego, con su primer inyección de cafeína, recuperaba un poco el espíritu y las energías para llevar adelante el día. Después de todo, él era uno de los convencidos de que dormir estaba sobrevaluado.
Esta vez se pasó alrededor de media hora en la ducha, decidido a tomarse su tiempo y llegar a la seccional cuando le diera la gana siendo que su única tarea en esos días consistía de papeleos innecesarios. Prendió la cafetera y se fue a vestir. Su segundo ritual matutino era lustrarse los zapatos, dos minutos cada uno, sacar uno de sus trajes, todos negros e iguales, y separar pantalón, saco, camisa, corbata y tiradores ordenadamente sobre la cama. En el cajón de su mesa de luz tenía las medias para el traje y las de fútbol por igual. Las medias para los zapatos tenían restos de caucho que se le pegaban de las de fútbol. Cada mañana se pasaba un o dos minutos quitando los restos de las canchas de cesped sintético una por una.[1]
Terminó por anudarse la corbata un minuto antes de que su café estuviera listo. Se miró frente al espejo revisando que todo estuviese en su lugar. Sólo le faltaba el pin de una flor de cinco puntas que usaba en la solapa izquierda. Recuerdos de familia decía él.
En la cocina prendió la radio que heredó de su padre, que le hacía compañía todas las mañanas mientras desayunaba. El locutor de la estación AM repasaba a las siete y cuarto la temperatura y humedad como así también embotellamientos y piquetes diarios en la General Paz y accesos a la ciudad de Buenos Aires.
«Mucho frío en la Capital y el resto del país, así que a abrigarse porque parece que esto sigue hasta el fin de semana.
»Ampliamos sobre la noticia que dimos al principio del programa sobre el caso del barra asesinado.
»Diego Tesone, apodado “el Hueso” quién respondía a la facción de Roberto Bebu Velasco fue hallado en horas de la mañana de ayer asesinado en el baño del club porteño Midfields. La policía no ha dado mayor información respecto al caso pero no se descarta que se hubiera tratado de un ajuste de cuentas entre los propios barras.
»La verdad es que estoy cansado de estos hechos de violencia atroces en nuestro fútbol. Lo que me pregunto es si en algún momento la justicia argentina va a hacer algo con los violentos de siempre ¿Cómo es que las autoridades siguen permitiendo que esta gente haga lo que quiera? Se adueñan de todo y los que sufrimos somos los hinchas genuinos. El presidente del club, Norberto Grandío, se negó a dar declaraciones frente a la prensa ¿Te das cuenta? Se hacen los desentendidos, le pasan la pelota a otro y nadie es responsable. Mientras tanto, esto va a seguir pasando y no tenemos ninguna solución ni nadie que quiera hacerse cargo. Nos quieren alejar de las canchas y lo están logrando. Yo a mis hijos no los dejo ir a ver los partidos y hace años que no voy a ver a mi equipo…»
Cárdenas apagó la radio meintras el locutor seguía despotricando al micrófono ignorando que ya no lo escuchaba. Terminó el café y salió.
En la puerta de calle se cruzó con el portero que le sonrió intentando sobrellevar la confusión y posterior metida de pata de la noche anterior. Cárdenas se acordó enseguida pero no le dio mayor importancia. Lo saludó como siempre y salió apurado.
Minutos más tarde llegó a la seccional. “La seguridad: Deber del Estado, Obra de todos” era el lema que decoraba el dintel de la bóveda por la que todos pasaban al cruzar el umbral. En la sala de denuncias se encontró con el hombre que buscaba a su mujer desde hacía días. Quiso decirle algo que lo ayudara pero no sabía cómo introducirse. El hombre ni lo miraba, su semblante parecía ceder cada día sin encontrar consuelo alguno. Esa era la imagen de la desesperación que se veía casi a diario en aquella sala. El tiempo pasaba y los problemas se repetían: violaciones, raptos, hurtos, asesinatos bajo el marco de un sistema judicial que tardaba demasiado tiempo en arrojar una sentencia entre idas y venidas con abogados y fiscales peleando en código y las familias querellantes en el medio sin entender una sola coma buscando justicia. Cárdenas solía ponerse del lado del policía, por más que tuviese sus diferencias con algunos no debejaba de ser era uno de ellos. Se enorgullecía de que ellos fuesen los que ponían la cara que eran los primeros quien cualquiera iba a putear hasta por si las dudas.
