El término «espiser» se emplea de forma peyorativa para describir a una especie de los homínidos que habita casi exclusivamente en territorio alemán. El espiser se caracteriza por su apego excesivo a las reglas y al orden establecidos, por cierta estrechez mental con rasgos de autismo y, desde luego, también por una gran aversión al cambio. En un intento por traducir lo intraducible, se podría decir que un espiser es algo así como un «pequeño burgués» en su peor versión germánica, a saber: un sujeto intransigente en la vida cotidiana, defensor de las jerarquías sociales, ajeno a la fantasía y la expresión corporal, enemigo de la espontaneidad y funcionalista hasta con el amor de su vida. Vernon y Petunia Dursley (los tíos de Harry Potter), por ejemplo, se aproximan bastante bien al prototipo de espiser.
De modo que este bípedo nórdico y lampiño no necesariamente se distingue por un deseo de autosegregación, como sí lo es el caso del ‘fresa’ mexicano, el ‘sifrino’ venezolano, el ‘cheto’ rioplatense, el ‘gomelo’ colombiano o, entre otros equivalentes, el ‘cuico’ chileno. De allí que uno pueda estar ante un tremendo espiser, hablar con él y hasta creer que es una persona abierta y tolerante, puesto que éste no se revela en sus opiniones sino en su tendencia a hiperregular y conservar su hábitat natural.
Rudow, para muchos tan sólo la última estación de la línea U7 del metro berlinés, es una formidable representación del mundo confeccionado a la medida del espiser: allí se pueden apreciar las casitas con jardines de hormigón y los respectivos enanitos de decoración kitsch en el pasto, un letrero en la puerta que dice Achtung! Pflichtbewusster Hund! (¡atención, perro obediente!), callecitas con nombres de flores y aves y, en fin, la composición idealista y sobreproducida de una parcela humana que ya no admite improvisación, excesos sonoros, o siquiera la presencia de un jazmín florecido en un lugar no previsto.
Años atrás, cuando miraba con ojitos de amor hasta a la cajera del Lidl, estaba convencido de que podía comprender mejor al ser humano por medio de la siguiente pregunta: ¿en dónde reside la fuente de tu placer? «No entiendo la pregunta», me dijo Wolfgang cuando logré planteársela en la cafetería del Grimm-Zentrum. Reformulé la frase en un Hochdeutsch con precisión kantiana —que hasta el día de hoy no sé de dónde saqué— y le expliqué que sólo quería saber qué era lo que más disfrutaba en la vida. Wolfgang se limitó a responder que «nunca había pensado el tema, por lo tanto no podía ayudarme». Lisa, sin embargo, fue más sincera: «a mí me gusta sentir que tengo el control de las cosas». Finalmente, le pregunté a Wilma qué pensaba al respecto, pero ella rehusó contestar y lanzó su opinión cual cabezazo de Zidane a Materazzi, fuerte y directo al pecho: «¡ustedes son unos espiser!». Wolfgang y Lisa negaron tal acusación e inmediatamente le mostraron a Wilma que, en algunos aspectos, ella también era una espiser. Fue en ese momento que pude comprender tres cosas: en primer lugar, que el placer no es algo relevante en la vida del espiser; en segundo, que los alemanes odian ser identificados como espiser y, en tercer lugar, que uno puede generar un conflicto interno entre ellos y pasarla bomba como espectador, tan sólo actuando como un curioso Ausländer (extranjero) en búsqueda de civilización.
El espiser, entonces, no sólo designa una realidad humana específica de estos lares, sino también un caballito de batalla en la arena política (en Berlín, por ejemplo, todo puede ser debatido según la cartografía del espiser). Ahora bien: el repudio de Wilma a los espiser era más bien de tipo cultural, es decir, se trataba de una interna alemana. Por eso creo que Nietzsche, iracundo y bardero como Wilma, alguna vez escribió a sus compatriotas: «¿Qué es, por lo demás, el rostro del espiser? Es tu propio rostro, en un espejo grosero e imperfecto».
Mateo Dieste
(Montevideo, 1987) estudió filosofía e historia en Berlín, ciudad donde reside desde 2011. Autor del libro “Filosofía del Plata y otros ensayos” (2013). Entre 2019-2020 dictó un curso sobre historia global de la filosofía en la Universidad Humboldt. Ha publicado en Revista Ñ (Argentina), semanario Brecha (Uruguay) y también ha sido columnista radial de tango en Emisora del Sur (Uruguay). Aprecia la Berliner Schnauze y, si bien se mantiene leal al asado y al mate, dice que la vida sin chiles y harina de maíz sería un error. En la ducha puede alternar entre Héctor Lavoe o Rio Reiser.