Mientras que la raíz latina se impone en los finos vocablos ‘orinar’, ‘miccionar’ y aun en el no tan fino ‘mear’, los berlineses utilizan la palabra ‘pinkeln’ para designar el acto de cambiar el agua de las aceitunas. Es una palabrita efectiva, fonéticamente poco complicada para el hispanohablante, puesto que son apenas dos sílabas que empiezan con una consonante fuerte: pín-quel. Imposible de equivocarse, imposible de no entenderla —incluso cuando estás en un bar y un borracho te dice arrastrando la lengua: «Ick jeh ma schnell pinkeln» (voy rápidamente a orinar), como avisándote que al regresar querrá usarte de diván para su monólogo.
La relación de Berlín con la orina está signada, entre otras cosas, por la conocida división entre invierno y no-invierno. El hedor y las manchas añejadas de orina se multiplican en verano, cuando los días se tornan bellas jornadas de luz bajo el cielo azul, y entonces aprovechamos el tiempo deambulando por los parques, yendo a las marchas, conciertos y festivales al aire libre; y, además, en esta época muchos estrenan perrito nuevo con vejiga impaciente. Es cierto que el resto del año la ciudad no huele a perfume de jazmín, pero tampoco a gato muerto.
También existe otra relación berlinesa con la orina, algo transgresora y un poquitín retorcida, donde este líquido secretado por los riñones se convierte en fetiche sexual. Pensemos en el famoso y legendario «Piss Schmiegel», quien suele frecuentar los baños del Berghain pidiendo que le orinen en la cara. Quien se ha encontrado a este sujeto, sabe que es alguien educado y respetuoso que no hace nada más que buscar satisfacer su deseo. Se trata de otra de las maravillas libertinas de Berlín: aquí uno es libre de probar lo que se le antoje —como recibir, por ejemplo, una «lluvia dorada» de gente extraña— sin por ello ser condenado socialmente.
Muchos todavía no se han enterado, pero el asunto del pínquel es político. Esto se debe, naturalmente, al llamado «Wildpinkeln», es decir, a la permanente meadera al aire libre que realizan muchos por las calles de la ciudad. El gobierno de Berlín ha reconocido el aumento de esta práctica y por ello ha instalado nuevos aseos públicos, pero decidió que en el mismo cubículo se incluyeran dos opciones, a saber: un inodoro cerrado que sale €0,50 y, del otro lado, un mingitorio abierto sin costo. Así, al igual que los viejos urinarios construidos en la época de Bismarck (popularmente apodados Café Achteck, por su forma octagonal), el diseño de los nuevos baños públicos reproduce una vez más un privilegio de género: pínquel es gratis sólo para quienes tienen pene.
Por otro lado, mientras que a los hombres generalmente se les ofrece inodoro y mingitorio en clubes y festivales, las mujeres disponen sólo de la primera alternativa y es por ello que se forman largas colas para acceder a los baños. Fue precisamente esperando en una de ellas que la berlinesa Lena Olvedi desarrolló el Missoir (equivalente femenino del Pissoir): un urinal público sin consumo de agua, exclusivo para mujeres —o, para ser más exactos: personas ‘FLINTA’. Desde el verano pasado, el primer Missoir de Alemania se encuentra en el parque Hasenheide.
En fin, hay muchas formas de abordar la naturaleza política del pínquel. En 2018, un mes después de que Lena inventara el Missoir, un recientemente galardonado Fabián Muniz cruzó el Atlántico y me dejó en casa su gran «Soneto para hacer pis sentado». Desde entonces, cada vez que los muchachos se me alborotan con el tema, yo les recito los versos de Fabián:
Ya sé que te enseñaron de dorapa
que vos pensás: “tranquilos, yo le emboco,
que si salpica afuera es sólo un poco
y para la mujer está la tapa”
Ya sé que dormido o de apurado
te gana la costumbre del chorrete
pero si te sentás en el retrete
te juro que no te quedás traumado
Así que dale tranca, poné huevo,
sentáte, largá todos tus prejuicios
abríte a la experiencia de lo nuevo
Ahorráles a los otros mil suplicios.
Sentíte como si en su trono el Rey
firmara con su chorro toda la Ley
Mateo Dieste
(Montevideo, 1987) estudió filosofía e historia en Berlín, ciudad donde reside desde 2011. Autor del libro “Filosofía del Plata y otros ensayos” (2013). Entre 2019-2020 dictó un curso sobre historia global de la filosofía en la Universidad Humboldt. Ha publicado en Revista Ñ (Argentina), semanario Brecha (Uruguay) y también ha sido columnista radial de tango en Emisora del Sur (Uruguay). Aprecia la Berliner Schnauze y, si bien se mantiene leal al asado y al mate, dice que la vida sin chiles y harina de maíz sería un error. En la ducha puede alternar entre Héctor Lavoe o Rio Reiser.