“Nosotros somos los soldados de la política, acá”, decía “¿Sabés lo que es un soldado? Un pelotudo que no hace preguntas y que mandan al frente a hacer todo el trabajo sucio y luego van a buscar para resguardarse detrás de ellos cuando la cosa se pudre. Después nadie te reconoce el laburo que hacés y para la gente somos todos unos corruptos que salimos a robar”.
Nada de esto lo hacía encontrar la manera de iniciar la conversación con el hombre que buscaba desesperadamente a su esposa, su amada, su vida.
-¿Disculpe, tiene hora? -le preguntó el hombre casi como resolviéndole el problema.
-Sí, ocho menos cuarto.
-Gracias.
-De nada, ¿hace mucho que está acá?
-Más o menos, llegué… No me acuerdo a qué hora llegué.
-Usted vino el otro día también, ¿no?
-Sí, creo que sí. Hace varios días que estoy acá.
-¿Cómo se llama?
-Genaro Garibaldi.
-¿Por qué viene acá? ¿Tiene varias denuncias para hacer?
-Ya la hice. Mi mujer desapareció hace unos días y nadie me da una respuesta.
-Pero acá nadie se la va a dar. Esto es sólo para radicar una denuncia.
-Es que me prometieron que ni bien supiesen algo me dirían y no quiero esperar a que me llamen. No puedo estar sentado en casa todo el día.
-¿No tiene un trabajo a dónde ir?
-Me dieron licencia.
-Mire, conozco gente acá dentro que se encarga de los secuestros y desapariciones. Les voy a preguntar y ver qué se puede hacer para avanzar con este tema. Pero no puede estar acá, la información que manejamos se la pasamos al juez que lleva la causa directamente.
-¿La secuestraron? Nadie me dijo nada –el tono monocorde de Garibaldi lo hacía parecer un fantasma sin emoción alguna.
-No, bueno, no lo sé -dijo dándose cuenta de la metida de pata- Déjeme su número y le aviso ni bien sepa algo. No es necesario que esté acá todos los días.
-Está bien. Tome mi tarjeta, se lo agradezco mucho…
-Cárdenas, Ernesto Cárdenas ¿Cómo se llama su mujer?
-Alicia Rosado.
Genaro le dio la mano y puso encima la izquierda como si buscara aumentar su gratitud. Cárdenas notó la alianza en su anular que exponía ese compromiso con la otra persona y que este hombre no se negaba a abandonar. En ese momento sintió una lástima como nunca antes por ninguna víctima que jamás hubiera pasado por ahí.
Entró en la sala, dejó su abrigo colgado en el respaldo de la silla, se preparó un café instantáneo con el agua del bidón y se sentó en su escritorio. Abrió la primera carpeta y enseguida como si un mecanismo de defensa contra el hastío operara sobre él lo llevó pensar en el anillo quemado encontrado en la casa de Amanda. El único indicio que se salvó de la destrucción total y que daba cuenta de una vida fuera de su relación. Ella había avanzado y eso lo hacía pensar en lo poco que había cambiado su vida desde entonces a pesar de los honores conseguidos en el servicio. Sabía que también podría tratarse de una reliquia familiar, un regalo que jamás llegó a ver o hasta una baratija que podría haber comprado en el mercado de pulgas.
Del despacho de Cabañas salió Dutari visiblemente molesto. Pasó por el escritorio de Cárdenas sin siquiera mirarlo. Detrás salió Cabañas con la voz un poco ronca y le pidió que entrara.
-Sentate –le dijo ni bien cerró la puerta.
-Acabo de llegar ¿De qué me perdí?
-¿Qué es lo que me estoy perdiendo yo, Ernesto? ¿Qué fue toda esa visita al forense, me podés explicar?
Nueve de la mañana y ya estaba obligado a pensar rápido una mentira para salir del paso.
