Decir ‘mate’ en Berlín es aludir a un refresco con cafeína, gasificado y sin alcohol, basado en un extracto de yerba mate. Se trata de una bebida estimulante, asequible para cualquiera en botellitas de 330ml, mezclada también con vodka o ginebra en las noches de felicidad. Así que nada tiene ver con la tradicional infusión consumida en Uruguay, Argentina, Paraguay, Rio Grande do Sul y —desde el Bío Bío hasta Chiloé— también en Chile. No; el mate berlinés es una bebida energizante (aunque un poco à la Pávlov, pues no es más fuerte que una taza de café), cuya popularidad en Berlín proviene de su estrecho vínculo con la cultura juvenil de los años ’90.
En 1994, poco después de la caída del Muro, Andreas Loscher compra la licencia de una vieja limonada con mateína y la transforma en Club-Mate, la marca líder del rubro. Pronto Frederick Over se convirtió en el «dealer berlinés» de este refresco, tanto para los jáquers y programadores como para las crecientes fiestas ilegales de música techno. De este modo, sin invertir prácticamente nada en publicidad, Club-Mate se impuso como favorito en la movida alternativa de Berlín y, por mucho tiempo, conservó cierto aura de «bebida cool para auténticos berlineses». En suma: se trata de algo así como una especie de Red Bull berlinés, adorado hoy tanto por hipters globales y antifas, como por los Berliner Boys de Mehringdamm e incluso algunos militantes de AfD.
Mientras que sirios y libaneses —otrora inmigrantes aculturados al Río de la Plata— adoptaron el ritual del mate original y hasta el día de hoy lo practican a su manera (en pequeños vasos de vidrio, sin compartir bombilla), a Berlín llegó por apropiación cultural del imperio colonial alemán. Al igual que sucedió con otros productos como el cacao, el café, el algodón o el caucho, en aquella época los alemanes andaban explorando el mundo en búsqueda de nuevas plantas y semillas. No tanto para estudiarlas con amor y respeto como hizo Humboldt, sino más bien para integrarlas al pujante mercado global de materias primas.
Fue así que Fritz Neumann desarrolló su industria de yerba mate en la colonia Nueva Germania, fundada en 1886 por los antisemitas Bernard Förster y Elisabeth Nietzsche (sí, la hermana del filósofo)como refugio para la «raza aria», en aquel Paraguay tan devastado por la Guerra de la Triple Alianza (1864-1870). Luego el farmacéutico Hugo Obst, quien gracias a los yerbatales de Neumann inventó la «Yermeth» (refresco precursor del Club-Mate), despojó a la yerba mate de su significado regional y banalizó su uso. La propaganda colonial y moralista de la época le prometía a los alemanes: «Je mehr Freunde des Paraguaytees entstehen, desto mehr Feinde des Alkohols!» (¡cuantos más amigos haya del té paraguayo, habrá más enemigos del alcohol!).
En fin, son cosas del pasado: lo importante es disfrutar de una bebida exótica. Por ello el logo de Club-Mate se parece más a un mariachi mexicano que a un indio guaraní (los pioneros del mate) o a un gaucho suramericano (símbolo identitario del Cono Sur): total, todo es Südamerika, ¿no? Además, recordemos que el mate es muy sano, por ello el marketing verde destaca sus propiedades diuréticas, laxantes y aun adelgazantes. A no perder el tiempo: ¡optimicemos nuestra vida chupando mate!
Con todo, yo ya estoy curado de espanto. Por eso cuando Tobi, mi amigo berlinés, me cuenta de sus épocas de estudiante en Tel Aviv y me dice que llegó a pedirle a su madre que le enviara Club-Mateporque «quería tener un pedacito de Berlín», bueno, yo le sonrío y le digo sí como a los locos. Incluso ayer, cuando lo vi en la plaza con su perrito pug y un mate de calabaza gigante, moviendo la bombilla como si fuera la palanca de cambios de un Fórmula 1, me contuve de apuñalarlo con esa bombilla para vengar el honor del pueblo guaraní. Después de todo, el mate también es berlinés.
Mateo Dieste
(Montevideo, 1987) estudió filosofía e historia en Berlín, ciudad donde reside desde 2011. Autor del libro “Filosofía del Plata y otros ensayos” (2013). Entre 2019-2020 dictó un curso sobre historia global de la filosofía en la Universidad Humboldt. Ha publicado en Revista Ñ (Argentina), semanario Brecha (Uruguay) y también ha sido columnista radial de tango en Emisora del Sur (Uruguay). Aprecia la Berliner Schnauze y, si bien se mantiene leal al asado y al mate, dice que la vida sin chiles y harina de maíz sería un error. En la ducha puede alternar entre Héctor Lavoe o Rio Reiser.