Adentro del auto Acosta se quitó los guantes. Tenía las manos oscuras, salvo por una línea grisácea en la izquierda. Metió primera y escaparon de aquel infierno helado. Durante el camino quiso sacar algunas conclusiones de prepo en un lamentable intento por tranquilizar a su acompañante.
-Perdoná, ya no sé lo que digo. A lo mejor ni es… -se mordió el labio para no continuar.
Cárdenas añoraba la posibilidad de que no fuera ella mientras que a la vez temía el momento del reconocimiento del cuerpo que se acercaba a alta velocidad mientras Acosta pasaba los semáforos en rojo con la impunidad que le daba la sirena del coche. Él conocía bien a Amanda después de tantos años de pareja. Cada rincón de su cuerpo lo había visto desde distintos ángulos a lo largo de los seis años de relación. Con sólo verla un instante sabía que podría reconocerla en la morgue y Acosta no ayudaba para nada.
-¿Qué pasó? –Cárdenas rompió el breve silencio.
-Eh… Vamos a saber más cuando estén los informes de los peritos -hizo una pausa con el ceño fruncido- Pero parece que fue por un escape de gas en la cocina. No se podía entrar, la heladera quedó incrustada en la puerta y los bomberos no podían llegar a cerrar la llave de gas. Se habrá quedado cocinando algo, se le apagó la hornalla con el gas saliendo y cuando quiso acordar ¡BUM! ¿Entendés?
-Claro –respondió con el corazón oprimido.
Acosta se metió en el estacionamiento de la morgue sin bajar la velocidad del auto y estacionó atravesado en la zona para discapacitados. Se bajó, dio la vuelta y le abrió la puerta a Cárdenas para abrazarlo paternalmente. Segundos más tarde enfilaron hacia la puerta.
Caminaron por algunos pasillos entre doctores y penitentes. Cárdenas pensó en todas las veces que le había tocado ir a la morgue como si se tratara de ir cualquier otro lugar a buscar información para un caso. Ahora era él uno de los tantos que penaban por allí aferrados a una última esperanza perversa de que la víctima fuese otra persona que nunca hubieran conocido. Cárdenas se había caracterizado por ser un oficial metódico. Quienes trabajaron con él reconocían que podía llegar a ser excesivamente racional al punto tal de apurar a los familiares de las víctimas a que reconocieron el cuerpo para que la investigación pudiera avanzar lo más rápido posible. Pero en ese momento era todo incertidumbre. Al menos lo tenía a Acosta para que le hiciera la segunda.
En la mesa de entrada una vieja los hizo pasar a la sala de espera. De fondo escuchó unas risas, probablemente de la gente de que trabajaba en la morgue, indiferente ya del paisaje lúgubre que era aquello.En la sala no había nadie más que ellos dos. Eso lo tranquilizó un poco porque lo último que quería era ver su dolor reflejado en un rostro ajeno.
-Te traigo un café, ¿querés? –le dijo Acosta.
Cárdenas asintió con la cabeza y quedó solo por primera vez en dos horas. Pensó en los seis años junto a Amanda mientras se recriminaba no haber podido estar ahí para salvarla. Se hundió en sus pensamientos mientras se llenaba de culpa por cómo había terminado su relación. En el final, él ya no le daba mucha atención ni cariño y se fue alejando hasta que ella lo dejó. Al verse sin ella después de tanto tiempo se arrepintió y le rogó que lo perdonara pero nada la hizo cambiar la opinión.
Acosta volvió con un té y una excusa acerca la máquina de mierda que tenían ahí. Cárdenas le agradeció y dejó el té a un costado para que se enfriara.
-Tomá, acá hay otra ficha para la máquina.
-No, está bien, Lucho, te agradezco.
-Bueno, yo me la quedo y cualquier cosa me la pedís, eh –le dijo mientras guardaba la ficha en el bolsillo derecho del saco- ¡Pero la puta madre!
Acosta persiguió la ficha que se le había caído de adentro del bolsillo.
-Le voy a tener que pedir a mi señora que lo arregle antes de que me mate. Este es mi traje de casado -dijo mientras volvía mirando el agujero.
A Cárdenas el estómago le daba vueltas. Lo único que necesitaba era pasar a la sala y no identificar a Amanda, que fuera otra, que la pena que sentía y que cargaría por siempre fuera de otro. A veces uno no mide el peso de sus deseos. Le preguntó a Acosta si podía averiguar por algún nuevo indicio del siniestro.
