En la vida cotidiana de la capital alemana hay un intersticio entre lo público y lo privado: un espacio común que no es habitacional ni tampoco estrictamente vial, sino más bien un portal hacia aquella temporalidad analógica donde existía el trato asiduo con los vecinos. Me refiero a los ginterjofs —patios traseros o patios interiores— de los edificios de apartamentos o de antiguas fábricas en Berlín, siempre bastante escondidos y a menudo en peligro de extinción, algo que entre arquitectos se conoce como «corazón (o pulmón) de manzana».
Los ginterjofs son pequeñas ventanas al universo heterogéneo y variopinto de Berlín. En ellos se puede encontrar una panadería artesanal o un taller mecánico, la emblemática librería Andenbuch o la escuela de baile Estudio Sudamérica de Juan D. Lange; una cooperativa de trabajadores metalúrgicos y un taller de escultura o, entre otras tantas cosas, a «la abuela sabrosa de las fiestas latinas en Berlin» que existe desde 1998, a saber: La Regla.
Hay ginterjofs que son como pequeños oasis de paz en medio de la selva de cemento. Entre paredes de ladrillo revocadas hace décadas y jardines bien cuidados, juegan los niños y se reúnen los viejitos, mientras sale algún señor luterano a hacer de Bob el Constructor —para demostrarle al mundo que relajarse y descansar es pecado. Otros ginterjofs no son más que depósitos de basura, estacionamientos (y, en ocasiones, también cementerios) de bicicletas, donde los yonquis y zombis berlineses a veces pululan en búsqueda de ciertos nutrientes. Berlín es, en cierta medida, un caleidoscopio de ginterjofs.
Pocas cosas se asemejan al ambiente —o, para usar una palabra alemana hermosísima pero intraducible: la Stimmung— de un ginterjof berlinés en una tardecita de verano. Empujar esas puertas pesadas, pasar por un breve pasillo y llegar a un ginterjof que nos recibe en una composición abigarrada de voces y sonidos, es como entablar una relación íntima con el barrio. Sucede que estar en un ginterjof berlinés te sustrae de la masa anónima y no te aísla del bullicio callejero, aunque sí comprende tu singularidad y te involucra personalmente.
Desde una ventana en el tercer piso, se escuchan los platos enjabonados chocando bajo el chorro de una canilla abierta; desde otra en el segundo piso, entreabierta pero aún empañada, viaja el olor de unas cebollas que se están friendo; al fondo, una radio pasa La tierra del olvido de Carlos Vives y, más atrás todavía, una cantante de ópera ensaya el libreto de La flauta mágica. De pronto, unos niños comentan algo que vieron en el canal de televisión infantil KiKa y, como si fuera una interferencia en la señal, a lo lejos se oye a una madre regañando a su hijo adolescente: «Ach Jonas, was hast du denn schon wieder gemacht?» (ay Jonas, ¿qué has hecho otra vez?).
Efectivamente, en los ginterjofs palpita la cultura barrial de Berlín. No por casualidad, cuando los berlineses se refieren a algún personaje que todos conocen en el barrio, dicen que es una «Hinterhofpflanze», es decir, una planta de ginterjof —como aludiendo a un elemento constitutivo del mismo paisaje urbano.
Hace algunos años, cuando me encontré a Burkhard Kieker en el vestuario de una piscina pública, le pregunté por qué ningún ginterjof figura en las guías turísticas de Berlín. El gerente de visitBerlin me miró un poco raro, se tapó con una toalla y, después de escanearme de arriba a abajo, me explicó que hicieron una campaña informativa para dar a conocer los ginterjofs berlineses, pero los turistas no podían ubicarlos. «Se chocaban contra las paredes, atropellaban a los vecinos». Y sí, se entiende, el diseño laberíntico de los ginterjofs puede desorientar a cualquiera.
Burkhard mencionó incluso que un turista israelita los demandó por antisemitismo, pues al buscar cierto ginterjof berlinés Google Maps lo mandó a Varsovia. Me pregunto si Burkhard se habrá ruborizado al contarme eso o si habrá sido porque yo no me cubrí con la toalla.
Mateo Dieste
(Montevideo, 1987) estudió filosofía e historia en Berlín, ciudad donde reside desde 2011. Autor del libro “Filosofía del Plata y otros ensayos” (2013). Entre 2019-2020 dictó un curso sobre historia global de la filosofía en la Universidad Humboldt. Ha publicado en Revista Ñ (Argentina), semanario Brecha (Uruguay) y también ha sido columnista radial de tango en Emisora del Sur (Uruguay). Aprecia la Berliner Schnauze y, si bien se mantiene leal al asado y al mate, dice que la vida sin chiles y harina de maíz sería un error