Por algún lado hay un meme en el que se ve un arcade con la leyenda “Una vez dijimos que sería nuestra última ficha y realmente lo fue”. Al menos en Argentina, de ahí pasamos rápidamente en los noventas a la tarjeta pero en un nuevo escenario. De chico, los lugares donde se ponía cospel (como se dice ficha por allá), eran salones pequeños, generalmente con poca luz proveniente del techo, con pocas ventanas y polvo por todos lados. Qué gran lugar para educarse.
Ya entrando a mediados de los noventa con el advenimiento de los shopping mall, el crédito y las películas de Jim Carrey, se vivió una conglomerización de los lugares en Buenos Aires como los mercados pasaron a ser super y luego Hiper o las salas de cine del barrio pasaron a ser complejos que aparecieron en los centros comerciales. A los arcades, los fichines como decimos en Argentina, les pasó lo mismo.
Tuvieron una vida corta, al menos en la ciudades, la PlayStation vino a cambiarlo todo y para principios de los dosmil ya quedaban pocos. La mayoría nos habíamos mudado a jugar en casa o, hasta que la banda ancha viniera a favorecer conexiones como Dios manda, los cyber a vicear con el counter. Los últimos bastiones que sobreviven hasta hoy accesibles para los porteños se encuentran en la Costa Atlántica de diciembre a la última de febrero.
PERO la segunda década de este milenio trajo consigo algo nuevo para los millennials que nacimos muy tarde o muy temprano para todo: la nostalgia. Corría el año 2014 y en una esquina de Little Tokyo en Los Angeles me encontré con oasis, un bar con arcade llamado EightyTwo, un espacio que existe al día de hoy. Un bar en el que, cómo bien lo reclama la ley en los Estados Unidos, uno debe de presentar su documento de identidad para certificar que tiene al menos veintiún años de edad. Este no fue el único espacio que me encontré, mismo en Washington D.C. había un pequeño antro lleno de amor, maquinitas y hasta un proyector con Mario Kart. ¿Qué más se puede pedir?
A los que somos de esta generación perdida, perdón Gertrude, llenos de nostalgia por un pasado que duró apenas un rato, algunos nos están llamando de otra manera: Kidults. No es joda, en diciembre del año pasado la CNBC publicó un artículo titulado “Adults are buying toys for themselves, and it’s the biggest source of growth for the industry” –link.
Esa nostalgia se hace presente en el museo de los videojuegos de Berlín, el Computerspielemuseum. Dos salas están dedicadas a los fichines, uno con Daytona USA, (datazo), y otra que simula un arcade de los años 80’s con juegos como el Frog y el Tetris. El túnel del tiempo se completa con la sala dedicada a los cuartos que servían como refugio con la consola de cada década. Comienza por los años noventa con un puf, una torre llena de cd’s, un televisor veinte pulgadas CRT y una PlayStation 1 con el Crash Bandicoot – y sí, se puede jugar. Luego siguen los ochentas, muebles de madera, revista MAD, un pequeño televisor y las NES con el Super Mario Brothers 2 y así hasta comienzos de los setentas.
En busca de los arcades perdidos
En Por la parte de Swann, Marcel Proust da inicio al largo relato de En busca del tiempo perdido en su cuarto de París, sentado al lado de la ventana a punto de tomar el té el cual embebe en una madalena que al probar lo lleva inmediatamente a sus cinco años en la playa en Combray y las memorias de ese verano con su abuela. (Sí, ya sé que Ratatouille lo hizo también y es más conocido, pero citando a Proust me siento más intelectual…dejame ser).
Así me siento volviendo al arcade en el Computerspielemuseum cada vez que voy y también en el nuevo arcade de Berlín Gamestate que abrió en octubre del año pasado. Se trata de un conglomerado internacional con sedes en varias ciudades europeas como Amsterdam, Breslavia, Oberhausen y Berlín entre otras.
Es un Arcade moderno muy in-your-face con luces de neón y sonidos de maquinitas por todos lados. La mayoría de los juegos son mecánicos o de destreza, por lo que no van a encontrar al momento de publicar esta nota un Mortal Kombat o Teenage Mutant Ninja Turtles pero sí hay varios juegos de autos, incluido el Mario Kart, Air Hockey, Juegos de armas disparando zombies a morir y mi preferido de la historia… el Pump it Up. Este reportero pudo volver a jugar a La Marcha Turca, (en Hard, dame unos meses), y Beethoven Virus volviendo a esos dorados 2002.
El arcade está preparado para recibir grupos de amigos más que jugadores solitarios, debido a que favorecen los juegos en equipo y no los fichines como el Street Fighter 2 -Dios lo tenga en la gloria. Uno de los puntos fuertes sería entonces la recolección de tickets para cambiar por premios que van desde una goma de borrar -¿cuándo no?- hasta electrodomésticos.
No todo fue fácil, Leroy Dijkstra, Operation Manager de Gamestate en Holanda me comentó que tuvieron problemas para hacerse entender con los inspectores alemanes para que le entregasen el permiso. “La construcción y armado del local fue lo más fácil, lo difícil fue conseguir el permiso para abrir en Alemania. El problema es que gente del gobierno creía que estábamos abriendo un casino porque no están familiarizados con el funcionamiento de un arcade”. Es curioso porque quienes trabajan en el estado vivieron en los ochentas y noventas, tendrías que estar familiarizados con lo que es un arcade “Sí, es curioso, pero incluso los inspectores que vivieron durante esa época no entendían muy bien al principio el concepto”.
Hoy el local ya tiene seis meses de vida y sigue adelante. No se los voy a negar, fue divertido. Ah, y si alguien me quiere desafiar en el Pump it Up, bring it on…