-Vos no te preocupes por eso ahora. Relajate y tomá el té.
Relajarse no era algo que pudiera hacer en ese momento ni pensar como policía. No era más que un tipo común y corriente esperando por lo peor. Su celular irrumpió la aparente calma haciéndose eco entre las paredes. Con suma tranquilidad, revisó la pantalla, se trataba de un número privado y lo silenció.
Una sombra ocupó el vidrio esmerilado de la puerta que daba a la cámara. El forense se hizo presente en la sala de espera para pedirle a Cárdenas que lo acompañara. El tiempo se detuvo un instante y antes de darse cuenta, Cárdenas ya lo estaba siguiendo por una pasillo largo con azulejos verdes y pintura desgastada que llegaban hasta el techo.
Adentro de la sala, el forense se acercó a la camilla que tenía el cuerpo tapado, tomó la sábana y le dijo una serie de cosas. Cárdenas asintió como si lo estuviera escuchando sin subir la mirada.
-¿Está listo? –preguntó el forense.
Sin esperar a que le respondiera descubrió el cuerpo tomando las puntas de la sábana con ambas manos haciendo que uno de los mejores inspectores de la policía casi vomitara encima. Cárdenas cerró los ojos unos segundos y luego miró cuidadosamente el cuerpo.
-Está muy quemada. No sé si es ella –dijo, dándose esperanzas.
No le faltaba razón. Las quemaduras más severas se concentraban en el rostro, cuello y hombros. Apenas se podía reconocer el pelo rubio de su cabellera.
-En unas semanas tendremos el informe dental que corroborará su identidad, pero no hay por qué esperar. Podríamos ir ahorrando tiempo, oficial.
-¿Qué es esto?- dijo señalando la muñeca izquierda del cadáver.
-Un tatuaje, parece un pez por lo que se ve. Pero es muy reciente.
Recordó que ella detestaba los tatuajes. Una vez le dijo que si él llegaba a hacerse uno lo dejaría en el momento. ¿Tanto podía cambiar una persona?
-Me cuesta reconocerla pero se la ve más grande y ella siempre se cuidaba.
-Entiendo. Discúlpeme, pensé que tenía relación más cercana con la víctima, de otro modo se lo hubiera dicho antes.
-¿De qué me está hablando?
-Estaba embarazada de dos meses.
El forense cubrió el cuerpo con la misma serenidad que antes. Caminó hacia una mesa para tomar un formulario que le entregó a un Cárdenas atónito mientras lo acompañaba a la puerta.
-¿Qué es esto?
-La declaración en donde usted alega reconocer el cuerpo.
-Yo no lo reconozco, podría ser cualquier otra persona -respondió.
-Lléveselo, oficial y me lo entrega en la semana. Tómese un tiempo para procesar todo esto.
Cárdenas salió distraído del lugar buscando una coartada que lo liberara a él y a trajera de vuelta a la vida a Amanda. En la sala de espera Acosta le ofreció llevarlo en auto pero se disculpó y le dijo que quería caminar. Se saludaron con la promesa de hablar más tarde.
-Che, ¿la reconociste? –le gritó Acosta antes de que se fuera.
No quiso responderle y siguió caminando. A las dos cuadras sacó el celular y vio que tenía tres llamadas perdidas de un número privado. Alguien lo buscaba con insistencia a pesar de la hora, de su franco y del partido de Midfields y no quería ser rastreado. Marcó el número del celular de Amanda, aun lo recordaba. Lo atendió un contestador genérico alegando que el número que había marcado no podía atenderlo en este momento. Cualquier cosa la transformaba en una esperanza más allá de que tuviera sentido o no.
Pensó en volver a la casa y buscar una respuesta entre los escombros, algo que pudiera relacionar con el anillo y ese pasado reciente e incierto que había llevado a este final para encontrarse con una respuesta que lo salvara de este dolor. Ya no sabía si estaba ignorando la evidencia abrumadora frente a él o si algo de todo esto tenía sentido. Hasta que llegara el informe dental tendría esperanzas de que esa no fuera Amanda. Esa tarde lo habían mandado a la cancha sin preguntarle si quería jugar y ahora estaba solo contra el mundo sintiéndose visitante en su propio estadio.
Decidió que lo mejor sería volver a su departamento, descansar y esperar que Midfields no hubiera descendido. Al menos una buena tenía que tener su día libre.
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