Kottbusser Tor es, por un lado, una rotonda estrellada desde la cual parten seis calles; por otro, es una estación de metro, donde pasa una línea elevada por un viaducto (U1) y otra subterránea (U8). Se trata de un sitio emblemático de Berlín, conocido popularmente como Kotti, lo cual hace que los cándidos turistas asuman que esto es un apodo cariñoso, cuando en realidad es una insinuación fonética para locales. Sí, porque la palabra Kotti tiene un significado oculto y para descifrarlo es necesario realizar el siguiente ejercicio fonológico. Primero, separe las sílabas y diga ‘Kó-tti’ en voz alta, acentuando siempre en la ‘o’; luego repita lo mismo en sentido inverso, así: ‘tti-Kó’. Ahora dígalo todo de forma sucesiva: Kó-tti / tti-Kó / Kó-tti / tti-Kó / Kó-tti… Bien; seguramente haya notado que, por virtud de la cacofonía, se destaca la palabra ‘coco’. Esto es una clara alusión a la palabra portuguesa cocô, cuya traducción al español es ‘caca’. Pues bien, ahí lo tienen: Kotti es el encubrimiento de la caca. Fascinante lo que esconden las palabras, ¿no?
Sin embargo, el vínculo de Kotti con los excrementos no se agota en lo cacofónico, ni tampoco en el olor a putrefacción humana que hay debajo del viaducto. Kotti es muchísimo más, a saber: es una experiencia político-estética de lo feo que nos interpela.
Basta esperar a que se ponga el sol y darse una vuelta por allí, para compadecerse de los esfuerzos del Comando Internacional por la Moral y las Buenas Costumbres ante la algarabía proveniente de las disputas territoriales entre dealers y rateros, yonquis y borrachos vitalicios, o de adolescentes con muchísimas ganas de tener sexo pero sin saber cómo; ante un repartidor motorizado que no quiere atrasarse y conduce por la vereda, los ostentosos vehículos con ínfulas de narco o las penetrantes sirenas de los patrulleros; ante unas criaturas antropomorfas que recuerdan a la calavera de los Cuentos de la cripta, gritando en idiomas ininteligibles, casi al borde del colapso nervioso; o ante dos muchachos que se acercan a mí, cuando ayer estaba quitándole el candado a mi bici, y uno de ellos me dice: «Tut mir leid, ich hatte was an Ihrem Fahrrad. Und jetzt ist es wieder weg!» (lo siento, tenía algo en su bicicleta. ¡Y ahora ya no está más!). Es que en Kotti todo el tiempo pasan cosas, por eso no hay que distraerse: no vaya a ser que te usen de mula improvisada en una transacción altamente sospechosa.
Como si fuera una reminiscencia del suburbio los «Cinco Puntos» retratado en la película Pandillas de Nueva York, las cinco esquinas aledañas a Kotti son como mónadas de un mismo universo barrial. Saliendo de la estación del U8, del lado del puesto de verduras que abre 24 horas, se acumulan las ofertas de heroína y hachís, como si la droguería Rossmann que está allí detrás tuviera algo que ver con los minoristas de sustancias ilegales. Al frente, donde antes estaba el Berliner Bank, se reúnen los jóvenes limpitos y perfumados para atragantarse con hamburguesas dobles con queso y luego irse de fiesta. Cruzando la Skalizer Straße en dirección al Kottbusser Brücke, cual franquicia del Gorli, se encuentra el plantel africano dejándolo todo con tal de obtener un nuevo cliente (porque ellos saben eso de que si la montaña no va a Mahoma, entonces Mahoma va a la montaña). Finalmente, del otro lado de la Kottbusser Straße, desde el año pasado hay un gran restaurante turco que atrae a familias y parejitas decentes y ofrece un bife de entrecot a 30 euros, como si los dueños quisieran distanciarse del encanto fecal de Kotti.
Pese a todo, a mí Kotti me hace pensar, por ejemplo, que tal vez todo esto sea una manifestación superficial, amplificada por los medios, mediante la cual exorcizamos una fealdad probablemente mucho más profunda que nos asedia, nos aterroriza y quisiéramos ignorar en Berlín; tti-Kó / Kó-tti: ¿acaso una repristinación del migrante?
Mateo Dieste
(Montevideo, 1987) estudió filosofía e historia en Berlín, ciudad donde reside desde 2011. Autor del libro “Filosofía del Plata y otros ensayos” (2013). Entre 2019-2020 dictó un curso sobre historia global de la filosofía en la Universidad Humboldt. Ha publicado en Revista Ñ (Argentina), semanario Brecha (Uruguay) y también ha sido columnista radial de tango en Emisora del Sur (Uruguay). Aprecia la Berliner Schnauze y, si bien se mantiene leal al asado y al mate, dice que la vida sin chiles y harina de maíz sería un error