Saliendo de la comisaría Dutari y Cárdenas bajaron por Billinghurst para tomar Libertador. En el semáforo de charcas una luz roja se atrevió a demorarlos escasos segundos pero Dutari tuvo la precaución de evadirla haciendo sonar la sirena por unos segundos.
-¿Qué hacés?
-No jodás, no venía nadie.
-Estaba en rojo y esto no es una emergencia. Vos no jodás.
-¿Y qué querés? ¿Vos viste cómo están los semáforos en la ciudad? En cada esquina te empoman siempre. Yo te digo una cosa, para mí acá hay algo entre la jefatura y los pibitos fisuras que te afanan cuando frenás.
Cárdenas se limitó a mirar por la ventana mientras pasaban de lado a una señora con un bebé en brazos pidiendo en la esquina.
-En serio te lo digo, Ernesto. Pensalo dos minutos, las cárceles están hasta las manos y no se construyen nuevas porque no hay presupuesto porque se chupan la guita en sus negocios. Y sólo meten a los mayores de dieciocho años. Entonces, ¿quién queda? Yo te voy a decir quién queda. Estos negritos sin patria que saben que si los agarramos no les va a pasar nada, entran y salen como si nada. Nacieron en un lugar sin justicia y lo aprovechan, nadie se hace cargo de ellos ¿Sabés qué haría yo si pudiera con cada uno de ellos?
-A todo esto ¿Para qué me querés en el estadio? -respondió rápidamente para cambiar de frente y evitar la misma conversación fascista que usaba Dutari para evadir cualquier responsabilidad.
-¿En qué planeta estás, flaco? ¿No sabés que bajaron a Tesone en el baño del estadio durante el partido del otro día? Recién ahora se avivaron de que estaba ahí.
-¿Al Hueso?
-Afirmativo ¿Vos lo conocías, no?
-De vista, andaba con el Bebu.
-¿Viste? Te dije que me venías al pelo.
Llegaron a Tagle y Libertador, Estadio Bernabé Ferreyra del Club Atlético Midfields. En la entrada ya los estaba esperando el Turco que de paso impedía que entraran curiosos y entrometidos a la escena del crimen.
-¿Cómo zafaron eh? –le dijo a la pasada.
-¿De qué hablás?
-Del partido que ganaron por obra divina del árbitro.
-Dejate de joder. Los pusimos contra un arco todo el tiempo.
-Les tendrían que haber suspendido la cancha y dado por perdido.
-¿Qué culpa tiene el club de que la policía haga como el culo su trabajo?
-Epa, epa. Cárdenas, El hincha. No lo digas muy fuerte que acá está lleno de canas.
-Los que estaban a cargo del operativo de seguridad son tan cavernícolas como los barras.
-Bueno, bueno. No sabía que tenías esa opinión de tus colegas.
-¿Lo decís por Vega? Ese imbécil está metido en todas. El día que se meta con esta división me voy a encargar de que lo guarden para siempre.
-Nunca vuelvas un caso personal, Cárdenas.
-Chupala.
Se hizo un segundo de silencio que Dutari rompiño con una carcajada forzada.
-Me alegra que estés de vuelta, pibe.
Subieron las escaleras hasta primer nivel que conectaba la platea con la popular por medio de un pasadizo diseñado especialmente por los barras del Bebu Velasco. De esta manera podían escapar si la cosa se ponía pesada, extorsionar a los socios y cobrar a los carritos de panchos su diezmo de cada fin de semana. El lugar nunca había conocido tantos policías como aquella tarde.
-¿No será mucho, che? –le dijo Cárdenas a Dutari.
-¿Qué cosa?
