La directora chilena, Dominga Sotomayor, llegó a esta Berlinale para ser jurado de la sección Encounters, que concentra a jóvenes directores con un futuro que bien vale la pena seguir de cerca. Al igual que ella quien en 2012 presentara su ópera prima, De jueves a domingo y comenzara una carrera de gran reconocimiento llevando su cine por todo el mundo.
En charla en exclusiva con Lado|B|erlin, Sotomayor habla sobre la situación en Chile, la situación del cine en su país y de sus proyectos fuera del arte como su sala de cine, Centro De Cine Y Creación, (CCC) en Santiago.
¿Cómo ves al cine ocho años después de tu primera película?
Cuando me preguntaban por el nuevo cine chileno, yo pensaba que De jueves a domingo había sido una respuesta intimista diferente al cine de post dictadura donde lo importante estaba en las calles. Mi generación creía que no había mucho que hacer en las calles y nos metimos adentro de nuestras casas, es como volver a lo de uno donde lo político también es lo personal. El cine se volvió más íntimo y medio que nos aislamos. Quizás es muy pronto decirlo, pero creo que el movimiento se está volviendo a lo opuesto. Yo crecí en una generación apolítica y ahora por primera vez me tocó un movimiento social en Chile. Ha sido súper emocionante e importante que genera un cambio en el país y nunca más a volver a ser lo mismo. Es difícil tomar distancia porque todavía estoy en la revuelta pero tengo la sensación de que esas individualidades que estaban despiertas y aisladas en su momento ahora se unieron. Hoy es imposible que esto no nos cruce como cineastas y rompa con lo que veníamos haciendo. Incluso cambió mi lectura sobre Tarde para morir joven, (la última película de Sotomayor), donde ahora la veo como un preludio a lo que está pasando en Chile por el final de una ilusión, una democracia falsa que se quiebra y adormecida con el No. Creo que el cine podría tener ahora una función más política de la que ha estado teniendo.
En De jueves a domingo también se quiebra la ilusión. Marco Layera, el dramaturgo chileno, habla de que su generación está dolida con la democracia porque se sienten traicionados y ahora todo vuelve en una respuesta al cambio de que no se vuelve para atrás.
Algo que cambió también es que esta generación no tiene miedo. Mis papás crecieron en dictadura y yo la tenía muy de cerca. Hasta mi generación, ver a un carabinero era algo terrorífico. Me decía a mi misma “es solo un carabinero, no me va a pasar nada”. Hay un miedo histórico ante la dictadura que se siente en el cuerpo. En cambio los jóvenes de veinte años que son los que iniciaron este movimiento no tienen miedo porque la dictadura está muy lejos y eso se manifiesta en el cine, en las ideas de género, hay una libertad que antes era impensada.
Pareciera que se la olla se fue destapando de a poco y en los últimos avanzó como nunca antes.
Estaba todo como en una olla de presión y explotó todo muy rápido. Piensa que hace quince años no existía el divorcio. Pasamos de la Edad Media a esta revolución en poco tiempo cuando en otros países, como Argentina, habían pasado más paulatinamente. Y también desde octubre hasta ahora se ha avanzado mucho como la nueva constitución que antes parecía imposible de cambiar. Eso demuestra que hay una consciencia de que la política vuelve al pueblo que la tenemos nosotros en las manos.
¿Sentís que con todos estos cambios y el compromiso con lo que pasa que tu cine también va a cambiar irremediablemente?
Es difícil que lo que veo y me pasa alrededor no altere mi obra, por eso no puedo planear a largo plazo. De jueves a domingo me dio ganas de hacer otra cosa que eventualmente devino en Tarde para morir joven y así, es un encadenamiento. Creo que estamos en una época de mucha incertidumbre y eso motiva mi trabajo. Siento que mis próximas películas van a tender a una mayor abstracción y de no saber. Lo encuentro como un territorio que me mueve. No te puedo decir exactamente para dónde va pero es por ahí.
Suena a casi género fantástico
Casi. Y tengo cero miedo. Me encanta tener esta seguridad de poder tirarme al vacío y hacer cosas que me incomodan y que salga una película más rara y confusa despegada de la realidad que no está completa porque no todo está aquí. Tengo ganas de explorar límites más difusos entre realidad y sueño, vida y muerte. Es una etapa de abrazar lo incierto.
El estado de las cosas me hace pensar que hay que hacer pocas cosas también. Hay un compromiso en el arte pero también con invertir el tiempo suficiente nomás en esto. Encuentro que hay que hacer menos películas y recuperar mi tiempo.
Ahora abrimos un cine en Santiago que se ha llevado los últimos dos años de mi vida. Se trata de un cine comunitario con talleres y trabajo de barrio. Es algo más terrenal y tangible. Nos hemos estado enfocando mucho en la producción del cine y nos ha ido muy bien afuera pero nadie ve cine chileno en Chileno y tampoco existen los espacios. Hay una falta de formación de audiencia. Y ahora me motiva mucho trabajar con jóvenes que son las audiencias del futuro. Creo mucho en la experiencia colectiva de ver cine y hay que rescatar estos espacios de contacto humano en torno a una película.
¿Participás de esas proyecciones?
Estamos empezando con mucho trabajo en barrios, proyecciones al aire libre y talleres que empiezan en abril. Ha sido una experiencia muy bonita, porque antes de inaugurar nos empezaron a pedir el lugar cuando el estallido como centro de encuentro de muchas cosas. Y se ha vuelto un lugar reconocible para reuniones de cineastas para ver cómo registrar lo que está pasando en las calles, cómo mandar material a prensa internacional, cómo hacer campañas para apoyar el cambio de la constitución, reuniones con abogados constitucionalistas y gente del barrio que explican qué es el cambio en la constitución y cómo hacerlo. Se ha vuelto un lugar clave y me motiva mucho. Cuando hay momentos críticos se ponen muchas cosas en pausa como mi trabajo más autoral para sumergirme en este momento histórico de Chile. Esto es algo que ha pasado con muchos cineastas que nos hemos agrupado bajo esta organización Ojo Chile y casi nadie está pensando en cómo hacer un documental autoral sobre lo que está pasando sino que trabajamos para salvar Chile. Es una vuelta a lo colectivo sin líderes ni cabezas.