-¿Cuál es el problema con todo eso?
-No me quieras desviar el asunto. Hace un día que volviste y ya desobedeciste dos veces a Berisso y llegás tarde hoy por quedarte hablando con un tipo que ni siquiera tiene una denuncia clara y cuanto menos le compete a esta división.
-Qué rápido que vuelan las noticias acá.
Cabañas golpeó la mesa.
-No me boludeés, pendejo. Te conozco de hace muchos años y sabés la relación que tenía con tu viejo, pero no voy a permitirte esta conducta ¿Soy claro?
Cárdenas buscó una respuesta vacía de sarcasmo.
-¿A ver si me seguís? Te quieren hacer un examen psicológico completo para ver si estás capacitado para seguir acá adentro y no estás ayudando con tu conducta. Desde ayer a la medianoche que tengo a todos los medios y al juez llamándome para que les dé explicaciones sobre lo que pasó con Tesone y después me entero de que abandonás tu escritorio y te vas con el pelotudo de Dutari al estadio ¿Quién te mandó para allá? Sabés que te tenés que quedar acá. Portate bien y no hagás quilombo. No te voy a poder ayudar sino ¿Estamos?
No hubo respuesta.
-Volvé a tu escritorio. Dale.
El resto de la mañana siguió con la tarea que le habían dado y pensando en otras. A las doce y pico se acordó de la promesa que le había hecho esa mañana a Genaro Garibaldi de informarlo sobre cualquier indicio de su esposa desaparecida. Llamó al interno de Julián Suárez, un conocido de hacía muchos años que trabajaba en la división de búsqueda de personas, para que le dijera quién estaba siguiendo el caso.
-¿Sí? –contestó una voz extraña del otro lado.
-¿Quién habla?
-¿Quién carajo quiere saber?
-Ah… ¿Qué hacés, Pagani? Habla Ernesto Cárdenas.
-Ah, pibe ¿Cómo te va?
-Bien. Che, ¿sabés dónde puedo ubir a Julián?
-Está en Jujuy con unos temas. Me pidieron que les mandara gente para ayudar a la policía local. Parece que les agarró por el FBI a estos.
-Bueno, gracias, Roberto. Cuidate.
Al cortar se dio cuenta de que no le preguntó por la desaparición de Alicia Rosado. Lo iba a llamar de nuevo pero su celular sonó. Un número desconocido para él. Podría ser Armenteros. Se alejó hasta el baño para que nadie lo escuchara.
-Hola.
-¿Cárdenas?
-¿Quién habla?
-Maximiliano Gasti.
El Maxi, salvador de la promoción que tenían vendido.
-¿Gasti? ¿Qué necesitás?
-Disculpá, capo. Rojitas me pasó tu número, me dijo que eras de confianza. Necesito hablar con vos lo antes posible.
-Está bien. Nos encontramos en Tolón en media hora ¿Llegás?
-Sí, perfecto. Gracias.
Cabañas salió de su despacho y pasó por al lado de Cárdenas sin mirarlo camino a la salida siendo que ya era la hora del almuerzo. Este era el momento perfecto para tomárselas. Se levantó de su escritorio y mientras tomaba el abrigo del asiento apareció Aymar con mínimo diez carpetas nuevas. Las desplomó sobre el escritorio de Cárdenas.
-Acá tenés para divertirte un rato –le dijo altanero.
Cárdenas lo miró de reojo y terminó de ponerse el abrigo. Giró hacia la izquierda intentado flanquear a Aymar pero este lo detuvo suave pero firmemente con la mano.
-Para, para, para… No te dije que te podías ir.
Cárdenas levantó la mirada hacia el techo y contó lentamente hasta diez evitando que su mano se estrellara contra la cabeza del pendejo altanero.
-Berisso te manda a decir que en media hora vayas a lo del Turco acá a la vuelta y traigas lo de siempre más unos roquefort y palmitos para mí, después te los paga.
La sonrisa de Cárdenas, quién todavía miraba hacia el techo, se abrió hasta que se mordió el labio inferior.