Cárdenas se quedó callado, él sabía que esta abundancia era la mejor manera de entorpecer cualquier investigación. Por todos lados le pasaban oficiales, peritos y asistentes. La cosa ya no le estaba gustando ni un poco, si bien sentía curiosidad por saber qué había pasado con el barra luego de haber conseguido la permanencia, quería volver lo antes posible a la comisaría
Llegaron justo a tiempo al lugar del asesinato para ver cómo los paramédicos se llevaban en una camilla el cuerpo de Hueso Tesone. A la salida del baño el perito forense anotaba algo en unos papeles oficiales. Dutari se separó un minuto para hablar con él.
-Ahí vengo.
Cárdenas se apoyó contra una columna que había perdido hacía mucho tiempo los últimos rastros de pintura. No se dio cuenta de que en esa columna él y Amanda habían dibujado el escudo del club con las iniciales de ambos en una época más inocente. Hacía tiempo que no iba al estadio y aun así todo lo parecía igual salvo por la creciente acumulación de basura a los costados de la pasarela, el permanente olor de los baños y la ausencia casi total de pintura.
Dutari le dio la mano al forense y volvió a Cárdenas.
-Haceme la gauchada y fijate que le podés sacar a los empleados que a nosotros no nos quieren largar nada.
-Para ellos soy tan cana como cualquiera de los que están acá, eh.
Lo que quería decir era que para ellos, él era igual de corrupto, mentiroso y vigilante.
-Algo vas a poder sacar.
-¿Y el cuerpo?
-Me prometieron los resultados para hoy a última hora. Después dicen que no somos expeditivos.
-¿Dónde estaba?
-En una de las cabinas del baño, lo ejecutaron de un balazo en la nuca.
-Curioso.
-¿Qué cosa?
-Nada, que lo ejecutaran. Ahora vuelvo.
-Tomate tu tiempo.
Cárdenas bajó por la escalera caracol que comunicaba la bandeja con el playón en donde el personal de maestranza todavía barría los destrozos de dos noches atrás. Uno era un viejo con la piel curtida y algunas canas en el pelo que todavía le quedaba. Era más bien alto, enjuto y con un aspecto un tanto tísico. Aún así parecía incansable. El otro era un pibe que no llegaría ni a los veinte, tenía tatuajes en los brazos con inscripciones indescifrables que no habían sido hechas de la manera tradicional. Cárdenas se les acercó despacio como quien asecha a un animal que está por capturar y no quiere que se le escabulla entre la maleza.
-¿Qué tal, muchachos? ¿Cómo va eso?
Ambos asintieron sin dejar de barrer o ver el piso.
-Estuvo difícil el partido el otro día, eh.
El viejo le lanzó una mirada y se volvió a Cárdenas.
-A vos yo te conozco.
-¿Así? ¿De dónde?
-Vos sos el nieto de Salvador… Cárdenas, ¿no?
Hacía mucho tiempo que un desconocido le refería a su abuelo. De niño, lugar a dónde el abuelo los llevara a él y a su hermano Joaquín, cualquier desconocido se le acercaba a Don Salvador Cárdenas regalándole elogios y algunos cuentos a los niños de la época dorada del viejo acrecentando la leyenda.
-¿Cómo conocés a mi abuelo?
-Yo era acomodador del Luna Park cuando todavía se daban peleas de boxeo. Al viejo lo hacía pasar siempre que venía sobre la hora.
-¿Y cómo sabes que soy su nieto?
-Porque sos igual, maestro.
-Ah, mirá –Cárdenas los miró a ambos. Hizo una pausa y continuó- ¿Hace cuánto que trabajan acá?
-Yo hace bastante, él entró hace poco.
-¿Vos no hablás, pibe? ¿Cómo te llamás?
-Se llama José.
-¿Qué pasa? ¿No te gusta hablar?
José seguía barriendo cada vez más alejado de los otros dos.
-¿Estuvieron el día del quilombo?
-Yo sí, él no.
-¿Viste lo que pasó?
-Todo el mundo lo vio.
-¿Vos qué viste?
-Que se agarraron a piedrazos acá y afuera.
-¿Y a quién viste? ¿Estaba el Bebu?
