El seguro médico alemán se llama cranquencase. Cuando le contás a alguien que fuiste al médico en Berlín, es común que te pregunte: «¿en qué cranquencase estás?». A partir de la respuesta que se de, generalmente uno inicia un estudio comparativo de las ventajas y desventajas de las respectivas cranquencases. «Yo estuve en AOK, pero después me cambié a la TK y la verdad no me puedo quejar». Tales conversaciones se deben a que la cranquencase no es barata y el servicio tampoco es tan bueno, por ello en ocasiones uno se pregunta: ¿qué hago yo en Alemania, potencia económica de Europa y país líder en investigación científica, volviendo de un consultorio médico sin que me hayan dado nada para calmar mi dolor de espalda pero sí un sermón sobre lo importante que es la hidratación diaria? Sucede que los médicos alemanes apuestan muchísimo a la capacidad regenerativa del ser humano, por ello imaginan que ingerir agua o té es lo mismo que tomar jugo de gummibaya. ¿Que si no recetan analgésicos? Claro, pero sólo lo hacen en cada año bisiesto, enviando previa solicitud telefónica durante el mes de enero del año anterior, siempre y cuando hayas recibido por correo la confirmación de tu cranquencase.
Si bien la gran mayoría de la gente en Berlín está asegurada con la cranquencase pública, también existe una privada. Ésta se paga mensualmente, termina siendo carísima con los años y, por otra parte, no cualquiera es bienvenido: sólo los funcionarios públicos, autónomos, estudiantes y los empleados cuyo salario supere el umbral de ingresos brutos al año —lo cual, actualmente, corresponde a un total de 64.350 euros.
Al mismo tiempo, es cierto que algunas comodidades ofrecidas por la cranquencase privada no dejan de ser muy tentadoras. Cuando mi amigo el Cholo tuvo hernia de disco, por ejemplo, llamó al médico y le ofrecieron una cita dentro de un mes, pero cuando mencionó que estaba en una cranquencase privada, la secretaria del consultorio le dijo: «Ach, Herr Rodríguez, Sie hätten mir das gleich sagen können!» (¡ah, pero señor Rodríguez, me lo podría haber dicho desde un principio!). Le dieron fecha para el lunes siguiente y, cuando lo internaron en el hospital, le ofrecieron la opción de estar en una habitación personal.
Indudablemente, a este país le hace falta personal sanitario. Mientras en Suiza, Holanda o Suecia, una enfermera cuida en promedio a siete u ocho pacientes, en Alemania son alrededor de trece. Los médicos rurales son una especie en peligro de extinción, pues casi la gran mayoría están concentrados en las ciudades. También es frecuente que en los hospitales alemanes se trabaje entre sesenta y ochenta horas semanales. Por otra parte, Alemania tiene una de las poblaciones más envejecidas del mundo y, según estimaciones oficiales, esta tendencia seguirá acentuándose. En consecuencia, la necesidad de tratamiento médico será cada vez mayor.
Ahora bien: una cosa son los problemas estructurales y otra son los atavismos mentales. Cuando sufrí una rotura de ligamentos en el tobillo izquierdo, no fue fácil encontrar a un médico que me tomara en serio y no me prescribiera otra cosa más que la inútil y anticuada Krankengymnastik (KG). Semanas después me recomendaron ir a lo de Ufuk, un ortopedista turco que no tiene problemas con recetarle fisioterapia manual a sus pacientes. Así que yo, por las dudas, fui a lo de Ufuk y realicé mi teatralización: llegué a su consultorio rengueando, agonizando por el sufrimiento y, cuando él me tocaba y me preguntaba si me dolía, yo chillaba como un cerdo antes de entrar al matadero. Había fingido todo, obviamente, pues quería que Ufuk me tomara en serio. Y funcionó: me transfirió a fisioterapia manual ese mismo día. Hoy ya estoy recuperado de aquella lesión y ando brincando feliz como un conejillo silvestre. Así es la vida: hay veces que es necesario mentir. También en Berlín, da igual tu cranquencase.
Mateo Dieste
(Montevideo, 1987) estudió filosofía e historia en Berlín, ciudad donde reside desde 2011. Autor del libro “Filosofía del Plata y otros ensayos” (2013). Entre 2019-2020 dictó un curso sobre historia global de la filosofía en la Universidad Humboldt. Ha publicado en Revista Ñ (Argentina), semanario Brecha (Uruguay) y también ha sido columnista radial de tango en Emisora del Sur (Uruguay). Aprecia la Berliner Schnauze y, si bien se mantiene leal al asado y al mate, dice que la vida sin chiles y harina de maíz sería un error. En la ducha puede alternar entre Héctor Lavoe o Rio Reiser.