-Bueno, ahora sí, andá y no tardes… ¿Qué pasa? ¿No me estás entendiendo?
Cárdenas tenía dos opciones, calmar las pasiones, no decir nada y sentarse su escritorio para no levantar más sospecha o reventarle la taza con el café que aún estaba caliente en la jeta. Por suerte eligió la primera opción.
-Está bien. Hay que aprender a manejar lo que estás viviendo con el temita de tu novia chamuscada y eso.
El hombre tiene su límite también.
Cárdenas dio media vuelta hacia su izquierda asestando la taza en el parietal izquierdo de Aymar que cayó enseguida junto con los pedazos de cerámica y lo levantó de la solapa con los ojos rojos, debido más que nada a la falta de sueño que a la furia que sentía.
-Pendejo de mierda. No sabés con quién te estás metiendo acá. ¿Me oís, pelotudo alcahuete?
Aymar, que todavía estaba aturdido por el golpe, apenas si pudo asentir con la cabeza.
-Vos no te cruzás más conmigo, ¿me entendiste, basura? Yo hablo y vos te callás, yo llego y vos te vas, yo paso y vos te corrés porque ni Cabañas ni toda la puta SIDE te va a salvar si te volvés a cruzar conmigo.
-¿¡Qué carajo está pasando acá!? –exclamó Berisso que recién entraba en la sala.
La escena se explicaba por sí sola.
-Luis, andá a mi despacho y traele todas las carpetas que quedan.
Aymar se levantó como pudo. Berisso que estancó su mirada en Cárdenas.
-Sentate acá y no levantás el culo hasta que tener todos estos informes para entregar ¿Soy claro?
-¿Pero y los triples de miga que querías, Berisso?
-Me cansaste, pendejo. Mi despacho, ahora.
Ambos caminaron por el pasillo hasta la oficina de Berisso, al llegar se cruzaron con Aymar, un tanto tembloroso, que salía con más carpetas y la mirada baja para evitarlo a Cárdenas.
Berisso se sentó en el asiento y Cárdenas quedó levantado.
-Estás suspendido por tiempo indefinido, Cárdenas. Agarrá tus cosas y andate a la concha de tu madre.
Cárdenas ni siquiera pensó en defenderse y dar un descargo. Era obvio que lo que buscaba el vigilante Berisso era humillarlo y no le iba a dar mayor gusto. Aunque le hubiera gustado recordarle la vez que Berisso mandó al hospital a un recién llegado por servirle un mate cocido en vez de té. Aymar entró a buscar un nuevo pilón de carpetas para aumentar aún más el muro que estaba construyendo en el escritorio de Cárdenas.
-Ah, y traeme las carpetas con los informes que no hiciste acá.
Aymar se quedó pálido y estático por un momento entre la orden de Berisso y la imagen de Cárdenas que lo intimidaba.
-Cuando vuelvas van a estar esperándote.
Aymar tomó el pilón camino al escritorio con una mirada socarrona hacia el piso que en otra ocasión se la hubiera lanzado directamente a los ojos.
El celular de Berisso lo distrajo un segundo.
-¿Qué pasa? Ahí voy. Vení conmigo –le dijo a Aymar- Y vos, apurate con esas carpetas y tomátelas. El lunes vamos a hablar con Cabañas por esto.
Cárdenas salió detrás de ellos. Frente al muro de carpetas e informes que Aymar le había construido, corrió la silla hacia un costado y tranquilamente tomó la mesa por debajo con las manos y la lanzó hacia el frente sin proferir grito alguno.
Aymar entró sólo para quedarse firme entre Cárdenas y la puerta de salida. Al cabo de un instante reaccionó.
-¿A dónde vas, Cárdenas? Berisso te dijo que trajeras todos los informes y te falta un pilón.
La respuesta fue un cross derecho al mentón que dejó inconsciente al pibe. Cárdenas levantó una pierna y luego la otra para pasar por encima del desmayado y salió de la seccional.
[1] Una de las conductas que no se condecían con su carácter obsesivo y meticuloso. Jamás logré entender por qué mezclaba las medias si siempre iba a tener que limpiarlas todos los días.
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