-Al Bebu hace rato que no se lo ve por acá. Fácil una semana.
-¿Y al Hueso?
-Tampoco.
-No viste al Hueso Tesone acá.
-No, señor.
-¿Estás seguro, no?
-Sí.
-Tomá –le entregó una tarjeta- si por esas casualidades resulta que te acordás de algo, hacémelo saber antes de que sea tarde, ¿tamos? –Volteó para buscar a José- ¿Dónde se metió el pendejo este?
-Es un buen muchacho, dejalo tranquilo.
-A mí me suena que es de la barra del club.
El viejo no se intimidó.
-Bueno, a vos te puede sonar lo que se cante pero dejalo tranquilo, flaco.
-Inspector ¿Cuál es su nombre?
-Miguel.
-Miguel ¿Cuánto?
-Andrada.
-Te voy a tener vigilado de cerca, ¿me oís? –le dijo como una intimidación que tanto él como Miguel sabían que era una mentira.
Cárdenas caminó por el playón hasta que vio al pibe saliendo por una puerta a la vuelta del estadio a unos cuarenta metros de donde estaba él.
-¡Flaco! Che, vos. Vení un segundo.
Sin darse vuelta, José aceleró el paso cada vez más mientras Cárdenas lo seguía solo a los gritos por el playón hasta que ambos empezaron a correr. El estado físico del prófugo era notable, en menos de diez segundos le sacó más de una cuadra a Cárdenas que a pesar de no llegar a los cuarenta y jugar religiosamente todos los domingos a la pelota no podía seguirle el paso. Este pibe estaba claramente entrenado desde pequeño. La persecusión se interrumpió cuando Cárdenas fue a darse con la puerta que se estaba abriendo con Rojas del otro lado que salía con una bandeja en la mano tirándolos a ambos al suelo.
-¿Ernestito? -dijo el hombre intentando incorporarse.
-Rojas… ¿Qué hacés?
-Bien, pibe… Que golpazo, hermano. Vení, dame una mano.
-¿Estás bien?
-Sí, ¿pero qué hacés corriendo así?
-Se me escapó uno. Aguantame un segundo –le dijo mientras tomaba su radio.- Dutari, fijate que se escapó un sospechoso por la esquina de Tagle y Alcorta. Lleva un traje de maestranza, pelo negro corto con flequillo de unos veintipoco años.
-Ahí mandé a dos a buscarlo. –contestó la radio.
-Disculpá, che. ¿Estás bien?
-Sí, sí, ya te dije que sí. No te preocupes. Vení que te hago un cafecito. Perdón, un cappuccino.
Rojas lo hizo pasar a la cafetería por la puerta de la cocina haciéndole recordar otros tiempos. Después de tantos años de trabajo, ese lugar era su casa donde crió a sus dos hijos junto con su mujer. Ahí almorzaban después de la escuela y merendaban mirando los dibujos animados esperando a que el viejo terminara de atender pasadas las siete de la tarde. Doña Juana, ayudaba a la mañana haciendo las facturas y el pan. Durante el día limpiaba y daba una mano si Rojas tenía que irse a hacer algún trámite, atendiendo el lugar. El día que murió, hicieron el servicio en esa misma confitería en la que dejaron una placa conmemorativa en la pared detrás del mostrador al lado de la foto del equipo campeón del setenta y cinco con la leyenda: “A nuestra Doña”. Esa placa es el pedazo de metal más brillante en todo el club.
Cárdenas se sentó en el mostrador. Con el revés de la mano derecha se limpió un poco el polvo de la solapa del sobretodo. Rojas le sirvió el cappuccino y unas obleas humedecidas de andá saber qué año con un gesto parental.
-¿Cómo están los chicos?
-Bien. Estas son cosas que pasan todos los días, viste como es. Ahora con la permanencia hizo que se calmaran un poco las aguas con la dirigencia. Igual hay que cuidar el promedio para la que viene, vamos a seguir complicados. Pero están confiados, ¿sabés? Ahora se tomaron vacaciones y no sé cuándo vuelven…
-Me refería a tus hijos, Rojas -dijo interrumpiendo el monólogo.
