Dicen que las buenas noticias llegan por mail y las malas por carta. Éste suele ser el caso de la Brif alemana. Tuviste un largo día de trabajo lidiando con gente socialmente atrofiada, te insultaron en la calle por ir en la bici sin luz, entrás al edificio de tu casa y una vieja que te ve todos los días no te responde el saludo, abrís el buzón y ya como entregado a la la guillotina, ¡zas!, ahí está tu Brif: «Sehr geehrter Herr Sánchez Quintero…», «Sehr geehrte Frau López Aguilar…», «Sie haben am…»: una autoridad alemana te habla de usted, hay palabras marcadas en negrita y al final un importe de no sé cuántos euros. Recuerdo cómo reaccionaba el señor Bounid, dueño del primer apartamento que alquilé en Berlín, cada vez que le informaba que había llegado una carta a su nombre: «wie viel Mateo? Wie viel?», me replicaba al teléfono. Bounid sabía lo que era una Brief alemana y ya había desarrollado ese sexto sentido que le hacía presentir los infortunios.
Ahora bien: nada de esto es aleatorio porque la identidad misma de la Brif está dada, ante todo, por el lenguaje que se emplea en ella —y esto es lo que genera, justamente, pavor en su destinatario. Me refiero aquí al Beamtendeutsch, la lengua empleada por los funcionarios públicos, cuyas frases alambicadas y vocabulario jurídico —magro en adjetivos— nos hace sentir amonestados aún sin haber descifrado el contenido del texto. Si la Brif no activara tal estado de alarma, tal vez seríamos capaces de apreciar el sutil arte del regaño que esconden esos hermosos NICHT, KEIN, o el tan preciso BIS ZUM, así bien subrayados y en mayúsculas, desde luego con el infaltable signo de exclamación al final de la frase —por si quedaban dudas del tono en cuestión.
Recibir una Brif, entonces, es una experiencia que transforma. Incluso se acumula un sentimiento infantil de revancha que en algún momento se descarga. Tras haber finalizado de pagar en cuotas la deuda que tenía con la Krankenkasse (seguro médico), por ejemplo, me olvidé de cancelar la transferencia automática y por ello el banco le giró una cuota de más. Sabía que en este caso el dinero sería reembolsado inmediatamente y que no era necesario realizar ningún trámite. Pero no señor, claro que no: yo me di el gusto de escribir mi buena Brif en un solemne Beamtendeutsch, exigiendo y amenazando con ínfulas de déspota, ¡pa’ que sepan que conmigo no se jode! Y cuando vi el dinero en mi cuenta, ufff, me revolcaba en el fango de la miserable condición humana, como sintiendo que le había dado su merecido a algún pequeño Eichmann —de esos que se la pasan todo el día sentaditos en una oficina con vista a Alexanderplatz. Por eso decía, tengan cuidado: recibir una Brif es una experiencia que transforma.
Mateo Dieste
(Montevideo, 1987) estudió filosofía e historia en Berlín, ciudad donde reside desde 2011. Autor del libro “Filosofía del Plata y otros ensayos” (2013). Entre 2019-2020 dictó un curso sobre historia global de la filosofía en la Universidad Humboldt. Ha publicado en Revista Ñ (Argentina), semanario Brecha (Uruguay) y también ha sido columnista radial de tango en Emisora del Sur (Uruguay). Aprecia la Berliner Schnauze y, si bien se mantiene leal al asado y al mate, dice que la vida sin chiles y harina de maíz sería un error. En la ducha puede alternar entre Héctor Lavoe o Rio Reiser.