En cada inicio de la primavera berlinesa se experimenta una sensación recurrente de confusión y extrañamiento. El retorno de la luz solar, la proliferación de hojas verdes y una generosa transición entre tarde y noche, hacen que el rictus lúgubre y misantrópico del berlinés se transforme en algo inédito como, por ejemplo, sonreírle a un desconocido. Este es uno de los acontecimientos que indican que la vinterdepre ha sido superada, esto es: que se ha puesto fin a la depresión que se padece durante cada invierno en la capital alemana.
Según los expertos, la vinterdepre es un trastorno afectivo estacional causado por la falta de luz natural. Los niveles de serotonina y melatonina disminuyen y, a partir de este cambio, se distorsiona el ciclo regular de sueño y vigilia. Esto viene acompañado de muchas cosas: somnolencia, desgano físico, un mayor apetito e incluso cierta anhedonia.
Ahora bien: la vinterdepre que a mí me interesa es la que nos afecta a todos, y no aquella que eventualmente requiere un tratamiento psicológico. Me refiero a la vinterdepre que no llega a ser una depresión propiamente dicha, aunque igualmente aparezca con la oscuridad y el frío. Se trata de la vinterdepre que jamás necesitó de una pandemia para recluirnos en nuestras casas, para traer la nostalgia de volver al Sur: para hacernos creer que en Berlín nadie nos quiere y que, por ello, lo mejor es hibernar —hasta que algo nos reanime. Esta vinterdepre no desaparece teniendo una «actitud positiva ante la vida», pues ella misma expresa parte de la fisura que define al migrante.
Mientras que no hay tapujos al discutir sobre la división sociopolítica entre el Este y Oeste de Berlín, poco y nada se habla sobre la otra de tipo climático-anímica que siempre ha estado, a saber: la frontera que separa al invierno del no-invierno, es decir, a las dos personalidades de esta ciudad esquizoide. Por supuesto que aquí existen las cuatro estaciones, eso nadie lo niega. Pero lo cierto es que sólo se sienten dos: una con luz y felicidad, otra sin luz y con vinterdepre. De allí que recuperarse de la vinterdepre se sienta como un logro personal; o todavía más: como un triunfo del ser humano ante la hostilidad de la naturaleza.
—Oh, pego qué bonitoo. Poa fin vueve a briá é sool, me decía un compañero de trabajo el otro día (uno de esos bichos fastidiosos que adoran practicar su alemañol con cualquier hispanohablante).
—Pero Tobias, ¡si vos sos más alemán que el Sauerkraut y no salís nunca de Berlín! ¿Cómo te vas a seguir sorprendiendo cada vez que sale el sol?
—Yoo taamién sooi uuna pegsona coon sen ti mieentos, me respondió Tobias en tono solemne, ya notoriamente ofendido en su dignidad prusiana.
Pero bueno, no deja de ser curioso ver cómo la llegada de la primavera aquí se percibe, a menudo, como si fuera una experiencia inédita: como si el sol efectivamente «brillara de nuevo», cuando en realidad brilla menos que un discurso de Karl Lauterbach. En fin, sospecho que algo de todo esto está vinculado a la obsesión germana con buscar siempre la felicidad fuera de Alemania (por algo existe la palabra Fernweh); como si irse de paseo por la Meseta de lagos de Mecklemburgo fuera un insulto para las expectativas mediterráneas que tienen muchos aquí, ¿no?
Con todo, para mí la vinterdepre provoca más bien Heimweh: la añoranza de volver al hogar. Y es que no se puede acallar al dolor cuando nos interpela: ¿hasta cuándo fluctuar entre un nunca-del-todo-lugar y mi país-ya-imposible-de-recuperar? ¿Hasta cuándo aceptar esta versión corroída y embrutecida de mí mismo? ¿Hasta cuándo llorar porque sí?
¿Hasta cuándo?
Sí, la vinterdepre es el tormento recurrente del migrante; es boicotearse a uno mismo cuando ya no se aguanta vivir en Berlín. Y aunque nadie nos haya preparado para convivir con la vinterdepre, aún así nos atrevemos a lidiar con ella. ¿Saben cómo se llama eso? Honrar la vida.
Mateo Dieste
(Montevideo, 1987) estudió filosofía e historia en Berlín, ciudad donde reside desde 2011. Autor del libro “Filosofía del Plata y otros ensayos” (2013). Entre 2019-2020 dictó un curso sobre historia global de la filosofía en la Universidad Humboldt. Ha publicado en Revista Ñ (Argentina), semanario Brecha (Uruguay) y también ha sido columnista radial de tango en Emisora del Sur (Uruguay). Aprecia la Berliner Schnauze y, si bien se mantiene leal al asado y al mate, dice que la vida sin chiles y harina de maíz sería un error