No es para nada fácil comer carne en Berlín. Ni las carnicerías abundan ni tampoco hay una de buena calidad en cada barrio. La oferta de los productos, además, varía según la procedencia del carnicero. Así, mientras alemanes y polacos nos aseguran el suministro de embutidos, chacinados e incluso hasta del nunca bien ponderado Sauerkraut (que si bien no es carne, nunca falta en el mostrador de estas carnicerías); turcos y árabes nos proporcionan de abundante carne halal para llevar a la parrilla, sancochar con plátano y yuca, rellenar arepas, tacos y empanadas o, en fin, para hacer ese glorioso caldito anti-resaca del fin de semana. Son éstos últimos carniceros quienes están acostumbrados a la compra familiar, a vender cortes enteros, a no asumir que el cliente prefiere llevar carne magra en pocas cantidades para comer algo rápido y ligero. Y es que no hay caso pero, como dice un amigo venezolano en alusión a las carnicerías turcas y árabes, «los muchachos no te pichirrean».
Ahora bien, lo de Youcef ya es otro nivel porque se trata de un espécimen en extinción, a saber: el carnicero de barrio… ¡y encima en una metrópoli! Este argelino que llegó a la RDA en los años ’80 y trabajó inicialmente como tornero en una fábrica de automóviles, abrió su carnicería en 2010 para finalmente poder ejercer el oficio que heredó de su padre. Los clientes de Youcef Haroun no provienen sólo de Wedding (barrio donde está ubicado el negocio), sino también de todo Berlín y aun de Brandeburgo.
La primera vez que fui a lo de Youcef estaba buscando asado de tira, se lo pedí en alemán (Rinderquerrippen) y además —por las dudas, no vaya a ser que se confunda— le mostré una foto en el teléfono. Sin embargo, él me interrumpió y rápidamente se anticipó diciéndome: «yo sé lo que Ud. quiere. ¿Se las corto bien finas o más bien gorditas?». En ese momento me di cuenta que había vivido todo este tiempo en el error, que Dios estaba de mi lado y que el amor llegaba a mi vida: tantos años buscándolo y allí estaba el mismísimo carnicero de barrio que tanto había extrañado. «Tengo muchos clientes internacionales», me explicaba Youcef mientras iba cortando el costillar.
Pedí algunas cosas más y, antes de pagar, me regaló unos chorizos merguez que son especialidad de la casa. Luego me dio su tarjeta, dijo que lo llamara cuando necesitara cualquier cosa y se despidió diciéndome: «conmigo Ud. puede sentirse como en casa». Casi se me pianta un lagrimón. Llegué al parque donde iba a hacer el asadito y, mientras encendía el fuego, cayó el primer comensal y al advertir mi sonrisa preguntó: «¿y ese rostro de felicidad a qué se debe?», a lo cual yo me limité a contestar: «hoy fui a lo de Youcef».
Mateo Dieste
(Montevideo, 1987) estudió filosofía e historia en Berlín, ciudad donde reside desde 2011. Autor del libro “Filosofía del Plata y otros ensayos” (2013). Entre 2019-2020 dictó un curso sobre historia global de la filosofía en la Universidad Humboldt. Ha publicado en Revista Ñ (Argentina), semanario Brecha (Uruguay) y también ha sido columnista radial de tango en Emisora del Sur (Uruguay). Aprecia la Berliner Schnauze y, si bien se mantiene leal al asado y al mate, dice que la vida sin chiles y harina de maíz sería un error. En la ducha puede alternar entre Héctor Lavoe o Rio Reiser.