-Ah… Perdoná. Bien, bien. Santi ya se instaló en el norte, es ingeniero y Raúl va a venir en unas semanas de visita por el aniversario de la vieja.
-Bueno, me alegro. Oíme una cosa ¿Qué pasa con estos dos tipos que estaban limpiando afuera?
-Esos dos… Vos sabés. Vienen un día que los trae algún secretario del presidente de la mano de alguno de los muchachos. Están un tiempo y después se van.
-¿Ubicás al pendejo que estaba afuera con el viejo?
-Si es el mismo que estuvo viniendo en la semana tiene que ser un pibe de las inferiores que se lesionó y nunca llegó. Igual no parecía muy bueno. Más que eso no sé y no me interesa saber.
Rojas y su familia siempre fueron sobrevivientes. Lo único que el hombre tenía ahora era su confitería y sabía que para mantenerla no le convenía opinar sobre nada y mucho menos hablar con alguien de afuera sobre lo que pasaba adentro.
-¿Por qué se agarraron el otro día?
-Por poder, Ernesto, ¿por qué va a ser?
-¿Vos viste al Bebu o al Hueso?
-No, al Bebu no lo veo hace rato acá y el Hueso me pareció verlo ahí abajo porque pasaron por acá para agarrarse.
-¿Estás seguro de eso?
Dutari llegó de atrás y apoyó el codo en el mostrador mirando hacia el otro lado.
-Eh… No sé, ahora que lo decís. Viste que el Hueso… no sé, no sé. No sé nada yo, Ernesto.
-¿Y qué pasa con el Loco? ¿Ya transó con Grandío?
-No tengo idea. Pero ya cayó el Hueso y al Bebu se lo presume muerto o se las tomó. Así que es cuestión de tiempo. No sé, pibe. Me da mucho miedo esta nueva banda del Loco.
Cárdenas estuvo tentado de preguntarle si la anterior no pero se contuvo. Por en frente de la puerta principal de la confitería pasaban las chicas del equipo de hockey, Dutari se acercó a investigar.
-Estos son más agresivos –le dijo Rojas a Cárdenas- No piensan, van al humo por nada, viven drogados y cada tanto escuchás que se la pusieron a alguno que les caía mal. Al menos los del Bebu son más inteligentes y saben hasta donde pueden llegar y no se van a cargar a uno porque sí. Tienen códigos, ¿entendés?
-Te entiendo, Rojas. A vos no te tocan igual ¿No?
-No, pero esto ya no da para más. La gente no viene a la cancha como antes a pasar el día y ver al equipo jugar sino que vienen sobre la hora y se van lo antes posible para evitar cualquier cosa que les pueda pasar.
Cárdenas asintió mirando el cappuccino que todavía no había siquiera probado. Antes de que pudiera hacer cualquier movimiento lo interrumpió Dutari por atrás. Rojas bajó la mirada y se hizo a un lado.
-Che, me avisaron de que está llegando el fiscal. Yo me voy a hablar con él y después te encuentro para discutir una cosita.
-Te avisaron que está llegando el fiscal. Perfecto, me las tomo.
-¿Adónde vas?
-De vuelta.
-Dejá la radio prendida.
Dutari se alejó y Cárdenas volvió sobre su cappuccino sin ganas de tomarlo y decirle algo a Rojas que se había ido vaya a saber uno dónde. Le dejó un billete de quinientos abajo del plato a modo de propina y se marchó. Cinco años habían pasado desde su última partida cuando Amanda había esperado hasta el final del partido para decirle que la cosa no iba más. En aquel momento juró nunca más volver al estadio y ahora, ya no estaba tan seguro de poder prometer lo mismo. En aquel entonces, las crónicas policiales estaban muy de moda en la sección de deportes.
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